Veinticinco años después de la constitución de la parroquia de Santa Olaya, en Gijón, acaba de celebrarse la consagración de su nuevo templo, un proyecto largamente deseado por la comunidad parroquial. El acto tuvo lugar este pasado martes, y estuvo presidido por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, acompañado por numerosos sacerdotes del arciprestazgo.
La parroquia surgió como un proyecto del entonces párroco de San Esteban del Mar, el recientemente fallecido padre jesuita Santiago de la Fuente. La nueva parroquia de Santa Olaya –recibió el nombre de la zona en la que se encuentra– nació desmembrada principalmente de San Esteban, pero también abarca parte de La Calzada, hasta la zona de Cuatro Caminos. Aunque con el tiempo se implicaron en el proyecto varios sacerdotes diocesanos, fue el padre Santiago de la Fuente quien en sus orígenes recorrió el barrio solicitando colaboración, hasta tal punto que la capilla de diario del nuevo templo contará con una placa conmemorativa de su persona.
Durante todos estos años, la parroquia ha estado ubicada en un bajo comercial alquilado, donde se había instalado para el culto una pequeña capilla y un sencillo despacho. Hacía más de ocho años que la diócesis no construía un nuevo templo, tras un largo parón propiciado por la crisis económica, que paralizó todos los proyectos que ya estaban en marcha, entre ellos, este.
La parroquia de Santa Olaya cuenta a partir de ahora con un nuevo complejo parroquial, situado en la confluencia de las calles Luis Braille y Camino del Lucero, destinado a atender las necesidades pastorales de un total de 10.500 personas.
A sus veinticinco años de vida, la parroquia se encuentra muy viva y con actividades que esperan acrecentarse con su traslado al nuevo templo, algo que les permitirá tener una mayor “visibilidad” en el barrio. Junto con las catequesis de los niños, se han organizado también grupos como el “Punto de apoyo”, que comprende actividades de tiempo libre y formación, el de Biblia y el de Vida Ascendente.
Cáritas parroquial atiende a treinta familias
Varios voluntarios, además, atienden a través de Cáritas parroquial a unas treinta familias de la zona, principalmente inmigrantes, y personas a las que se les ha acabado la prestación, o que con lo que reciben no pueden hacer frente al pago del alquiler y otras necesidades básicas. Además, un grupo de jóvenes voluntarios dan clases de apoyo a los niños de estas familias, una actividad que hasta ahora se llevaba a cabo en el colegio público Lloréu, cercano a la parroquia, y que ahora ya podrá realizarse en los nuevos locales parroquiales. Y es que la parroquia quiere ser en el barrio un elemento integrador de todas aquellas realidades que trabajen por el bien común: “Eso es lo que puede aportar la parroquia, fundamentalmente –explica Fernando Díaz Malanda, su párroco–. Personas que viven su fe y que tienen ganas de trabajar por el barrio, por el bien común, que estén presentes en las diferentes asociaciones que hay: la asociación de vecinos, de jubilados, en las mismas asociaciones de padres de los colegios, y que pueden aportar un espíritu de compromiso en medio de todas esas realidades de trabajo. Esa es la aportación de la Iglesia, la Iglesia que queremos y de la que nos habla el Papa Francisco cuando nos recuerda a todos esa Iglesia en salida, presente en todas las realidades”. La parroquia se levanta actualmente “en un barrio de gente trabajadora”, explica Díaz Malanda. “Hay una zona de personas más bien jubiladas, donde hasta ahora estaba situada la capilla, y la parte más joven se encuentra justo donde se ha ubicado el nuevo templo, en una zona donde hasta hace poco solo había naves industriales que, poco a poco, van desapareciendo para dejar paso a viviendas de nueva construcción.
El nuevo templo, con una fachada de ladrillo claro, se planteó desde la sencillez. Sobre un presupuesto de unos 700.000 euros, se ha levantado un edificio muy “básico”, en el que “se ha procurado gastar lo menos posible”, reconoce el párroco, pero que al mismo tiempo ha tenido que cumplir con todas las normativas establecidas, de calefacción, refrigeración o adaptación a la movilidad, al ser un edificio de uso público.
En su interior, destaca la claridad y la robustez de los elementos que la componen: piedra, hormigón, granito y madera de roble. La imagen de Santa Olaya, protagonista, ha sido la única adquirida por la parroquia en los talleres Granda de Madrid. El resto, una Virgen del Carmen –obsequio de un donante anónimo–, y unas imágenes de la Virgen y de San José, proceden de la capilla de un antiguo colegio. Se recuperaron también algunos cuadros de la antigua sede de la parroquia.
Se trata, en definitiva, de un proyecto que finalmente ve la luz, tras varias décadas de espera, y que responde al deseo de la Iglesia de “estar donde está la gente, de hacerse presente donde, en cada momento, se concentra la población”, tal y como explica el ecónomo diocesano, Antonio Nistal. “Sabemos que hay templos en el centro que están prácticamente vacíos –señala– y ahí entra la labor de conservación de la Iglesia –tenemos que cuidarlos y mantenerlos–, pero nuestra obligación es también atender otras bolsas de población en los barrios periféricos, por ello se ha dado el paso de construir este nuevo templo en la ciudad”.
José María Cabezudo ha sido el arquitecto encargado del proyecto del nuevo templo de Santa Olaya. Un proyecto que diseñó su padre, ya fallecido, y que ha ido creciendo como “una obra viva”, tal y como él mismo explica, “porque se ha respetado, especialmente la fachada, pero al mismo tiempo en el interior se han ido tomando decisiones y mejorando, a nuestro entender, lo que ya estaba proyectado”.
El edificio, levantado en un solar de 25×25 metros, consta de tres zonas: el templo, los locales parroquiales –con despachos y una sala de usos varios–, y “una pieza que aúna ambas zonas, que es el campanario, que a su vez es el núcleo de la comunicación vertical”, explica el joven arquitecto.
El arquitecto define su obra como “sencilla, duradera y humilde”, con una fachada de ladrillo, y en la que se le ha dado mucha importancia a la luz, pues “entendía que después de haber estado en un bajo, en una calle oscura y sin apenas iluminación, estando como estamos en un entorno privilegiado, un parque, era importante poder jugar con la luz y ver cómo va evolucionando a lo largo del día y con las estaciones. Por eso una de las incorporaciones fue buscar la luz cenital de la cubierta con un gran rasgado por el cual entra la luz de la mañana y por la tarde sigue siendo luminoso, a pesar de no tener luz directa”. Además, el templo cuenta con una gran cruz calada en el presbiterio, por el que “también entra la luz y con ese efecto, parece que la cruz flota en el aire”. La eficiencia energética se ha buscado “en todos los niveles –explica– desde técnicamente hasta en el consumo energético, de iluminación, porque entendemos que es importante para la parroquia y para su mantenimiento. Podemos decir que se trata de un edificio de clase A, con un consumo casi nulo, gracias a un buen aislamiento en fachada, suelo y cubierta. La calefacción –añade– cuenta con un sistema propio para la zona de despachos y salas, y otro diferente en lo que es el templo, pues mientras que en los primeros se necesita que el calor perdure, en la zona de la iglesia tan sólo tiene que calentarse mientras dura el culto”.