La Catedral de Oviedo acogió esta mañana de miércoles, 10 de diciembre, la eucaristía ante la festividad de Santa Eulalia de Mérida, patrona de la diócesis y de la ciudad de Oviedo. Como el año anterior, la presencia más destacada fue la de la Policía Municipal, que participó activamente en la celebración, dado que Santa Eulalia es también su patrona. Se encontraban presentes asimismo, como es tradicional, miembros de la Corporación Municipal.
La Misa estuvo presidida por el Deán de la Catedral, Benito Gallego, junto con los miembros del Cabildo y con el acompañamiento musical de la Schola Cantorum. En su homilía, el Deán recordó que nos encontramos en el «Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, donde contamos con la invitación apremiante que nos hace el Señor para el encuentro con Dios al final de nuestra vida». En esos preparativos, el Deán hizo hincapié en que «para entrar y contemplar el Belén, se nos propone como modelo la mansedumbre y la humildad, sólo así podremos hacerlo con aprovechamiento». «Imitar a Jesús en su mansedumbre –dijo– es la terapia adecuada para nuestros enfados, impaciencias, faltas de cordialidad, de incomprensión». «No cometamos el error de pensar que ese mal genio nuestro, manifestado en circunstancias bien determinadas, dependen de la forma de ser de quienes nos rodean. La paz –afirmó–, la tranquilidad que siempre hemos buscado, dependen de nosotros mismos. Evitar los efectos ridículos de la ira depende de nosotros, de que imitemos al Señor buscando esa humildad, esa mansedumbre donde, como consecuencia, encontraremos la paz y el descanso de nuestras almas». Y es que «la mansedumbre no es propia de blandos y amorfos –recordó–, sino que está apoyada en una gran fortaleza de espíritu, como Santa Eulalia, una adolescente de 12 años que fue capaz de dar la vida por su fe y su amor a Jesucristo a finales del siglo III en Mérida. En el siglo VIII sus restos fueron traídos por el rey Silo a Asturias. En el siglo XVII fue declarada patrona de Oviedo y de la diócesis, y también lo es de la Policía Municipal».
«Nos encomendamos a ella –aseveró– para que nos ayude a influir en esta sociedad nuestra, con la fuerza del Evangelio, sembrando la paz. Que todos queramos cumplir con nuestro deber ahí donde estamos, de acuerdo con las circunstancias, pero siempre con una sonrisa, con esa paz del corazón, que no es contraria a la exigencia ni a la fortaleza. Bienaventurados, dice Jesús, los mansos porque ellos poseerán la tierra. Pero primero se poseerán a sí mismos, porque no serán esclavos de sus impaciencias, de su mal carácter y así se ganarán el aprecio y la consideración de los demás».