El pasado 30 de septiembre de 2019, el papa Francisco instituyó el III domingo del Tiempo ordinario (en este caso, será el domingo, 26 de enero), como «Domingo de la Palabra de Dios». Se trata de un paso más en el camino abierto por el Concilio Vaticano II, concretamente por la constitución dogmática Dei Verbum, cuando insiste en que «es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual» (DV, n. 21).
En las últimas décadas, y animada por el Concilio, la Iglesia ha dado pasos muy importantes en la tarea de dar a conocer la Palabra de Dios. La revisión de la liturgia de la Palabra en la celebración de la santa misa, así como la presencia de la Escritura en todos los sacramentos, la publicación de numerosas y excelentes traducciones de la Biblia, la divulgación de materiales orientados a distintos ámbitos de la animación bíblica de la pastoral, los innumerables proyectos de lectura creyente de la Biblia en parroquias y diócesis, son expresión de esa nueva sensibilidad conciliar.
Estos esfuerzos se han visto fuertemente impulsados en los últimos años por la celebración del Sínodo sobre «La Sagrada Escritura en la vida y en la misión de la Iglesia» y la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, del papa Benedicto XVI. El empeño misionero y evangelizador del papa Francisco, cuyo programa quedó plasmado en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), vino a reforzar todavía más este deseo de que la Palabra de Dios llegue a todos.