El colegio diocesano Sagrada Familia recibió esta semana la visita del Arzobispo, Mons. Jesús Sanz
Este pasado lunes todo el colegio de la Sagrada Familia de Oviedo hizo fiesta por la mañana. Recibían una visita especial, la del Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, quien se acercaba a conocer de cerca las instalaciones de uno de los siete centros educativos de la diócesis, y el único situado en Oviedo. Un centro especial, por sus pequeñas dimensiones, por su carácter familiar, por la complejidad de gran parte de las situaciones personales que albergan en sus aulas y por la sencillez y el cariño con los que afrontan las dificultades que viven prácticamente a diario.
Son un total de ciento diez alumnos, de los cuales treinta y cuatro están diagnosticados con necesidades educativas especiales. Tan solo esas cifras ya suponen una diferencia abismal con la mayor parte de los centros escolares, y eso que según los educadores, “son bastantes más los que necesitan una atención específica, pero no han sido nunca valorados por especialistas”.
Niños con discapacidades físicas y psíquicas, niños que viven en centros de acogida, niños con trastornos de conducta y niños en situaciones de vulnerabilidad y exclusión conviven con otros de familias normalizadas, en un centro que, por sus reducidas dimensiones, ha creado una atmósfera de acogida y aceptación muy particular. “Aquí no tenemos nunca problemas de bulling –señala su directora, Miriam Fernández–. Aunque por supuesto hay roces y problemas, todos se ayudan y se apoyan entre ellos. Y como en esta vida uno, cuando se siente útil, mejora, el afecto que reciben aquí lo vuelcan sobre sus compañeros, entienden la dignidad de los más débiles y se esfuerzan por cuidarles. A veces –señala– vivimos momentos con ellos que son absolutamente maravillosos. Ves críos que tienen dificultades para controlar sus impulsos, críos que tienen problemas de conducta porque sus circunstancias les llevan a desbordarse, y de repente les encuentras echando una mano en el comedor y dando de comer a los más pequeños o a los que, por sus circunstancias, no se valen por si solos… es una maravilla”.
El pequeño tamaño y el carácter familiar del centro favorece también esa integración de chicos cuya estancia fracasó en otros colegios. “Prácticamente todas las semanas entran chicos nuevos en el centro –señala Miriam Fernández– algunos llevan mucho tiempo sin escolarizar, otros vienen de otras comunidades autónomas y otros llegan rebotados de centros donde no encajaron, por distintas circunstancias, quizá porque el número de alumnado que había no permitía esa atención personalizada que ellos necesitan. Aquí encuentran un lugar donde se les educa, se les enseña, y de alguna manera somos más permisivos porque podemos, gracias al reducido número de alumnos que tenemos y porque entendemos que muchas de las cosas que hacen no pueden evitarlas: estamos hablando de gente que tiene trastornos, que ha sufrido vivencias tremendas, y procuramos aportarles experiencias de vida, favorecer que salgan, que vayan al teatro, que aprendan a comportarse, a valorar las cosas, y la verdad, en seguida se enganchan”.
El colegio Sagrada Familia, situado en el barrio de San Lázaro, nació en la posguerra, como un internado, a iniciativa de Carmen Menéndez de Luarca. “Esta mujer tenía la inquietud de que las niñas que tenían problemas personales o familiares, en aquellos años, pudieran tener la posibilidad de formarse y acceder a una educación”, explica Ana Sedano, jefa de estudios de Secundaria del centro. “Comenzó la obra con sus propios medios, y en los inicios, procuraba enseñarlas un oficio con el cual ganarse la vida. Con los años, se vio la necesidad de integrar a las chicas internas en el barrio, y así fue como nació el colegio. Cuando ya, en los últimos años de su vida, no podía continuar dirigiendo el centro, pasó la titularidad a la diócesis, que se hace cargo desde entonces”.
Desde ese momento, y siguiendo los mismos principios fundacionales con los que se creó, la Sagrada Familia tiene como meta la educación de los chavales, pero no sólo, ya que procura cubrir to-das las necesidades que surgen, que no son pocas. Reciben ayudas del Ayuntamiento, de Servicios Sociales, con becas de comedor y desayuno, “pero hay un gran número de chiquillos que no se pueden beneficiar de estas ayudas –explica la directora– y por tanto tenemos que estar atentos a que no haya niños que se queden sin desayunar, por ejemplo, pues muchos vienen sin ingerir alimento alguno por las mañanas. Así que les preguntamos, y si no han desayunado, les mandamos al comedor, lo primero. De la misma manera, procuramos hacer paquetes de comida para que se lleven los fines de semana o en vacaciones para aquellas familias que no tienen poder adquisitivo para comprar alimentos”. “Por desgracia a todos en algún momento de nuestra vidas nos ha tocado vivir situaciones complicadas –finaliza Miriam, la directora– y a ellos, en la mayoría de los casos, les ha tocado vivir esos momentos tan duros en edades en las que uno debería ser feliz siempre. Y eso es lo que hace especial nuestro colegio, eso y la esencia con la que nació, de apoyo a los más necesitados, y que todos nosotros intentamos mantener cada día”.