Procesión del Encuentro. Miércoles Santo. Avilés

Publicado el 27/03/2013
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Sermón en la Procesión del Encuentro

Avilés, Miércoles Santo, 27 de Marzo de 2013

 

1. Encuentro con Jesús Nazareno en Avilés

Lo dijo Natanael con desgarro, casi provocando: de Nazaret no puede salir nada bueno. Era un modo burlón de decir que el Mesías esperado no pudo haber nacido en Nazaret de Galilea porque estaba profetizado que nacería en la ciudad de David, en Belén de Judá. Y llevaba razón. Pero a Jesús se le llamó el Nazareno por los años que transcurrió en el silencio de aquel pequeño pueblo de donde eran María y José. No le harían hijo adoptivo, pero a la historia pasó como Jesús el Nazareno.

Una procesión es como una saeta popular que convida a todos a adentrarse en el misterio más hondo de nuestra fe: asomarnos al precio que Cristo Jesús ha pagado para redimir mis pecados. Una procesión es una saeta que no se canta, sino que se escenifica con piedad y que se lanza como una flecha que quiere conmover el corazón de los creyentes ante esta historia que nos cuenta el corazón conmovido del mismo Dios.

No pedimos una escalera como cantaba el cantar popular que Antonio Machado inmortalizase, no queremos subir al madero para desenclavar a nuestro Señor Jesús el Nazareno. Lo que pedimos es saber comprender lo que nos dicen estos días, profundamente cristianos, en el corazón de la liturgia de la Iglesia. Hoy aquí en Avilés, se da un encuentro y a él hemos sido nuevamente invitados.

No queremos ser espectadores curiosos de un drama tan antiguo como ajeno, sino que ahí y aquí, nosotros estamos dentro. Cada uno de nosotros con su vida real, esa que se emociona o que se acartona, la que es capaz de soñar hermosos sueños y la que a veces se asusta con terribles pesadillas. Yo que tengo una edad, que sufro y gozo lo que llena mis días con sombras o con luces, con gracias o con pecados, con amores o desamores.

El Nazareno, nuestro Señor Jesús, protagoniza todos los encuentros. Y siguiendo la hermosa tradición de religiosidad popular que desde hace tanto tiempo se revive en estos días santos aquí en Avilés, nos disponemos un año más a escenificar. Acaso los lugareños habéis visto tantas veces esta impronta religiosa tan bella y original con la procesión del encuentro. Pero tanto los de aquí, como los que venimos de fuera, los que la han contemplado tantos años o los que asistimos por primera vez, estamos llamados unos y otros a dejarnos conmover como quien se estremece ante este relato. Pidamos al Señor Nazareno que nos dé esas entrañas para saber contemplar con sabor a estreno lo que esta historia de verdadero amor nos narra. Un amor un dolor que constituyeron un precio que Dios mismo quiso pagar para que yo fuera libre, feliz, redimido y salvado.

El amor y el dolor, el amor que engendra vida y que por amar está dispuesto a perderla. Así ha sido el amor de Dios Amor. Y este drama de amor, no ha quedado como gesta añeja de un bonito pasado…muy pasado ya, sino que Él vuelve a amar, y vuelve a arriesgar su piel; y por abrazar nuestra vida y nuestra soledad, de nuevo este Dios será interrogado, y torturado, y conculcado en sus derechos, y mal-juzgado, y condenado, y matado… No, no es una historia cruel de un ayer de 2000 años. La Pasión de Dios es tan actual como la de cada uno de nosotros. La Pasión de Dios gime hoy hasta la muerte en el hambre, en la injusticia, en el terror, en los sin-sentidos absurdos, en las violencias indignantes de tan diversos terrores, en la pena negra de todos los parias juntos.

Es el Nazareno de aquel primer Viernes Santo en el que se pasó la noche en vela: horas de agonía en Getsemaní en las que se le indigestó dramática la Última Cena; besos mentirosos que con gesto robado al amor maquillaban la más triste traición que haya cometido un hombre; apresamiento violento, con antorchas para empujar con nocturnidad y alevosía al inocente más inocente; el toma y daca de Anás a Caifás y de Caifás a Pilato, para lavarse las manos éste en agua y los otros en sangre; la frívola comedia de soltar a Barrabás, el bandido temido que invirtió la suerte de Jesús intercambiando uno y otro el hosanna por el crucifícale; y así hasta el patio del Pretorio con los azotes, las coronaciones de espinas y los escarnios feroces, para luego cargar con la cruz que no le pertenecía y caminar a trompicones o de rodillas la vía Dolorosa.

Mirad, se acerca el Señor que vuelve a pasear por nuestras calles. Mirad, llega nuestro Jesús Nazareno.

2. Encuentro con María Dolorosa.

María estaba allí, en aquel viacrucis tan especial. Ella era también la arrastrada por aquellas calles, la que cargaba con el travesaño de aquella cruz, la que recibía los insultos y salivazos de una muchedumbre tan cambiante y tan desagradecida que tan pronto decía su hosanna como el domingo de los ramos, que decía su crucifícalo ante el ecce homo humillante. María hizo aquel viacrucis tan crudo y tan especial.

Veremos luego a nuestra Virgen al pie de la cruz, con los dolores y las angustias de un momento tan especial contemplando a Jesús Abandonado mientras entrega su vida por nuestra redención. María se nos presenta como la síntesis final de toda una vida vivida en Dios. Dijo sí a lo que Dios le proponía, y de sus labios jamás salió la palabra no. La tradición cristiana ha sabido entender esa actitud de María y reconoce en Ella a quien nos enseña a vivir la vida como se desgrana un rosario.

Ajustar las cuentas del rosario es comprender que cuando desgranamos sus misterios, estamos verdaderamente rezando la vida. Porque toda vida, la de cada uno con su nombre, su edad y circunstancia, estará siempre rodeada de situaciones que nos llenan de luz, o que tal vez nos revisten de gloria, o acaso nos transmiten un gozo sereno, e incluso nos pueden arrugar de dolor. Son los componentes cotidianos de tantas cosas que a diario nos suceden cuando empezamos la jornada, cuando nos adentramos en el día y sus afanes, cuando vamos y venimos en el vaivén de nuestra prisa, cuando nos sentamos a descansar y tomar fuerzas, cuando encontramos a la gente más querida o tratamos de evitar a los que tememos o nos importunan. Ahí están las cosas, las noticias, los quehaceres y las personas, que alumbran nuestros pasos con su luz, que nos alfombran de gloria mullida nuestro camino, que nos sonríen con su gozo amable o que nos acorralan con su dolor.

En el rosario de la vida, hay cuentas siempre que ajustar, hay cuentas siempre que debemos saber rezar. Por eso, con la Virgen María queremos ir desgranándolas, misterio tras misterio. Porque todas esas cosas que a diario nos suceden, son también las cosas que a Ella misma y a su propio Hijo, también les aconteció. Los misterios del rosario son los misterios de Dios y los míos, los de cada cual. Dios hace suyo lo que a mí me ocurre, y Él me ofrece su gracia y su comunión para que no me sienta solo, para que no crea que Él se hace remolón o distraído. Es la fidelidad del Señor que me cuenta su vida, mientras nosotros pasamos las cuentas del rosario con María.

Así sentiremos la bendición de Dios en la compañía de María. Nuestros momentos luminosos, o los gloriosos, o los gozosos, o los dolorosos, el Señor y la Virgen también los desgranan en sus manos mientras nos miran. Que esto nos llene de santa paz y que encienda en nuestro corazón una esperanza cierta, porque en el cielo se rezan las cuentas del rosario de mi vida. Ojalá que también cada uno de nosotros recemos las cuentas del rosario de Dios.

María siempre nos enseñará a aceptar con fe que tantas cosas para nosotros imposibles, son posibles para Dios; Ella nos empujará a salir al encuentro de aquellos a los que Dios nos envía, con el saludo capaz de hacer saltar en la entraña de los otros lo mejor que llevan dentro de sí; la Virgen nos educa para guardar en el corazón las cosas que Dios nos dice y las que nos calla, las que entendemos o las que nos sobrepasan; Ella sabrá estar en las bodas de nuestra vida cotidiana, cada vez que nos falte el vino de la felicidad que como dulce exigencia está escrita en nuestro adentro; María siempre estará al pie de cada cruz, haciendo suya nuestra angustia y nuestro dolor; y Ella, nos hará velar para aguardar confiados el triunfo del Señor resucitado y la llegada del Espíritu prometido. Así acompaña María Santísima nuestros lances y nuestros trances, como el inmerecido regalo que recibimos en la persona de Juan al pie de aquella cruz bendita, como hemos escuchado en el evangelio de hoy. Ojalá que la recibamos también en nuestra casa, que nuestro hogar y nuestra alma sea la casa de María, en donde la vida de Dios se engendra, se da a luz y nos permite contar sus maravillas.

En su biografía humana y creyente no todo fue evidente, ni sencillo, ni fácil, como nos recuerdan los trazos esenciales que nos han dejado sobre ella los evangelios. Pero en todo momento, María fue alguien que se fió de Dios, creyendo que lo imposible para Ella no lo era para Él. Pero las distintas palabras de Dios que María tendrá que escuchar en su vida, y en especial esta que tendrá que oír al pie de la Cruz de Jesús, no supondrán un macabro acertijo de un Dios que se complace en asustar o aplastar a sus hijos. La palabra última que siempre se reserva Dios, es una palabra de luz y de vida, que se torna en la respuesta que Él da a la actitud de espera y esperanza en tantos momentos de oscuridad y de muerte. La última palabra que María escuchará no será la palabra agónica de su Hijo moribundo, sino la palabra que con sabor a rocío mañanero Dios cantará para siempre en su resurrección.

3. Encuentro con San Juan

Es inevitable preguntárnoslo: ¿dónde están las muchedumbres hambrientas y saciadas por Jesús, los enfermos curados… los discípulos predilectamente acompañados, tantos hombres y mujeres que han sido tocados y salvados por la palabra y los milagros del Maestro? La desbandada fue total, terrible fuga. Entre, besos vacíos que llevaban la traición en los labios como Judas, o los lavatorios cómplices de manos al estilo de Pilatos, también están los discípulos asustados que sencillamente se dispersaron por el pánico más lleno de miedo y terror. Al final, solo de casi todos, el fracaso humano más pavoroso en aquel último intento de Dios de enseñar al hombre a ser feliz, a ser hijo, a ser hermano. Pero quedó solo.

Todos han huido: o por miedo, o por incomprensión, o por ingratitud, o por las tres cosas a la vez. El lance final del drama de Jesús tuvo muchos espectadores, curiosos, plañideros, acompañantes furtivos. Pero al pie de la cruz sólo quedan María y Juan. Dos fidelidades que se unen a la de Jesús en el testimonio silencioso de estar ahí: ante el misterio de una masa que pasó de los hosannas al crucifícale con la docilidad de una consigna; ante el misterio incomprensible de la agonía del Hijo y del Maestro.

Juan quedó para siempre tocado en un encuentro a las 4 de la tarde, aquella primera vez que se encontró con Jesús como escribirá en su Evangelio cuando lo escriba muchos años después. Y no se separará jamás de su Maestro, ni en las maduras dichosas de tantos milagros, enseñanzas y “tabores”, ni ahora en las duras difíciles de un final escandaloso en el calvario.

María y Juan, dos fidelidades al pie de una fidelidad crucificada. Ellos serán el comienzo de una nueva familia que sabe estar sin fuga ni traición, aunque sea impopular y arriesgado, al lado de Dios. Los que piensan, actúan y viven desde la opinión al uso, desde la moda de turno, desde la mayoría dominante, no están al pie de la cruz. Se fueron a llorar, a traicionar, o a gritar crucifixión y paredón, porque el hosanna del guión anterior ya había caducado. María la Madre; Juan el hijo. Estaban solos con el Solo.

Juan Tiene el sobrenombre de “discípulo amado”, y realmente así apareció. En el prólogo a su evangelio se nos dice que Dios puso su tienda entre nosotros. Es la tienda del encuentro, la tienda con la que Dios mismo responde a todas nuestras contiendas. En medio de tanta intemperie y descobijo, el Señor se hace próximo, se hace prójimo, y nos invita a entrar en su hogar. Esta fue la pregunta primera que le formuló Juan a Jesús: no cómo piensas, o qué títulos tienes, ni cuánto tienes en el banco o cuál es tu estrategia. Le preguntó algo mucho más elemental: dónde vives.

Aquél joven discípulo le dijo a su nuevo maestro eso: cuál es tu casa. Desde entonces Juan no supo vivir sin esa morada en la que no sólo permaneció, sino en la que sobre todo aprendió a pertenecer a ese Tú que era el amigo divino que inmerecida e inesperadamente encontró. Porque podemos permanecer en los sitios sin pertenecer a nadie.

Juan será el invitado especial del Tabor, donde Jesús mostrará su gloria más luminosa. De nuevo será invitado a Getsemaní, donde el maestro se mostrará en su momento más oscurecido. La luz y la sombra de Dios eran vistas en el palco de la vida, en la mañana más esclarecida y en la noche de más terrible oscuridad. Pero ambas pertenecían a ese modo con el que Dios nos salvaba, abrazando nuestros tramos de existencia.

Juan nos dirá en su carta: lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos palpado con nuestras manos, os lo anunciamos. Este apóstol convivió con Dios, se hizo su hermano. No es un supuesto extraño ni una quimera, sino alguien que ha encontrado, y de ese encuentro nos da el más alto testimonio. Deseamos que como él, también nosotros podamos contar esa historia palpada, vista y escuchada.

Callandito, junto a María la Madre que allí mismo recibirá, Juan estaba al pie de aquella cruz bendita. Era el testimonio humilde de un amor sin quiebra, ese amor que supo cómo latía el pecho del Maestro, ese amor que jamás dejó de ser discípulo.

Al pie de la cruz y al pie del crucificado. A esto estamos llamados los que hemos venido luego para ser igualmente discípulos: sea cual sea la cruz, y sufra donde sufra Jesús en sus hermanos, se nos pide que no nos escapemos, que no nos vayamos desbandados, sino que permanezcamos comprometidos al pie de esa cruz dando la vida también nosotros por Jesús y por los crucificados.

4. La procesión que sigue todo el año

Junto al Nazareno, hemos acogido a la Virgen Dolorosa y a San Juan. Hemos asistido a esta hermosa procesión viva, la del encuentro. Hemos de saber continuar de un modo nuevo en la procesión de la vida, esa que a diario recorremos vestidos con nuestros habituales atavíos, acompañados por las personas que nos rodean por motivos familiares, laborales o amistosos, en el vaivén de nuestras cosas. También ahí, en la procesión de la vida, nos encontramos con vías dolorosas y con vías dichosas. Será la mejor señal de que los cristianos hemos entendido el significado de nuestras procesiones de Semana Santa, si logramos caminar el resto del año al paso de Jesús, convirtiéndonos en cireneos disponibles que ayudan a llevar el peso en tantos de nuestros prójimos hermanos, como hace el Señor con cada uno de nosotros.

La procesión va por dentro, sin duda, y la liturgia de la Iglesia en estos días santos nos permiten ahondar en el precio que Jesús pagó para salvarnos, con una gracia que sigue siendo actual. Pero la procesión está también en las afueras, y a esto nos ayudan las Cofradías y Hermandades con el trabajo esmerado que en estos días semanasanteros se intensifica. Son dos ayudas que salen a nuestro encuentro. Quiera el Señor que los sepamos aprovechar por fuera e igualmente por dentro.

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo