El pasado viernes, en la capilla mayor del seminario de Oviedo, las hermanas Yuly y Jessica, de la familia religiosa de Lumen Dei, hicieron su profesión religiosa solemne. En el día en que la Iglesia conmemora a María Magdalena, apóstola de los apóstoles – según la expresión del papa Francisco – dos mujeres optaron por convertirse también en apóstoles del resucitado. En su homilía, el obispo don Jesús, que presidió la Eucaristía, partió la palabra del día comenzando con la imagen de María Magdalena que va al sepulcro de Cristo en busca de un muerto. Pero en esta historia, que es una historia de lágrimas, se encuentra por primera vez con alguien a quien no reconoce en esa primera mirada, alguien que la espera en el umbral de su dolor y le pregunta: ¿por qué lloras? ¿A quién estás buscando? Estas dos preguntas, dijo el obispo, refiriéndose a las hermanas, resumen la historia de vuestra vocación, que es la historia de vuestra búsqueda y de vuestro llanto. El arzobispo recordó como detrás de una profesión religiosa, igual que un matrimonio o una ordenación sacerdotal, siempre hay una larga historia, en la que se ha ido madurando y creciendo en el amor. Porqué, siguió don Jesús, un paso definitivo solo se da desde el amor, en el momento en que alguien corresponde a algo que en tu corazón siempre ha latido como un palpito de verdad. Llega un momento en el que no podemos ser eternamente novios (o novicios), ha dicho el arzobispo, y en el cual esa historia debe hacerse compromiso. La historia de un noviazgo como el que vivieron las hermanas Yuli y Jessika, que es también historia de un carisma particular, el de Lumen Dei, sigue desplegándose en los tres votos que las hermanas profesaron solemnemente en las manos de la madre general, la hermana Elizabeth, tras haberse tumbado al suelo mientras la asamblea cantaba las letanías de los santos. Este signo conmovedor, de una Iglesia que intercede toda para que su misterio – el de la unión íntima y radical con Dios en Cristo– acontezca en la vida de cada uno de sus hijos, nos habla de una compañía luminosa, compuesta por todos aquellos que en el tiempo han podido manifestar la vida del Resucitado, en ellos, también a través de la pobreza, la castidad y la obediencia. La pobreza, ha dicho don Jesús, que es elegir la riqueza que no falla; la castidad, que es elegir el amor que no falla; y la obediencia, que es lo que nos hace nosotros mismos según el plan de Dios. Tres votos que no son censuras, sino al revés, en ese momento de la historia son más bien afirmaciones rebeldes. Efectivamente, el testimonio de dos mujeres que han encontrado al Resucitado y han sido atraídas por El – como la esposa del Cantar de los cantares – hasta la entrega de toda su vida, rompe los esquemas, y hoy como ayer, sigue manifestando como nos sorprende este Cristo, al que algunos todavía pretenden embalsamar, como si de un muerto se tratara, y sin embargo, en palabras del arzobispo de Oviedo, él es el Viviente, cuyo nombre enjuga lágrimas, cuyo rostro, únicamente, satisface nuestra búsqueda. Ojalá nuestra búsqueda y nuestras lágrimas tengan siempre y sólo un nombre: Jesucristo.