Alrededor de ciento cincuenta sacerdotes asistieron hoy a la celebración de la Misa Crismal en la Catedral de Oviedo presidida por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, donde se renovaron las promesas bautismales, se consagró el Santo Crisma y se bendijeron los Santos Óleos.
En su homilía, Mons. Sanz recordó al poeta inglés T.S. Eliot cuando decía «tuvimos la experiencia, pero hemos perdido su significado», y explicó que quizá «hemos hecho en algún momento de nuestra vida una bella y verdadera experiencia que nos tocó el corazón, que nos abrió horizontes, que nos invitó a un compromiso de por vida y podríamos alargar esa misma experiencia sin truncarla ni interrumpirla, pero queda vaciada de sentido cuando perdemos el significado que debería seguir teniendo nuestro camino. Tuvimos la experiencia; ¿hemos perdido el significado?». Esto «podría sucedernos si no estamos atentos a lo que cada día se nos vuelve a dar y a decir, de parte de Quien nos llama y acompaña: el Señor», afirmó el Arzobispo de Oviedo, «porque podemos haber hecho tantas experiencias que han llenado de sentido nuestros pasos, de ilusión nuestros ensueños, de verdad nuestro corazón, pero si realizamos estas experiencias, si realizamos un camino o profesión como una repetición convenida pero olvidando el significado que esos momentos tienen y tenían, entonces somos autómatas que cansinamente hacen las cosas, sí, pero aburridamente las proponen y las vigilan, sin que tengan asomo de una novedad que nos conmueve en su estreno cotidiano. Sería como repetir algo caducado, y no la novedad que vuelve a sorprendernos con la ilusión de la primera vez». «Para nosotros, sacerdotes –dijo–, es una invitación serena que nos pone delante de nuestra humilde verdad: seguir haciendo, ciertamente, la experiencia, sin olvidar jamás su significado».
El Arzobispo de Oviedo quiso también agradecer durante su homilía la presencia de numerosos religiosos y laicos asistentes, y afirmó que se trata de un «hermoso gesto» de «verdadera comunión eclesial por parte de quienes formamos la Iglesia de Cristo, en un ejemplo sencillo de verdadera sinodalidad».
«Los óleos que vamos a consagrar –dijo– tienen que ver con tantos momentos importantes de la vida cristiana: Jesús nos ha recordado en el Evangelio que hemos escuchado lo que ya había anunciado el profeta Isaías en la primera lectura: que hay una buena noticia que se hace bálsamo, cuando las heridas de tantos sangran por falta de paz, de luz o de gracia. Son muchos los corazones desgarrados que piden ser vendados en su soledad, en su incomprensión, en sus miedos, en sus desgracias o pecados que mellan y destruyen la esperanza. Estos óleos son los signos de un aceite que nos unge para fortalecer nuestra debilidad, para suavizar nuestra rigidez, para enlucir nuestra oscuridad. Los catecúmenos que se acercarán al bautismo y la confirmación; los enfermos que ungiremos en su dolor; los ministros del Señor cuyas manos o cabezas serán bendecidas para luego ser enviados, llevarán estos santos óleos que ahora nos disponemos a consagrar, de modo que la aflicción, los lutos y cenizas, el abatimiento, se topan con un inmerecido encuentro de alguien que, como buena noticia, pone término a la ceguera del alma y estrena la amnistía del cautiverio en las mazmorras del mal para abrirnos a la libertad de los hijos de Dios».
En el transcurso de la celebración tuvo lugar también la renovación de las promesas sacerdotales, en presencia del Pueblo de Dios: «para nosotros, sacerdotes, son días de especial actitud conmovida ante lo que celebramos con nuestra gente. La renovación que haremos de las promesas sacerdotales es bueno que sea precedida o secundada con una confesión sacramental, la nuestra, poniendo en el centro de la perdonanza nuestro ministerio sacerdotal en lo que tiene de mejorable, de renovable, de ilusionable, como el día de nuestra ordenación», explicó Mons. Jesús Sanz, quien quiso darles las gracias a los presbíteros asistentes por su «entrega cotidiana», recordando de manera especial a aquellos sacerdotes que ya no se encuentran entre nosotros: «nos faltan hermanos, diecisiete exactamente, que el año pasado nos acompañaban y que han llegado a la meta de la que somos todos peregrinos», entre los que destacó a don Gabino Díaz Merchán y «tantos otros, algunos muy jóvenes».