Este lunes, a las 12 del mediodía, se ha hecho pública la tercera Exhortación Apostólica del papa Francisco, «sobre el llamado a la santidad en el mundo actual».
Con fecha del 19 de marzo, solemnidad de San José, de este año 2018, la Exhortación «Gaudete et Exsultate», ha querido comenzar con las palabras de Mt 5,12, «Alegraos y regocijaos», que dice Jesús «a los que son perseguidos o humillados» por su causa.
Consta de cinco capítulos: «El llamado a la santidad»; «Dos sutiles enemigos de la santidad»; «A la luz del Maestro»; «Algunas notas de la santidad en el mundo actual», y «Combate, vigilancia y discernimiento». El texto ha sido publicado en español, italiano, francés, inglés, portugués, alemán, polaco y árabe, y en él, el Papa Francisco recuerda las Bienaventuranzas, como camino «a contracorriente» que Jesús nos indica para ser un buen cristiano, tal y como informa el portal Vatican News.
En el texto, además, el Papa Francisco recalca que no pretende hacer un tratado sobre la santidad, sino que es el anhelo de hacer resonar el llamado a la santidad: «No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4). (2)
Las reflexiones de esta Exhortación vienen coronadas por unas reflexiones sobre la Virgen: «… porque Ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con Ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…». (176)