Este domingo se celebra en la Iglesia la solemnidad de Todos los Santos y al día siguiente, lunes 2 de noviembre, la conmemoración de los Fieles Difuntos. Una celebración solemne de gran importancia, y que antiguamente iba acompañada de una vigilia de oración y de ayuno. Según explica el sacerdote Manuel Robles, rector de la Basílica del Sagrado Corazón, de Gijón, y Delegado Episcopal para las Causas de los Santos, “se trata de una fiesta que comenzó a celebrarse ya, según cuenta San Efrén, en el siglo IV, y más tarde, en Occidente, en el siglo IX”. Una fiesta “de una gran tradición cristiana –afirma Robles–, porque tenía su origen en honrar a los mártires. Ya que en la persecución de Diocleciano murieron tantísimos cristianos, se buscó un día para honrarlos a todos, y ese día fue el 1 de noviembre”.
Hoy en día los cristianos celebramos y recordamos en estas fechas especialmente a la gran familia de santos “que está compuesta por los que están en el purgatorio, los que están en el cielo y los que peregrinan en la tierra”, explica, “y en este día recordamos, no solo a todos los canonizados, sino también a todas aquellas personas que, como dice el Papa, están en la puerta de al lado y son santos, teniendo muy presente esta verdad que recitamos siempre en el Credo Creo en la Comunión de los Santos”.
Que al día siguiente se celebre la conmemoración de los fieles difuntos no es casualidad, en esta época de primeros de noviembre donde la oscuridad se adueña de la mayor parte del día. Según el Delegado Episcopal para las Causas de los santos, “la idea partió de un monje francés de la Abadía de Cluny, san Odilón, en el año 980, quien sugirió rezar por los difuntos. La Iglesia adoptó esta costumbre, aunque no era totalmente novedoso, pues ya en el segundo libro de los Macabeos se hace referencia a rezar por los difuntos, los que habían muerto en la batalla, porque se suponía ya que, después de esta vida, había otra”.
En todos los momentos de la historia ha habido santos, comenzando por los primeros, los mártires, que dieron su vida por Cristo. Para el sacerdote Manuel Robles, “los santos muchas veces responden a las necesidades de los tiempos. Los primeros sin duda fueron los mártires, pero podemos ver el ejemplo de san Francisco, en el siglo XII, un tiempo de gran oscuridad; o el de san Ignacio, en una época de reforma de la Iglesia en el siglo XVI”.
En base a ese argumento, tendría sentido recordar entonces al recientemente beatificado Carlo Acutis, joven de 15 años fallecido en el año 2006. Su afición y vía de expresión fue internet, donde a tan temprana edad, diseñó una página web para recoger los milagros eucarísticos que habían sucedido alrededor del mundo. Una página que aún se mantiene y se puede consultar. Y es que la eucaristía para él era su “autopista hacia el cielo”, y a pesar de su corta edad se conservan numerosas frases y comentarios suyos que demuestran su fe y estrecha unión con Cristo. “Él era como es la chavalería del siglo XXI: con pantalones vaqueros, playeros, sudadera, mochila, acudiendo al instituto”, recuerda el sacerdote Manuel Robles. “Nació en Londres, pero su familia era italiana y pronto regresó a vivir a Milán. Era un chico de lo más normal. Y es sorprendente, porque sus padres eran católicos, pero no practicantes, y él en cambio siempre tuvo clara la idea de hacer la Primera Comunión, asistir a las catequesis y, cuando se fue haciendo más mayor, llevó a cabo una importante labor de caridad con los pobres en Milán”. Una labor de la que ni sus propios padres fueron conscientes, y que conocieron posteriormente, cuando en el funeral del chico, aparecieron numerosas personas agradeciendo la ayuda del joven en sus dificultades. Una fe extraordinaria en la persona de un chico “normal”, porque, tal y como nos recuerda la Iglesia, todos estamos llamados a la santidad en medio de nuestros quehaceres cotidianos.