Este domingo, 2 de febrero y festividad de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año, en atención al Jubileo de la Esperanza, el lema de la jornada es «Peregrinos y Sembradores de Esperanza». La campaña tiene como objetivo recordar y orar especialmente por aquellas personas que a través de su consagración dedican su vida por completo a Cristo.
Y curiosamente este pasado sábado, 25 de enero, tenía lugar en la parroquia de La Asunción, en Gijón, la celebración de los primeros votos religiosos de Rut Miren, una joven, natural de San Sebastián, que, tras un largo camino y proceso de discernimiento, encontró el lugar donde la llamaba el Señor: la Congregación de las religiosas de La Asunción. Esta es su historia:
Un momento de la celebración
¿Cómo conociste a las religiosas de La Asunción?
Las conocí después de un proceso largo de caminar con el Señor discerniendo su voluntad. Llegué a ellas, la verdad, por el color. Y cuando digo «el color», hay mucha gente que se sorprende. Porque ¿cómo puede Dios mostrarte el color de la congregación donde te quiere?
La verdad es que esto del color lo sentí en un retiro, una Semana Santa, en un convento de las Carmelitas descalzas. Ya habíamos celebrado que el Señor había resucitado y sin embargo yo sentía que aún seguía con Él en la cruz, junto a María. Y sentía que el Señor me decía que me estaba cerrando a la posibilidad de usar hábito. La verdad es que me asusté y pensé que Dios me quería como religiosa de clausura. Aunque luego ya me hizo ver que no.
Al volver a la vida diaria, después del retiro, y veía a religiosas vestidas de diferentes colores, comencé a preguntarle al Señor, ¿de qué color debo vestir? ¿De negro, de marrón, de gris? Lo cierto es que, sin saber por qué, empecé a comprarme ropa morada. Me iba a las tiendas, y me llamaba la atención el color morado en todo.
Por aquel entonces yo colaboraba con los jesuitas en San Sebastián, en su parroquia. Hacía las lecturas, daba la comunión, todo lo que necesitaran. Y bueno, por la situación en que vivíamos en aquel momento, por falta de vocaciones, por la pandemia, tuvieron que disminuir las eucaristías que se celebraban y una de las hermanas de La Asunción que vivía entonces en San Sebastián, donde la congregación tiene un colegio, empezó a ir de vez en cuando a la misa donde yo colaboraba. La vi, y claro, me llamó la atención. Un día salí tras ella al finalizar la misa, la paré y le dije que el Señor me llamaba a ser religiosa, y que me gustaría conocerlas. Así comencé y bueno, aquí estoy hoy.
Aquí estás, con tu hábito morado tan característico de las religiosas de La Asunción. Yendo un poco hacia atrás, ¿cómo fue el momento en el que sentiste que tenías vocación? Porque tu familia no era especialmente religiosa.
Yo llegué a la Iglesia en el 2003, a raíz de la muerte de una abuela mía. En aquel momento, comencé poco a poco a ir cada vez más. En mi parroquia, en el pueblo de Elgoibar, San Bartolomé, se dieron cuenta y me preguntaron si quería colaborar más, haciendo, por ejemplo, de lectora. Y así lo hice. Poco a poco empecé a dar catequesis, me confirmé, y entré en contacto con un grupo de jóvenes que había en la parroquia que pertenecían a la Renovación Carismática. Se reunían en un convento de Clarisas, y me invitaron a los encuentros, que solían tener cada semana. Empecé a ir con ellos y a profundizar mucho más en la fe.
Fue precisamente en un retiro de Carismáticos que tuvimos en Madrid, cuando sentí por primera vez que el Señor me decía que mi vida era la vida religiosa. Pero yo, desde luego, no conocía todavía lo que era la vida religiosa. Empecé a investigar un poco por Internet, y vi que había muchas congregaciones religiosas femeninas. A partir de entonces, todavía entendía menos. Recuerdo que pensaba: «pero ¿por qué tantas religiosas? ¿Qué diferencias hay entre ellas? ¿No pueden estar todas juntas?».
El Señor me fue mostrando poco a poco cuál era mi lugar. Y así llegó el 2015, donde sentí por tercera vez que tenía que ser religiosa. Y fue cuando de verdad dije, «vale, Señor, si eso es lo que tú quieres». Y entonces empecé un proceso de discernimiento en serio, a ver en qué congregación tendría que ingresar.
El sábado, en la parroquia, estuviste acompañada de familiares y amigos que llegaron de multitud de sitios en coche, en avión… Una vez que tomaste la decisión, parece que tu entorno lo ha asimilado. ¿Cuál fue su reacción al principio?
Bueno, el gran problema lo tuve con mi madre, sobre todo. También, al principio, un poco con mis hermanas y sobrinas.
Mi familia no es practicante y todos esperaban que eligiera otro camino. Que tuviera una pareja, que me casara y tuviera hijos. Incluso llegaron a decirme que quizá lo que quería era una pareja que fuera chica, como yo.
Los amigos más cercanos, aquellos con los que compartía mi fe, por supuesto se lo tomaron muy bien.
Fue la familia a la que le costó más. Al principio me hacían muchos chantajes emocionales. No comprendían mi decisión y llegó un momento incluso en el que tuve que irme de casa, aunque luego volví, claro.
Sin embargo, en este proceso de formación con La Asunción, en el que he ido conociendo a la congregación y haciendo camino, he visto que mi madre también está haciendo su proceso. Ha ayudado, desde luego, el que, en todos los sitios por los que he ido pasando estos últimos años, los colegios, las diferentes casas, se ha acogido muy bien a mi madre y ha podido pasar unos días en cada casa. Eso veo que le está ayudando a entender, porque al principio pues empezó con una depresión y me decía que era culpa mía. Entonces yo me sentía muy mal también.
¿Cómo te imaginas tu futuro a partir de ahora?
Pues la verdad, el futuro no me lo imagino del todo. Y tampoco quiero imaginármelo, porque el imaginármelo me trae miedos. Y además siento la invitación del Señor a que viva el momento. Que intente dar lo mejor de mí. Y desde luego, La Asunción me está ayudando a eso, a dar lo mejor de mí, a ser aquello que debo ser de verdad, porque siento que vivo en una gran libertad.