Celebrar la festividad de la Virgen del Pilar me lleva inevitable a esa capital mariana que hoy convoca Zaragoza en su Basílica dedicada a esta advocación mariana. Mis años de obispo pasados en Aragón tienen esa remembranza que ponen en mi memoria un recuerdo dulce y agradecido. Se ve en lontananza el color de los bosques con sus ocres y amarillos, y se percibe el frescor que exhalan las primeras nieves que allí adornan las cumbres del Pirineo metiéndonos de bruces en esta época de magia dulce y serena de un otoño casi por estrenar.
Hace más de 500 años que sucedió esa epopeya de la historia universal con el descubrimiento de América. Descubrir un mundo nuevo, nuevas gentes, nuevas tierras, encerraba una serie de intereses económicos, políticos y militares. Pero semejante hazaña, llevada a cabo por aquellos hombres con sus luces y sus sombras, sus gracias y pecados, tenía también otro objetivo. No sólo llevaban ambiciones comerciales, no sólo portaban arcabuces y soldadescas, llevaban también el evangelio, la cruz del Resucitado y un mensaje salvador que anunciar y compartir. Así se ha hecho el reconocimiento de estos pueblos hispanos hermanos nuestros con los que tenemos en común la lengua, la fe y el afecto mutuo. Pero debemos dar un paso atrás en el tiempo, porque mucho antes de esa efeméride histórica, el 12 de octubre es para nosotros una fiesta mariana muy querida: nuestra Señora del Pilar. Hoy nos hacemos peregrinos de ese santuario zaragozano que nos reclama nuestra mirada y nuestra devoción.
Hemos escuchado en el Evangelio de hoy, cómo una mujer sencilla le echó un piropo nada menos que a Jesús: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27). Es el piropo a la buena madre que debe llenar de gozo agradecido a un buen hijo. Y sin embargo, Jesús modificó tal exclamación. No porque quisiera poner gravedad ante un elogio que prorrumpió aquella mujer sencilla. Sino, más bien, porque Jesús quiso situar en su justa medida la alabanza, el piropo que en Él hacían a su madre. “Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28). María quedó para siempre marcada por aquella palabra que se le invitó a escuchar cuando el ángel le anunció que podría ser madre del Mesías. Su reparo “¿cómo será esto si yo no conozco varón?”, no era la sospecha del escéptico, sino la petición de ayuda de quien se encuentra desbordado ante una palabra demasiado grande. Lo imposible para ti, es posible para Dios, fue la respuesta de ayuda que ella recibió. Y su reacción no se dejó ya escapar jamás: que esa Palabra se haga carne de mi carne.
María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. La historia creyente de la Virgen María nos habla de un requiebro hermoso en la fatalidad cotidiana, para poder asomarnos con Ella y en Ella a cómo en la tierra de todos nuestros imposibles Dios puede hacer florecer su divina posibilidad. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios es más, que tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.
Si las piedras que sostienen la Basílica del Pilar pudieran hablar, nos darían testimonio de la petición de tantos hermanos nuestros que a través de los siglos han ido y venido precisamente a ese lugar buscando el pilar que es capaz de sostener la firmeza ante cualquier zozobra y contradicción. Es el pilar símbolo de un sí en el que comienza la historia cristiana, y en ese sí de la Virgen el pueblo cristiano no ha cesado de fundamentar su fe que se ha dilatado misioneramente por toda la hispanidad.
Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces llamada Cesaraugusta, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz.
Nuestra tradición cristiana ha reconocido siempre en María ese milagro de amor que Dios nos entregó en ella, porque ella siempre está junto a nosotros cada vez que nos falta el buen vino de bodas, como sucediera ya en Caná. Si falta el vino de la paz o de la gracia, de la esperanza o de la luz, María siempre estará para indicar a su Hijo Jesús que estamos faltos de esos vinos generosos, y para recordarnos a nosotros lo que nunca hemos de olvidar: hacer lo que Él nos diga. Por ese saber escuchar las palabras de Dios y vivirlas, por eso María es bienaventurada.
Finalmente, esta fiesta mariana e hispana, tiene también un epílogo que no es menor, al ser la Pilarica la Patrona de una de las instituciones más queridas en España: la Guardia Civil. No en vano la Benemérita ha hecho tan suya esta fiesta que al cumplirse los cien años de patronazgo se acuñó la medalla conmemorativa de esta relación que tiene un siglo.
Al igual que sucedió con Santiago, hoy son otros los ríos ebros por los que a menudo nuestra vida se cuestiona, se asusta, se desespera. Y son también otros las cerrazones con las que nos encontramos no ya al intentar anunciar el Evangelio, sino al intentar sencillamente ser dignamente humanos. Por eso con la advocación del Pilar damos gracias a la Guardia Civil por lo mucho y bueno que hacen desde su particular aportación en beneficio de la paz, de la unidad y de la justicia, a favor de la seguridad y como salvaguarda de los momentos de riesgo en carreteras, en montañas y en el mar. No hay situación en donde nuestra vida pueda correr un cierto peligro mientras deambulamos, donde la Guardia Civil no esté como compañía amiga a nuestro lado. Y esto pagando el alto precio de la propia vida en la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada, en la batalla contra el terrorismo de cualquier signo. Por eso nuestro más sentido gracias, lleno de reconocimiento y de afecto a todos nuestros queridos guardias. Tendremos un recuerdo especial en esta santa Misa por los difuntos del Cuerpo de la Guardia Civil y sus familiares, particularmente los que han fallecido en acto de servicio.
Termino pidiendo a la Virgen del Pilar dos cosas como Madre y como Patrona de la Hispanidad. Como Madre que no deje de iluminar a quienes tienen en su mano la decisión política y legal, para que la vida de cualquier persona, especialmente la más vulnerable como es la del no nacido, no termine en un enjuague calculado de votos, porque la vida no se defiende por interés electoral sino por su dignidad intrínseca. Que luego los cálculos se hacen mal, o la misma vida se hace rebelde y pasa factura también en las urnas a quienes no han sido claros o han trucado sus promesas incumplidas por otros intereses. Y como Patrona de la Hispanidad, que vele por la mesura y la sensatez de quienes igualmente tienen responsabilidades públicas ante la unidad de un pueblo que ha convivido durante más de 500 años, porque hay juegos de secesión que no tienen sucesión, son juegos prohibidos cuando una parte rompe la unidad por intereses inconfesados que pueden terminar en confesión ante un juez, y si son cristianos no estaría mal que antes pasaran por un confesionario. La madre Patria, como llaman a España en el resto de la Hispanidad vive este momento tenso que ponemos a los pies de la Virgen del Pilar.
A ella nos encomendamos, damos gracias por la historia cristiana de nuestro pueblo que junto a Santiago recomenzó en Zaragoza, pedimos por todos los pueblos hermanos y encomendamos de nuevo a la Guardia Civil por la que sentidamente sabemos dar gracias.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo