Nació en San Martín de Laspra, en 1914. Sus padres, José y Vicenta, tuvieron 13 hijos, Luis era el décimo. El padre trabajaba en la fábrica de Arnao, y además tenían algo de ganado. Estudió en la escuela primaria como todos los hermanos, pues la familia era muy humilde y no podían enviarles a colegios. Destacó siempre por su piedad, era sacristán en la parroquia: ayudaba en misa por la mañana y después iba al colegio; al mediodía volvía a tocar al campana, y a la tarde, el rosario. Entró en el Seminario en 1930. Consiguió una beca para poder estudiar gracias a una herencia de un señor de Avilés, que quiso pagar los estudios de un sacerdote de Avilés o cercanías. Un compañero suyo decía “estaba enamorado de su vocación. Era muy agradable en el trato”. Le tocó vivir la revuelta revolucionaria en Valdediós. Allí llegaron las noticias de sus compañeros mártires y según su hermana Paz, “después del funeral de los seminaristas, él decía que los envidiaba, que él sería feliz con ser mártir. Se sentía orgulloso de ellos. Nosotros no le creíamos y le decíamos “Tú estás tonto”; pero él estaba convencido”.
Un compañero recordaba que “en el año 1930 entró en Valdediós, y desde el primer día se mostró contento, como el Seminario fuera para él su propio hogar. Su carácter era dulce y apacible, su ánimo tranquilo, agradable y cariñoso para con todos sus compañeros, sumiso y obediente a sus superiores. Siempre se le veía en los trabajos más humildes del Seminario, sin mostrar desagrado ni contrariedad. Seguía todos los toques de campana, ya fuesen para estudio, ya para clase, para recreo o cualquier otro acto, con manifiesto gusto y puntualidad. Su caridad para los compañeros, interés por el esplendor del culto y confianza que merecía de parte de los superiores, vinieron a concretarse en los cargos de enfermero y de sacristán, que por mucho tiempo desempeñó a satisfacción de todos”.
Al estallar la guerra, él se encontraba en su casa con su familia, y reciben un aviso de que lo quieren apresar. Se escondió en La Carriona (Avilés) en casa de una familia de izquierdas, amigos. Le descubrieron y se lo llevaron preso. Lo asesinaron en Gijón. Un médico certificó que le habían pegado 11 tiros. Le mandaron levantar la mano y decir algo, y Luis dijo: “¡Viva Cristo!” y en la mano le pegaron un tiro. Le volvieron a decir “Levanta la mano y ¡viva la República!” Volvió a levantar la mano y dijo “¡Viva Cristo!”. Y entonces le pegaron cinco tiros en el vientre. Y todavía dijo: “Viva Cristo!” con las balas en el vientre y luego le tiraron a la cabeza y allí quedó”. Tenía 22 años de edad.