Para muchos españoles esta JMJ fue un tanto atípica, pues coincidió en pleno invierno, este pasado mes de enero, y eso dificultó que muchos jóvenes pudieran viajar para vivir semejante experiencia. ¿Qué ha supuesto para ustedes y para su diócesis esta jornada?
Realmente no ha sido sólo para la diócesis, sino para toda la región de Centroamérica. Y sí, ha habido un antes y un después. En el antes, con la gran sorpresa y gratitud a Dios por la elección que el Papa Francisco realizó para esta pequeña zona del continente americano. Al principio sentimos temor, pero después vino la confianza en que cuando Dios nos elige, también nos capacita para que podamos realizar el proyecto que tiene para cada uno de nosotros. Después, vino la preparación inmediata de toda la logística y finalmente, el gran evento que fue marcando la vida dentro de la Iglesia. Ahora, nos toca replantearnos esos retos que nos marcó el Papa Francisco, que suponen todo un proceso de evangelización, tomando en cuenta especialmente a los jóvenes, no sólo como destinatarios, sino como protagonistas.
Fueron unos días plagados de símbolos. El recuerdo de Venezuela, el Papa con los presos, el encuentro de jóvenes indígenas, o fotos para el recuerdo como esa imagen del chico en la silla de ruedas alzado sobre la multitud, ¿con qué imagen se quedaría usted?
Son tantos los signos y símbolos de esta Jornada… Yo me quedaría con el rostro de esperanza de la gente, no sólo debido a la presencia del Papa Francisco, sino también gracias a la oportunidad de poder descubrir en cada peregrino a un hermano. Yo creo que para la Iglesia centroamericana esta Jornada Mundial de la Juventud supuso un reencontrarnos con la Iglesia universal en toda su diversidad, y ver que a pesar de las diferentes culturas, lenguas y costumbres, somos uno. Yo creo que esto fue para mí lo más impactante: comprobar la diversidad dentro de la Iglesia, pero también la unidad. Nos une una misma experiencia de Jesús, y además esta jornada ha tenido algo especial, que ha sido la presencia de María.
La JMJ de Panamá tuvo, como no podía ser de otra manera, un marcado sabor latinoamericano, algo que se comprobaba mismamente viendo a los diferentes santos y patronos que ha tenido: santa Rosa de Lima, san Óscar Romero, san Juan Diego…
Sí, algo que ha invitado a los jóvenes a cuestionarse cómo responder en cada momento a esa llamada a la santidad. Hay un gran santo patrono que, además, robó el corazón de la juventud que asistió, que fue el niño José Sánchez del Río, que murió con apenas 13 años gritando “Viva Cristo Rey”. También Óscar Romero ha sintetizado el caminar de la Iglesia latinoamericana, una Iglesia que ha vivido el martirio. Además tuvimos una experiencia muy bonita con él, ya que comenzamos a preparar la JMJ siendo beato, y la culminamos siendo ya santo. San Martín de Porres nos hablaba de la realidad afro y el indio Juan Diego, nos recordaba la presencia de los indígenas.
En una JMJ se reúnen en un mismo sitio jóvenes llegados desde todos los rincones del mundo, algo especialmente enriquecedor. ¿Tuvo la oportunidad de charlar con ellos?
Sí, y pudimos vivir muchas anécdotas. Las prejornadas fueron el momento de reencontrarse con la Iglesia real, con la gente llegada desde diferentes lugares: jóvenes que venían de Filipinas, de Palestina, de Jordania, de África, de Europa etc. Una de las grandes riquezas de estas jornadas es poder descubrir a estos jóvenes expresando su fe con naturalidad. Toda una gran bendición de Dios. Nosotros también pudimos descubrirnos como pueblo acogedor.
El Papa pronunció numerosos discursos a lo largo de los cuatro días en los que permaneció en Panamá. ¿Qué mensaje cree que dejó en la JMJ?
Yo creo que el Papa vino a confirmar eso que en la Iglesia hoy tenemos que asumir y aceptar: el joven no es el futuro, sino que es el hoy. Eso nos compromete a todos a darles a los jóvenes verdaderos espacios. A no solo hablarles, sino escucharles y que puedan estar presentes en todas las estructuras de la Iglesia. Para mí este es el gran reto que tenemos con la JMJ, que para algunos va a ser difícil pero sólo hay una forma y yo estoy convencido: el cambio que la Iglesia y el mundo necesita sólo podrá venir si los jóvenes asumen responsablemente su papel hoy, y si los adultos les damos esa oportunidad. Es aquello que el Papa tan hermosamente nos dijo: “Necesitamos jóvenes soñadores y ancianos visionarios; no ancianos que sean pesas, sino ancianos que puedan impulsar a los jóvenes a abrir caminos, aunque no sepamos a dónde van esos caminos”.
Las JMJ suelen ser especialmente fructíferas: es frecuente que grupos, iniciativas o asociaciones nazcan al amparo de las mismas, una vez finalizadas. ¿Ha pasado lo mismo en esta ocasión?
Yo lo estoy sintiendo. Y no sólo en Panamá, sino también en otros países. Creo que esta jornada fue un buen planteamiento vocacional, donde los jóvenes se cuestionaron qué quiere Dios de ellos, y como decía nuestro lema, debemos responder: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra”. Creo que ese fue el gran mensaje de esta JMJ. Hay que definirse, no podemos estar eternamente en duda. Dios tiene un proyecto para nosotros, y ese proyecto será el que permitirá que transformemos la Iglesia y el mundo.