Romina Saraceno, argentina de 33 años, tomará los hábitos este sábado, 29 de mayo, en la comunidad de las Clarisas de Villaviciosa.
¿Cómo nació tu vocación religiosa?
Aunque hubo algunas pistas durante mi niñez y juventud, empecé a sentirla más fuerte hacia los 25 años. Fui a la Universidad, tengo el título Superior en Lengua y Literatura, y en aquel momento tenía trabajo, un sueldo, me había comprado un coche y estaba comenzando a construir mi propia casa. Sin embargo, el Señor encontró cualquier ocasión para conquistarme. Mi madre es católica, y gracias a ella habíamos tomado todos los sacramentos e íbamos siempre a misa, pero aún así, hubo una etapa, de joven, en que uno se va desprendiendo de la Iglesia y de los ritos familiares. Después de los 21 años empecé a colaborar con mi parroquia. Un día fui a un retiro de Adviento, y sentí que me tocaba cada palabra que decía el sacerdote, y ahí dije: “Acá tengo que quedarme”. Más adelante, un día dando clase me sucedió algo muy extraño. Me quedé totalmente paralizada, y sentía que no estaba en mi sitio. Mi trabajo me apasionaba, pero el Señor me había zarandeado.
¿Cómo llegaste de tu país natal a Villaviciosa?
A través de las redes sociales, vi a una chica que hacía propaganda vocacional. Yo ya había tenido una experiencia de clausura en Argentina en la que no me había ido bien. Además, el tema de la edad allí representa una clara desventaja, cuando pasas de los treinta. Lo pensé mucho, me tomé un año donde trabajé en diferentes cosas, y dejé que hablara el Señor, hasta que vi que no sería feliz de otra manera.
Tus pasos parecían ir más encaminados, en un primer momento, hacia la vida activa, sin embargo.
Cierto, en mi vida yo iba acumulando actividades, no me había quedado cosa alguna por hacer. Al mismo tiempo, sentía que el Señor me llamaba a algo más profundo. Uno cree que las actividades son las que llenan el alma, y cuando el servicio es genuino y profundo, vas sintiendo que eso no te colma. Yo sentía que el Señor me llamaba a algo más, a estar con Él. En algún momento de mi oración personal –lo cuento por si puede servirle a alguien de ayuda–, yo le decía: “Señor, ¿cuándo me vas a dar un momento de estar con vos, porque estoy tan en activo”… Con mayor discernimiento comencé a sentir el llamado a la vida de clausura sobre lo que no tenía ni experiencia, ni conocimiento, ni referencia alguna sobre lo que era. Incluso le preguntaba a Dios si estaba seguro de que era eso lo que me pedía. Aunque luego pensaba: “Bueno, si voy a ser feliz”. En aquel tiempo hice un retiro donde vi hermanas de clausura y me bastó mirarles a los ojos para decir: “ese es el Dios que busco”. Cuando uno se enrola mucho con la vida activa, y esto no es una crítica, a veces caemos en la tentación de creer que podemos salvar al mundo con nuestras manos y yo tengo justo esa tendencia. Por eso, como el Señor es muy inteligente, me dijo: “Vení para acá porque yo quiero tu alma”. No me quiere por mi servicio, aunque esto son sin duda ofrendas, sino que me quiere por algo más. La vida contemplativa es estar: estar con Dios. Luego el día a día tiene sus colores, y en ese sentido me apropio de lo que decía la hermana Claire, que “ofrecía todos los días su cheque en blanco al Señor y donde le pidiera, iba con alegría”. Yo aún no (risas). Todavía primero pongo mala cara y luego voy.
En nuestra comunidad también llevamos una vida muy activa dentro, e intentamos elevar a Dios nuestros sacrificios y sufrimientos. Hay oficios que nos gustan más que otros y lo que sea que te toque, siempre hay que hacerlo en ofrecimiento, sobre todo lo que no nos gusta o lo que nos cuesta. Por ejemplo, la plancha. Cuando llega la ropa digo: “¡Ay, no puedo, no puedo!” (risas). Las hermanas estamos también para ayudarnos, y eso se ve en el día a día. Cuando yo estuve de ejercicios estos días, las hermanas asumieron mis oficios y se agradece mucho y emociona, porque ves el amor de las hermanas, que no es infecundo, no es simplemente hacerlo porque toca.
Este sábado tomarás los hábitos, ¿qué simboliza?
Dentro de la vida monástica tenemos etapas. Yo inicié, desde Argentina, el aspirantado, que es cuando vas conociendo a la madre abadesa, comentando tus inquietudes y viendo si tu perfil va para la comunidad, y la comunidad para tu perfil. El siguiente paso, ya en España, es el del postulantado, que es el día a día de ir conociéndonos, de tener los encuentros, la formación, la convivencia. La comunidad decide y yo también, si puedo crecer espiritual y humanamente en ella; qué cosas van bien y cuáles no. Posteriormente las hermanas se reúnen y votan mi pertenencia a la comunidad, y me dieron el sí. Obviamente, con cosas a cambiar que no hacía falta que me dijesen, porque ya las sé, el Señor se encarga de ello. Escuchar la voz de la madre y la comunidad es escuchar la voz de Dios.
La toma de hábitos simboliza que oficialmente estoy integrada en la comunidad, que soy parte. Después seguirá la etapa del noviciado, que tengo todavía que pulir mucho. Toda la vida consagrada es purificación, pero los primeros pasos son muy importantes porque todo lo que vos te vayas forjando y formando es lo que te va a hacer como monja.