La crisis sanitaria y la situación de confinamiento agudizó el ingenio de muchas personas, no sólo para volver a la repostería tradicional en sus casas o caminar kilómetros diarios en pisos diminutos, sino también para ayudar a aquellos que peor lo estaban pasando. La iniciativa “Uno somos todos” es un buen ejemplo de ello.
Nació de la hermana Alicia Fernández, religiosa de María Inmaculada y responsable en la diócesis del Secretariado de Migraciones. “Cuando nos confinaron –recuerda– me di cuenta de que había bastantes personas, sobre todo jóvenes, mujeres y también varones, que estaban viviendo en habitaciones y que, o habían perdido el trabajo, o directamente no habían podido trabajar nunca. Pero claro, las habitaciones, las seguían pagando. Me preocupaba mucho esa situación, porque si no podían pagarlas ¿a dónde iban a ir? ¡Si todo estaba cerrado! Me empecé a preocupar y lo llevé a la oración. De una manera espontánea, un día me acordé de que, en la Biblia, el profeta Joel dice “Los ancianos tienen sueños y sueñan. Y los jóvenes ven visiones”. Me tocó mucho porque yo me identifico con ello, pues soy anciana, y esta preocupación que yo tenía, quizá podía ser un sueño”.
“Así que, buscando una materialización de su sueño, decidió explicarle su preocupación a Tatiana Valverde, una joven ecuatoriana que llegó siendo una niña a Asturias, y que desde hace años es voluntaria en el centro social de las religiosas de la calle San Vicente, de Oviedo. “Tatiana me escuchó, y me dijo que habría que hacer un proyecto. Lo cierto es que recibí su propuesta como si realmente fuera una visión, pero yo no sabía por dónde caminar. Fueron los jóvenes los que organizaron todo rápidamente, y el resultado ha sido muy bonito”.
“Uno somos todos” se convirtió en un proyecto para ayudar a jóvenes inmigrantes a cubrir necesidades básicas y concretas, más allá de otras ayudas de comida, que podían proporcionarles la Cocina Económica o las Siervas en Oviedo. “Cáritas sale evidentemente al paso de las necesidades, eso lo sé y lo he experimentado –reconoce la hermana Alicia– pero a veces hay pequeñas carencias para las que no es necesario tener que acudir a Cáritas. Cosas tan sencillas como que a una chica le sale un trabajo en una casa, y no tiene unas zapatillas para estar allí correctamente, y no va a estar en botas. Es decir, hay necesidades más allá de la habitación y la comida, necesidades concretas que se pueden atajar fácilmente. Y me las suelen decir porque tengo charlas con ellos frecuentemente. Cuando vienen a buscar trabajo a casa, y les hago un seguimiento, suelen contarme muchas cosas, y a partir de ahí percibo cuáles son sus apuros. A veces cosas tan sencillas como gel, o champú, u otras necesidades íntimas para las que no haría falta acudir a Cáritas porque a lo mejor estamos hablando de 10 euros. Tatiana entendió todo esto muy bien y todo lo que se ha hecho ha sido trabajo suyo y de su grupo”.
La propia Tatiana reconoce haber captado el mensaje con facilidad, porque también ella era consciente de que muchos chicos del centro social lo estaban pasando mal con la situación. “Les conocemos bien porque al fin y al cabo, pasamos todo el año con ellos, los fines de semana. Sabemos de sus carencias, no lo podemos pasar por alto”, explica. Por eso, “en cuanto Alicia nos dijo que tenía una preocupación, nos pusimos a trabajar y nos dimos cuenta que había mucha gente queriendo ayudar, pero que no sabían cómo, teniendo en cuenta que estábamos todos confinados y no podíamos movernos de casa”. La solución vino en forma de cuenta corriente. Una manera sencilla y segura de colaborar para paliar esas necesidades concretas que se observaban entre los jóvenes inmigrantes que frecuentan el centro social de las religiosas de María Inmaculada. El número de cuenta se proporcionó a través de la asociación López y Vicuña, y los voluntarios decidieron dar forma al proyecto con un nombre (“Uno somos todos”) y dándolo a conocer a través de las redes sociales y whatsapp. Han sido pequeñas cantidades, muchos incluso de los voluntarios no han podido aportar nada, pero “mucho poco hace un mucho”, reconoce la hermana Alicia, y hoy en día han podido recaudar más de 1.700 euros para ir ayudando a unas 26 personas en sus penurias cotidianas.
En este caso, es interesante caer en la cuenta de que la mayor parte de los voluntarios que se han involucrado en esta iniciativa son también personas inmigrantes, que en su día recibieron ayudas y hoy están devolviendo esa generosidad con quienes acaban de llegar. “Yo soy ecuatoriana, vine muy pequeña y llevo ya mucho tiempo viviendo en Asturias –reconoce Tatiana– pero al estar colaborando en el centro social, no se me olvidan muchas cosas. Todos nos sentimos igual, al estar viviendo en un país que no es el tuyo de nacimiento, donde parece que tienes recelo y te sientes cohibido, como si no tuvieras derecho a cosas. En el centro social esto se intenta cuidar mucho, porque tan importante es lo material, como la sensibilidad, la dignidad de las personas. Las hermanas abren siempre sus puertas, nos quieren mucho y eso lo experimentamos todos”.
La recuperación, al menos desde el Secretariado de Inmigrantes, con el gran número de personas que atienden día tras día, se antoja lejana. “Va muy lento”, reconoce la hermana Alicia, quien asegura que lo que se necesita es “trabajo”, y junto a eso, en su casa se procura paliar de alguna manera esa “gran soledad afectiva” que sufren tantas personas que llegan de fuera, casi siempre solas, y muchas veces, siendo casi unos niños.