Llegan las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, y alrededor de ellas surgen multitud de tradiciones, algunas importadas, otras con raíces en esta tierra, que recuerdan que el origen de estas celebraciones es antiquísima.
Últimamente suena con más fuerza en territorio asturiano la expresión “Samaín”, que viene del celta Samhain, para sustituir la fiesta americana de Halloween, que hasta hace poco se conocía más bien a través de las películas y que de unos años a esta parte se ha implantado con una facilidad pasmosa, aunque no pertenezca realmente a nuestra cultura. Samaín en cambio sí lo sería, aunque el sacerdote José María Hevia considera que “no está asociado a los difuntos en realidad, sino que resurge ahora como contraposición a la fiesta anglosajona de Halloween”. “Samaín pertenece a esas antropologías de nuestros ritos, pues en estas fechas hay tradiciones como el “amagüesto” o las “esfoyazas” del maíz, y en esos encuentros es donde se podía practicar alguno de estos juegos o ritos de miedo, precisamente para lograr el efecto contrario: quitar el miedo”, explica el sacerdote y canónigo de la Catedral. “Hasta donde alcanzo a entender, era, más que una creencia, una teatralidad de mitos y de leyendas”.
Ambas festividades en el ámbito cristiano, Todos los Santos y Fieles Difuntos, no aparecen seguidas en el calendario por casualidad. Eso sí, una es bastante más antigua que la otra. “La más antigua es la de Todos los Santos, que hunde sus raíces en las persecuciones a los cristianos en la antigua Roma”, afirma Hevia. “Corría el siglo IV y era innumerable el número de reliquias de mártires que se conservaban. La Iglesia siempre fue consciente de que había muchos más santos de los que se conocían y por eso se decidió marcar un día en el calendario para honrarlos a todos”. Varios siglos más tarde, en el siglo X, san Odilón plantea en el contexto de un monasterio honrar a los fieles difuntos. “Comienza la costumbre de construir, dentro de la clausura, el cementerio claustral para tener cerca, no solo a la comunidad presente, sino a la comunidad de aquellos que vivieron el carisma antes”. Así nacen la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos: “Los Santos, porque sabemos que la letanía es mucho más amplia de la que tenemos por escrito, y los Fieles Difuntos, por la conciencia de que si se está viviendo un carisma es porque muchos otros hermanos me precedieron en el ministerio”, afirma José María Hevia.
De todo aquello, una de las tradiciones que aún perduran es la visita a las tumbas de los antepasados, a las que se les llevan flores y velas. Hoy no hay muchas normas escritas, pero es curioso conocer que, en estudios realizados en las catacumbas, se constata que las flores que se llevaban a los difuntos eran en su mayoría blancas o rojas. “Blancas por la vestidura Pascual, y rojas, haciendo referencia al martirio –explica el sacerdote–. La vela hace referencia al Cirio Pascual, que volvería también sobre la idea de la Pascua Florida”.