El padre José María Fernández, asturiano y martirizado en 1936, beatificado en Madrid

Publicado el 10/11/2017
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“Hay que hacer frente a las dificultades y mostrarse alegre en las luchas, pues en eso se conoce si amamos a Dios”, decía el padre José María Fernández Sánchez y este pensamiento fue probado con entereza cuando sufrió el martirio por la fe. Su testimonio y defensa de los valores del Evangelio han hecho que fuera beatificado el 11 de noviembre en Madrid junto a otros 59 mártires de la familia vicenciana.

Nació en Oviedo el 15 de enero de 1875 y fue bautizado en San Isidoro el Real. Estudió en el Seminario diocesano de Santo Domingo donde comenzó su trato con los padres paúles responsables de la dirección espiritual. Con veinte años solicita el ingreso en la Congregación de la Misión y el 18 de octubre de 1898 se ordena sacerdote. Es enviado a Roma para completar sus estudios y se doctora en Sagrada Teología. A su regreso ejerce como profesor de Teología y Derecho Canónico en la Casa Provincial de Madrid. En 1911 es nombrado superior de la Escuela Apostólica de Guadalajara en la que dejó el recuerdo de su santidad entre todos los que lo trataron. 
Sus superiores le reclaman en ese momento para iniciar una misión en Cuttack, capital de la provincia india de Orissa: “Tenía una forma muy especial de anunciar el Evangelio y, aunque conocía muy poco el idioma de toda la zona, era tal la unión y el sentimiento que ponía que entendían lo que decía en sus sermones, la gente lo consideraba un misionero santo”, explicaban quienes habían convivido con él en aquella época. 
La vida en la misión era muy dura: la soledad en la selva, sin alimentos, sin conocer el idioma… Visitaban las comunidades más alejadas para administrar sacramentos, formar maestros y catequistas y predicar la palabra de Dios. A estas dificultades se añadían la exigencias que el mismo padre José María se imponía y que intentaba inculcar predicando con el ejemplo. Su austeridad no siempre fue bien entendida y algunas quejas provocaron que se decidiera su regreso a España. Una severa prueba que supo afrontar con humildad y sumisión desde la fe. 
Su destino sería Oviedo como director espiritual de seminaristas y encargado de la cátedra de Teología Pastoral y Teología Moral. Su trayectoria y cualidades le convertían en la persona perfecta para ser formador de la Hijas de la Caridad y en 1930 es nombrado subdirector de la Provincia Española de la orden .  Miles son las hermanas que se beneficiaron de su magisterio. 

Cara“No nos entristezcamos”
Ya en Madrid se instala en la comunidad conocida como la “Casa de los capellanes” y allí es donde lo detienen el 25 de julio de 1936, junto al padre Roque Guillén y los hermanos Cesáreo Elexgaray y Cristóbal González. Días antes habían asaltado el edificio contiguo de las Hijas de la Caridad, manteniendo a las hermanas bajo vigilancia y con todas las entradas clausuradas, sin darse cuenta de que los cuatro religiosos se habían quedado encerrados en el edificio.
Cuando descubren su presencia son inmediatamente detenidos, hay constancia de que estuvieron en las checas (centros de detención) del palacio del duque de Medinaceli y de Fomento 9. Durante su reclusión recibieron contantes amenazas y fueron sometidos a agotadores careos e interrogatorios para sonsacarles información que pudiera ser útil en la persecución de la Iglesia. En un momento dado el padre José María tuvo la oportunidad de entrevistarse con algunas Hijas de la Caridad y llegó a decirles: “Mucho he padecido sabiendo las angustias que ustedes pasaban; hoy que soy participante de ellas, me encuentro feliz y doy gracias a Dios. No nos entristezcamos por vernos en prisiones, nuestro Santo Padre las sufrió dos años y jamás le pesó. Alegrémonos por el bien espiritual que este estado nos reporta.”
Fue martirizado, junto a otros compañeros de encierro, el 23 de octubre en el cementerio de Vallecas. Los expedientes y certificados de defunción permitieron conocer  los datos morfológicos y detalles de su ropa que permitían identificarlos, así como la crueldad del martirio sufrido. La valentía del padre Elías Fuente para recopilar información hizo posible recomponer todos los hechos de la historia y en 1941 exhumar sus restos para trasladarlos a la cripta del cementerio de los padres paúles en la sacramental de san Isidro. En el momento de su muerte el padre José María, que tenía 61 años, agarraba con fuerza un rosario que recogió uno de los sepultureros para entregarlo a la casa centra de las Hijas de la Caridad y que ahora conserva uno de sus sobrinos nietos. 
Precisamente algunos de sus descendientes, sobrinos nietos por parte de su única hermana, se han reunido antes de la beatificación con el Arzobispo de Oviedo en un gesto más para mantener viva la memoria de la fortaleza, entrega y gran fe que el padre José María transmitió a todos los que lo conocieron personalmente o descubren su testimonio y magisterio.