Escribe Manuel Robles Freire, Delegado episcopal para las Causas de los Santos
La historia de estos nueve seminaristas asturianos bien podría ser contada por un novelista católico. Y es que esta desgracia que es la violencia sobre las personas inocentes siempre es un buen argumento para aprender a no tropezar en la misma piedra. También habría que contar cómo la gracia de Dios se abre paso, para dar la vida, a los que creen en la vida eterna, y para dar vida a los que todo lo quieren resolver con la violencia y la muerte.
En estos tiempos nuestros, ramplones y arrugados, ya sé que no está de moda lo sobrenatural, y tampoco olvidar y perdonar. Pero estos chavales nos recuerdan que la fe no es una antigualla del pasado, sino algo actual y puede que contagioso, porque estas historias siguen ocurriendo en nuestro tiempo.
Me estoy refiriendo a la vida y muerte de nueve jóvenes de Asturias, que el próximo 9 de marzo serán beatificados en la Catedral de Oviedo. Y es que, como ha dicho el Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, “en todo momento se mantuvieron firmes en la fe y en la esperanza, y rezaron el rosario, hicieron diversos ofrecimientos, algunos se confesaron pensando que aquél sería su último día. Y la Positio recoge que el motivo de su asesinato fue la animadversión a la religión, conocido como el odium fidei”.
Algunos de mis lectores escépticos pensaran que los católicos siempre hacemos lo mismo: que hilamos las cosas, usamos el repetido Deus ex machina, para fabricar sueños que nada tienen con la realidad. No es así. Porque la realidad es que la grandeza de alma sigue existiendo, en todo hombre, y también en la gente joven hay una fuerza, que es la fe, que va más allá del sexo, la apariencia , y el dinero. Estos jóvenes –que van a ser beatificados– son testigos de lo que puede un alma, incluso un alma enamorada. Y con sus vidas, y totalmente en serio le cantaron a Dios, aquello de “una vez nada más se ama en la vida”. Benditos sean.