Como cada año, desde su institución por san Juan Pablo II, mañana viernes coincidiendo con la festividad de la Presentación del Señor en el templo, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Con tal motivo se invita a todos los cristianos a mirar a la vida consagrada y a cada uno de sus miembros como un don de Dios a la Iglesia y a la humanidad. Resulta un momento especial para agradecer a Dios las Órdenes e Institutos religiosos dedicados a la contemplación o a las obras apostólicas, los Institutos seculares, el Orden de las vírgenes, las Nuevas Formas de vida consagrada…
El lema de este año es: “La vida consagrada, encuentro con el amor de Dios”. Los consagrados estamos llamados a ser testimonio vivo de que el encuentro con Dios es posible en toda época y lugar, de que su amor llega a todo rincón de la tierra y del corazón humano, a las periferias geográficas y existenciales. La presencia de los consagrados en la Iglesia y en el mundo ha de ser signo de esperanza en medio de las dificultades e incertidumbres.
La vida religiosa como profecía del amor de Dios debe apostar por la vivencia de la fraternidad como signo creíble y palpable de “la cultura del encuentro”. La capacidad de acogida, perdón, escucha, ternura, ayuda, compromiso… desarrollada por los consagrados habla a otros de las maravillas del amor de Dios con el lenguaje de las obras. Un amor que se recibe como regalo inmerecido y se comparte gratuitamente con el hermano.
La vida consagrada es respuesta alegre y esperanzada que nace del encuentro personal con Dios transformándose en envío. La esperanza y la alegría caminan de la mano en la dinámica existencial de todo cristiano, de toda persona de especial consagración que vive su día a día abierto al amor de Dios con marcadas actitudes de gratitud y gratuidad.
El Evangelio es siempre un mensaje alternativo, denuncia y anuncio. Ser coherentes implica vivir a contrapelo, más allá de estilos y formas de vida de nuestra sociedad por más generalizados que estén. Plantea un modo diferente de vivir y exige de nosotros ser hombres y mujeres que sintamos con pasión el latido del Reino presente ya en medio de la historia. Toda una llamada, todo un reto que solo es posible afrontar en la vivencia cotidiana a partir del encuentro personal con el amor de Dios.