Covadonga acogerá, del 7 al 11 de agosto, su encuentro nacional anual, que en el año pasado reunió en Valencia a más de 100 personas
La Iglesia está formada por numerosas realidades, muchas de ellas no demasiado conocidas, que muestran una verdadera vocación de servicio y entrega. Este es el caso del Ordo Virginum (vírgenes consagradas) que se remonta a la Iglesia primitiva, y a él pertenecían mujeres que decidían no seguir el papel que se les presuponía como tales y elegían consagrarse a Cristo y seguirle fielmente. El Ordo Virginum se mantiene en la vida seglar hasta el siglo IV, época en la que surgen las comunidades religiosas. Ese hecho provoca que desaparezca del ámbito secular, aunque se conserva como rito en órdenes religiosas como las Benedictinas o las Cartujas, y no es hasta muchos siglos después cuando vuelve a resurgir impulsado por el Concilio Vaticano II. El 31 de mayo de 1970, con la autoridad de Pablo VI, la Congregación para el Culto Divino promulga el “Ritual de Consagración de las Vírgenes” que lo restaura y define su identidad en la Iglesia. Su carácter hace que esta sea una vocación puramente eclesial, sin otro fundador más que la propia Iglesia inspirada en el misterio de la Virgen María; con una consagración personal y particular, sin reglas ni estructura comunitaria (su único superior es el obispo), que hace que la virgen consagrada viva de su profesión ejercida con espíritu de evangelización. Está presente en todo el mundo y en Asturias son cinco las mujeres que pertenecen a este orden.
Covadonga acogerá, del 7 al 11 de agosto, su encuentro nacional anual, que en el año pasado reunió en Valencia a más de cien personas.
Su carisma se identifica por la relación esponsal, de la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo y el amor que se profesan. Un sentimiento que a veces es difícil de trasladar a los conceptos puramente humanos que manejamos y que se quedan cortos cuando se habla de la dimensión de Dios. Así lo explica Begoña Rúa, virgen consagrada desde 2011: “La relación esponsal representa el amor de Cristo a la humanidad, su unión. Yo no lo entendía antes de vivirlo, no sabía nada de eso. Fue un descubrimiento, un proceso de maduración. Empecé a ver a Dios en todas las cosas: la belleza y la bondad. Me hizo sentirme más atraída hacia la Iglesia y tener una mayor profundidad de vida espiritual, de sentimiento de paz, serenidad y alegría”.
Ese amor fue el que marcó también uno de los momentos clave en su vocación, que vivió mientras asistía al rezo del Oficio Divino un día que parecía en principio como cualquier otro. “Tuve una experiencia de sentirme profundamente amada, como nunca en mi vida. Esa vivencia del amor de Dios me transformó radicalmente. No tuve dudas de mi vocación y no volví a vivir las cosas de la misma manera nunca más. No tenía a Dios delante y es como si lo viera. Esa vivencia me dio la fuerza y la mantuvo”.
Un carisma exigente que se apoya en una profunda experiencia de fe que comenzó muchos años antes de su consagración. “Con 24 años descubro una llamada personal que representa en mi vida un cambio radical. Era muy creyente, pero no muy practicante, una joven del mundo”, relata. Esa llamada la lleva a la Cartuja: “Era una persona muy social, me encanta la gente, pero cuando descubrí ese carisma me despertó, y me dije que eso era imposible sin la presencia de Dios. Personas que se dedican al silencio y a la soledad, ahí tiene que estar Dios”.
Durante seis años permaneció en la orden cartuja hasta que surgió en ella una necesidad de formación que no podía llevarse a cabo allí. “Vimos que era una llamada que Dios me hacía y que debía continuar en el mundo: redescubrir la realidad. Volví a Asturias y sentí tal emoción… como si la contemplara por primera vez”, explica, “fue difícil volver a empezar, pero no fue una experiencia negativa. Había una madurez y lo viví desde la fe que fue lo que más me ayudó, la fuerza que Dios me dio”.
Los estudios, la licenciatura en Filosofía, el doctorado, ocuparon su tiempo desde aquel momento, pero siempre con una continuidad en la vocación y con el orden de las vírgenes que había conocido en la Cartuja en mente: “Estaba atenta a las nociones que el Espíritu Santo te indica”. Y estas la llevaron a su consagración en Covadonga, durante la novena, en la que sintió todo el ritual desde “la madurez de una llamada que se llevó a la plenitud en ese momento”. A partir de entonces vive el don que ha recibido, que no siempre es comprendido como debería, y las exigencias que trae consigo dando testimonio con su día a día y “desde la profundidad de la fe”.
Cristo, razón de ser
“Cristo es mi razón de ser y mi vida. En la alegría y en las dificultades Él está ahí, es fiel y nunca me siento sola”, declara con convencimiento Pilar Hernández, también virgen consagrada de la diócesis. Su historia viene marcada por su pertenencia a la orden de las Pelayas durante más de treinta años. “Allí recibí todo lo que tengo y todo lo que soy. En un momento dado sentí dentro de la llamada otra destinada a compartir lo maravilloso que yo vivía allí, pero con más gente, sin el rigor de la clausura”.
Esta decisión no trajo consigo la secularizadión, «me he quedado con mi consagración. Mi compromiso lo mantengo, pero lo vivo en otro marco». De esta forma Pilar explica que, aunque el Ordo Virginum no se restablece de nuevo hasta el Concilio Vaticano II en 1970, en su caso la consagración virginal sucede al mismo tiempo que profesa solemnemente como religiosa en 1967. Un carisma que ahora vive en plenitud no bajo una regla, sino con las características propias de esta orden.
Su vocación la llevó a querer seguir el espíritu de Betania “en el Evangelio es la casa de Marta, María y Lázaro, donde le Señor iba a descansar. Allí había servicio, acogida, escucha de la palabra. Quería vivir ese espíritu compartiendo lo que llevo dentro en un casa de oración y de acogida a la que la gente viene buscando silencio, que alguien le escuche, encontrarse con ellos mismos y con Dios”.
Este encuentro y presencia constante de Dios es la clave de su carácter “nos entregamos y nos consagramos por el Reino. Si estás bien pegado al Señor tiras para adelante, cada uno a lo que haya sido llamado. Debemos saber ‘perder el tiempo’ con Dios”.