Jubileo de los sacerdotes en el Año de la Misericordia. Santuario de Covadonga

Publicado el 10/05/2016
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Jubileo sacerdotal en la Basílica de Covadonga

 

La vida es una peregrinación con todos sus paisajes: los que oteamos desde las cimas más audaces llenándonos de gozo su horizonte, los que sufrimos desde las simas más pertinaces con las lágrimas de nuestros valles. Pero ni las cimas ni las simas tienen la última palabra cuando la meta es la que nos señaló y nos mostró con su propia vida el Señor muerto y resucitado que allá fue para hacernos morada.

El domingo pasado, Ascensión del Señor, le vimos subir a esa meta llevándose nuestra humanidad dentro como nos trajo dentro al venir su condición de Hijo de Dios. Y en esta andadura, hoy peregrinamos a esta cima de fervor y ternura como es la casa de María donde nuestra Santina habita su Santuario. Covadonga ha sido uno de los tres lugares jubilares para que cuantos nos allegamos con nuestras esperanzas y nuestros pesares podamos ser confortados con la gracia misericordiosa de este jubileo especial que ha propuesto el Santo Padre, el Papa Francisco.

Peregrinamos como sacerdotes, formando parte de este presbiterio diocesano de Oviedo. Aquí traemos a todos nuestros hermanos: los que estamos y los que no han podido acudir por diversas razones. Pero todos queremos pedir al Señor de entrañas misericordiosas, a nuestra Madre la Santina y a nuestro patrono San Juan de Ávila, que nos sostengan en la fidelidad con renovada ilusión y llenando nuestros años de alegría.

San Juan de Ávila se nos dio como patrono del clero español por el Papa Pío XII en el lejano 1946, y esto nos engalana de fiesta, y hace saltar nuestras campanas con tañidos de gratos recuerdos y esperanza rendida. Como sucede en nuestras ascensiones a la montaña, sabemos que en el camino nos ayudan los indicadores, los hitos. No son la banderola de la meta, pero sí que nos permiten que no extraviemos el justo camino, nos reafirman en la ruta emprendida y  podemos vislumbrar el final hacia el que caminamos.

Esto son los santos en la historia cristiana. Mirándolos a ellos recibimos como don la compañía que con discreción Dios pone a nuestro lado con su ejemplo, con su intercesión y sabiduría. En el prefacio de los santos pastores que luego cantaremos así lo decimos: «Tú, Señor, concedes a tu Iglesia la alegría de celebrar hoy la festividad de san Juan de Ávila, para fortalecerla con el ejemplo de su vida, instruirla con la predicación de su palabra y protegerla con su intercesión». A esto nos remitimos y esta es la gracia que deseamos recibir mientras hacemos memoria de este santo sacerdote.

En la Asamblea Plenaria del episcopado español, aprobamos hace poco un mensaje con motivo del doctorado que la Iglesia reconocía en este sacerdote patrono de cuantos hemos sido llamados al ministerio: «La originalidad del Maestro Ávila se halla en su constante referencia a la Palabra de Dios; en su consistente y actualizado saber teológico; en la seguridad de su enseñanza y en el cabal conocimiento de los Padres, de los santos y de los grandes teólogos. Gozó del particular carisma de sabiduría, fruto del Espíritu Santo, y convencido de la llamada a la santidad de todos los fieles del pueblo de Dios, promovió las distintas vocaciones en la Iglesia: laicales, a la vida consagrada y al sacerdocio… En sus discípulos dejó una profunda huella por su amor al sacerdocio y su entrega total y desinteresada al servicio de la Iglesia… Fue Maestro y testigo de vida cristiana; contemporáneo de un buen número de santos que encontraron en él amistad, consejo y acompañamiento espiritual. Un Doctor de la Iglesia es quien ha estudiado y contemplado con singular clarividencia los misterios de la fe, es capaz de exponerlos a los fieles de tal modo que les sirvan de guía en su formación y en su vida espiritual, y ha vivido de forma coherente con su enseñanza». Por todo esto la Iglesia nos lo propone como un santo que nos enseña ese camino de santidad que nos asemeja al buen Pastor en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal buscando la gloria de Dios y la bendición de todos los hermanos que la Iglesia pone a nuestro cuidado.

Son realmente hermosas sus palabras al jesuita P. Francisco Gómez, para que fueran dichas en el Sínodo Diocesano de Córdoba del año 1563: «No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les conviene hacer que con traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal… Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado». Mirarnos de pies a cabeza, mirarnos en el alma y en el cuerpo, y que rompa nuestro canto en la gratitud por un inmerecido don que hemos de vivir con fidelidad y cuidado. Así lo pedimos en este día tan especial para todos nosotros.

En esta memoria de un santo tan nuestro en la vocación recibida, nos allegamos a Covadonga como presbiterio para recibir la gracia jubilar. El Papa Francisco propuso en la Misa Crismal de este año la parábola del buen samaritano para entender en clave de misericordia lo que significa nuestra llamada sacerdotal. Son hermosas sus palabras en esa extensa homilía que vale la pena podamos releer para vernos por dentro en lo que el Papa Francisco nos propone en un momento tan significativo como lo que estamos celebrando este día.

Habla de cómo fue la la dinámica del buen Samaritano que «practicó la misericordia» (Lc 10,37): se conmovió, se acercó al herido, vendó sus heridas, lo llevó a la posada, se quedó esa noche y prometió volver a pagar lo que se gastara de más. Esta es la dinámica de la Misericordia, que enlaza un pequeño gesto con otro, y sin maltratar ninguna fragilidad, se extiende un poquito más en la ayuda y el amor. Cada uno de nosotros, mirando su propia vida con la mirada buena de Dios, puede hacer un ejercicio con la memoria y descubrir cómo ha practicado el Señor su misericordia para con nosotros, cómo ha sido mucho más misericordioso de lo que creíamos y, así, animarnos a desear y a pedirle que dé un pasito más, que se muestre mucho más misericordioso en el futuro. «Muéstranos Señor tu misericordia» (Sal 85,8)… Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la Misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar —creativamente— en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia.

Queridos hermanos, esto es lo que pedimos juntos a Dios por intercesión de nuestra Santina. Que pasemos por la puerta que nos permite reestrenar la misericordia que nos haga testigos de ella como lo han sido los santos, como lo fue San Juan de Ávila. Y que tanto nuestra vida pueda narrar de mil modos, así como escucharlo de tantas maneras el pueblo que se nos ha confiado, para que nuestra ciudad, nuestra diócesis, el mundo entero… se llene de alegría.

El Señor os bendiga y os guarde.

 

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo