“No te olvides del Burundi” es el título que sus autores decidieron poner al libro sobre la primera misión diocesana, que se presentó ayer jueves, 1 de octubre, fiesta de Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, en la parroquia de San Nicolás de Bari de El Coto (Gijón). Pensando, recordaron las palabras que el cardenal Humes le dirigió al Papa Francisco el día de su elección: “No te olvides de los pobres”, le dijo. “Eso es lo que nosotros pretendemos con este libro y lo que pretende la Delegación de Misiones, que tengamos siempre presente este aspecto misionero de la Iglesia”, recuerda el sacerdote Fernando Fueyo, quien, junto con Ángel Eladio González Quintana llegó a Burundi por primera vez para inaugurar la misión diocesana de Ntita,, en 1970.
Ahora se cumplen 50 años de aquel momento en el que la diócesis asturiana dio el paso de enviar a sacerdotes a una misión. Después vendrían más: Ecuador, Guatemala o Benín, donde se encuentra actualmente. Pero Burundi fue la primera. Y lo hicieron impulsados por dos personas que, a su manera cada uno, jugaron un papel fundamental en el proceso. La primera, fue la religiosa visitandina asturiana Sor Nieves Blanco, quien, estando en un convento en Burundi en aquellos años, animó al entonces Arzobispo de Gitega, Mons. Makarakiza, Presidente de la Conferencia Episcopal de Burundi, a ir a Asturias.
Cosa que hizo el Arzobispo, tras ponerse en contacto con Mons. Gabino Díaz Merchán, ya que la religiosa le había sugerido que “el clero asturiano era muy echado para adelante”.
La otra persona fundamental fue Luis Legaspi. Del entonces Delegado de Misiones dicen quienes vivieron aquel período que “fue el alma de la misión”, y que “sin él, no hubiera sido posible”. “Él unía a las hermanas –explica Fernando Fueyo, refiriéndose a la comunidad de Hijas de la Caridad que se sumó a la misión diocesana al poco tiempo–, llevó a cabo la conexión con Medicus Mundi, etc”. “Ese debe ser el espíritu de la misión diocesana –reconoce Luis Miguel Menes, otro de los sacerdotes diocesanos y misionero en Burundi–. El Delegado diocesano es el que coordina, anima y hace de puente, y allí era la diócesis quien nos enviaba y la Delegación de Misiones quien coordinaba, apoyaba, y quien buscaba gente para ir”.
Los primeros años fueron de aprendizaje y adaptación. Y es que “hoy en día llevamos el mundo metido en el bolsillo, –bromea Fernando Fueyo, refiriéndose al móvil–, pero en aquellos tiempos, cuando Mons. Makarakiza nos habló de su país en la visita que nos hizo en el Seminario, tuvimos que buscar en el atlas dónde se encontraba. “No éramos los pioneros en crear una misión diocesana –recuerda Fueyo–. Los sacerdotes vascos ya habían empezado años antes en Ecuador, y los riojanos habían llegado un poco antes que nosotros. Por supuesto, los religiosos llevaban ya mucho tiempo. Pero era novedoso que sacerdotes seculares se lanzaran a esta aventura”.
Una aventura en la que, de entrada, encontraron mucha pobreza y falta de medios. “En nuestra zona, Ntita, había una iglesia con suelo de tierra, que la verdad, nos sirvió durante varios años, unas escuelas de catecumenado, y poco más –recuerda Fernando Fueyo–. Los accesos a esa zona eran infernales, los puentes estaban rotos… pero fuimos adaptándonos. Tuvimos la suerte de que algún grupo español que había cerca nos recibió con los brazos abiertos, especialmente los mallorquines, que nos facilitaron su camioneta hasta que recibimos la nuestra, y mientras hacíamos el curso de lengua, nos iban a buscar los fines de semana para recorrer las misiones”.
Con los años, la parroquia fue creciendo en variedad de actividades. La población en Burundi vive principalmente dispersa, por lo que las parroquias acaban siendo el centro de la animación social, económica, religiosa y sanitaria de la zona. “Uno de estos ejemplos fue el Hospital Asturias, que hoy, gracias a Medicus Mundi, es centro de referencia. Cuando estábamos nosotros, era un dispensario grande”, recuerda Luis Miguel Menes.
Sin embargo, la pobreza o la falta de medios no fueron las únicas dificultades con las que tuvieron que lidiar los misioneros aquellos años. La lengua, el kirundi, lo complicaba todo. “El Arzobispo nos había dicho que era una lengua fácil y que la dominaríamos en poco tiempo, pero pronto descubrimos que aquello había sido más que una mentira piadosa”, recordaba entre risas Fernando Fueyo. “Era realmente hermosa, pero muy difícil, y muy distinta a las lenguas europeas. Logramos chapurrearla para defendernos, y tan sólo uno de nosotros, hasta que llegó Ángel González, y le pedimos que se dedicara a ello en exclusiva. Es el día de hoy que todavía la domina”.
El final de la misión se debió a motivos políticos. “Fue lo que trajo la guerra étnica –recuerda Menes–. Primero expulsaron a las hermanas, luego a los sacerdotes… Yo creo que lo que querían era evitar testigos, porque sin europeos, no habría testigos que hablaran”. Una tragedia que se veía venir desde hacía años, pues todos habían sido testigos del golpe de Estado del año 1976, y de cómo iban expulsando a religiosos que prácticamente no habían puesto un pie en el país. Hoy todas aquellos recuerdos, y los documentos gráficos de esos años, se encuentran recogidos en este volumen, cuyos beneficios irán destinados a la organización SOS Burundi.