Inicio Curso Académico 2016

Publicado el 26/09/2016
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Homilía en la Misa del Espíritu Santo al comienzo del curso académico de los Centros teológicos de la Diócesis de Oviedo

Capilla Mayor del Seminario Metropolitano, 26 de septiembre

 

Querido Sr. Cardenal, Directores de nuestros Centros de Estudio y claustro de profesores, Rectores de nuestros Seminarios, miembros de la vida consagrada, seminaristas, alumnos y personal no docente, amigos y hermanos: deseo de corazón que el Señor llene nuestra vida de paz y haga que nuestros pies surcan los senderos del bien.

No hay botón de pausa en la aventura de la vida, y de modo imparable vamos escribiendo nuestro relato, ese que Dios con la tinta de nuestra libertad plasma en el libro de la vida. Así nos hallamos en este comienzo de curso académico de nuestros centros de formación teológica: el Instituto Superior de Estudios Teológicos, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós, y el Instituto de Teología y Pastoral San Juan Pablo II. Tres modalidades de acercarnos al misterio de Dios que Él nos ha revelado y que la Iglesia custodia en su larga tradición aportando lo mejor de la teología cristiana desde una clave de sabiduría eclesial.

Todos los que componemos esta gran comunidad educativa en torno a la teología, nos embarcamos como quien estrena una novedad la aventura de otro año académico. Sed bienhallados los que ya vinisteis y continuáis la andadura de seguir la indicación vocacional de Dios, bienvenidos los que os incorporáis por primera vez a esta casa y a sus distintas sedes en la Diócesis. Hagamos ese ejercicio de saludable libertad y apertura, de no continuar o de no llegar simplemente por una inercia que nos retiene o nos empuja, sino porque queremos responder cada cual desde su llamada a cuanto Dios en su Iglesia nos propone y nos sostiene.

Esto significa que hemos de estar abiertos a cuanto en este curso que comienza la providencia de Dios tenga a bien enseñarnos. Aprende quien tiene conciencia de lo que todavía ignora, de tantas cosas que no sabe. Y aquí enlazamos con la temática que el Santo Padre el papa Francisco ha querido invitarnos durante este año jubilar dedicado a la misericordia, porque una de las obras de la misericordia es precisamente “enseñar al que no sabe”.

¿Por qué la misericordia puede tener una relación con es estudio de la teología? Porque el misterio de Dios tiene que ver con el misterio del hombre, y en su encrucijada podemos aprender la entraña de ese Dios de corazón tierno y compasivo, y podemos aprender también la correspondencia que hay entre Él y la situación de dureza y violencia que vive la humanidad en cada generación. En este sentido le preguntaba un periodista al papa Francisco recientemente: “«En su opinión, ¿por qué este tiempo nuestro y esta humanidad nuestra tienen tanta necesidad de misericordia?», el papa Francisco responde: «Porque es una humanidad herida, una humanidad que arrastra heridas profundas. No sabe cómo curarlas o cree que no es posible curarlas». Este es el drama al que se llega hoy: «Considerar nuestro mal, nuestro pecado, como incurable, como algo que no puede ser curado y perdonado. Falta la experiencia concreta de la misericordia. La fragilidad de los tiempos en que vivimos es también esta: creer que no existe posibilidad alguna de rescate, una mano que te levanta, un abrazo que te salva, que te perdona, te inunda de un amor infinito, paciente, indulgente; te vuelve a poner en camino” (“Francisco, El nombre de Dios es Misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, Planeta, Barcelona 2016, pp. 36-37”).

Podría parecer ingenuo lo que el papa Francisco propuso en torno a una actitud y una palabra que están desterradas hasta el desprecio en nuestros intereses cotidianos: la misericordia… tanto más provocativa en un mundo inmisericorde. Porque en un mundo en el que cuenta mucho más lo que puede engordar unas arcas de codicia, o unas rentas electorales, o unas prebendas de poder, o una frívola experiencia de placer… necesitamos que alguien nos recuerde no sólo que estamos descentrados, desquiciados y perdidos, sino cómo volver a lo que nos centra, nos concentra y nos encuentra en lo que es bondadoso, justo y bello. Y esta es la misericordia que debemos aprender también teológicamente.

El papa Francisco no se cansa de repetirlo cada vez que nos presenta en este momento presente cómo Dios no es ajeno, ni un intruso, sino quien nos apunta un modo distinto de hacer las cosas, de mirar a las personas, de construir un mundo diverso. Así, el año dedicado a la misericordia no es un modo piadoso de regar fuera del tiesto, de salir por la tangente de lo irreal e incierto, sino una manera de recordarnos el compromiso al que estamos todos llamados para construir cada cual desde su ladera y conciencia, algo que sea verdadero, que acerque la justicia, la felicidad, la fraternidad en un mundo demasiado injusto, infeliz, fratricida y huérfano.

No hacemos una teología, no la enseñamos o la aprendemos simplemente por una exigencia académica de superar unos exámenes y completar un currículum. Hacemos, enseñamos y aprendemos la teología para conocer mejor a Dios en su misterio revelado, y con esa dulce verdad bella y bondadosa, dirigirnos con misericordia al hombre concreto al que somos enviados. El Espíritu Santo, cuya misa votiva estamos celebrando, tuvo esa encomienda tal y como Jesús nos dejó dicho en el discurso de la Última Cena: «Os he dicho estas cosas estando entre vosotros, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 15, 25-26). Es la gran obra de misericordia que Dios mismo vive con cada uno de nosotros al enseñarnos tantas cosas que no sabemos, o al recordarnos tantas cosas que tan fácilmente olvidamos.

No se trata de una ciencia sin más lo que pedimos, no es la disposición necesaria para el aprendizaje de conceptos, novedades, desde la doble orilla de la filosofía y la teología. Pedimos la sabiduría que es infinitamente mucho más. Porque ésta consiste en una mirada que reconoce lo inmediato que a diario se nos presenta, que no rodea ni se fuga de la realidad aunque nos ponga en un brete o nos plantee mil desafíos. Pero la realidad no siempre es diáfana y clara, y veces se torna esquiva, nos burla, o se disfraza de ambigüedad. Es entonces cuando sin desdén de la realidad, hay que saber ir más allá de su apariencia engañosa. Este viaje no tiene guías, y su empeño no cabe en un manual. Hace falta algo tan grande y gratuito como la sabiduría, que es lo que en esta tarde pedimos al Espíritu de Dios.

De esta sabiduría siempre seremos discípulos, y en sus aulas nos sentamos con el ánimo de aprender cosas para la vida. Aprendemos a mirar a Dios en su misterio, tal y como Él nos lo ha revelado. Aprendemos a mirar a su Iglesia, que custodia la Palabra y la Presencia del Señor, esas que han narrado a lo largo de los siglos una historia de salvación. Aprendemos a mirar al hombre, siempre henchido de preguntas, capaz de soñar con esperanza y capaz de hacerse daño en las heridas. Esta sabiduría, don del Espíritu Santo, es la que vemos que han vivido los santos y en ellos nos reconocemos. En cada época ha habido esa muchedumbre de testigos que nos hablan con su vida santa de esa triple mirada sabia a Dios, a la Iglesia, a los hermanos. Con ellos y como ellos queremos ser sabios con esa sabiduría que acierta a acoger sabrosamente a Dios mientras luego sale misericordiosamente al encuentro de los hermanos.

Pidamos la intercesión de María, Madre de misericordia y Trono de sabiduría, para que bendiga nuestros trabajos en este curso académico que ahora comienza a fin de que cada uno desde la vocación recibida pueda dar gloria a Dios y ser bendición para los hermanos que están cerca. El Señor os guarde y siempre os bendiga.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo