Señor Delegado episcopal de Pastoral Universitaria y sacerdotes concelebrantes, Excelentísimo Sr. Rector Magnífico, autoridades académicas y claustro de profesores de la Universidad de Oviedo y Centros afiliados, Personal no docente, alumnos, hermanos en el Señor.
Es como un rito que se repite cada año: la apertura de curso. De modo imparable se suceden los años con sus claroscuros horizontes, con sus halagüeños derroteros o sus abismos insondables. No son pocas las novedades que cada curso nos trae, en lo que tiene de más luminoso que nos alumbra o en la penumbra que nos siembra. Así estamos, también este año, dando comienzo al inicio.
No es una cuestión de inercia que debemos asumir sin transgredir su trasiego, sino que todo comienzo tiene un poso de novedad que vale la pena saludar con respeto, acoger con ilusión y pedir la gracia de saber vivir la magia de su momento. De lo contrario estaríamos sin más en la ruleta cíclica del más de lo mismo aunque un año más viejos, un año más desgastados, un año más escépticos. No es esta la actitud de quien de veras se atreve a un comienzo que barrunta y ofreciéndonos su novedosa novedad.
¿Qué es lo novedoso? ¿Quizás lo que por primera vez se ve o se oye? Yo entiendo que este tipo de novedades no suelen ser las habituales según se pasa la vida… tan callando, como decía nuestro poeta Jorge Manrique en la Coplas a la muerte de su padre. Si así fuera, nuestro horizonte cultural y nuestra responsabilidad como gestores de algo tan hermoso como la comunidad universitaria, se ceñiría al vaivén de un trasiego dictado por el último sobresalto, el último desafío, el último desconcierto.
No, la novedad no es simplemente lo que por primera vez se oye o se descubre, sino lo que tantas veces visto y oído, resulta más verdad cada día. Dicho de otra manera, lo que se presta a ser reestrenado aún en medio de lo sabido y trillado, pero que se puede volver a abrazar, volver a contemplar desde la ilusión ilusionada y no ilusa, como gustaba decir Julián Marías. Esta novedad que arrima algo más verdadero en el modo de mirar y en la manera de gestionar, es lo que en esta mañana nosotros aquí nos disponemos a pedir al Espíritu Santo celebrando su misa al comenzar el curso académico.
Se ajustan los calendarios docentes, los departamentos y sus profesores, se acoge al alumnado nuevo, se sigue avanzando en las carreras de la ciencia y de la vida, con sus números y sus letras, donde tantos factores entran en danza. Y en medio de este comienzo, pedimos con audacia creyente que el Espíritu Santo haga nueva nuestra mirada y nuestra entraña. Es ese viento que tiene la dulzura de la brisa sin devastar nuestra esperanza, esa llama que alumbra sin deslumbrar capaz de encender el fuego que cálido calienta sin destruir jamás. ¡Ven Espíritu de Dios, danos el don de la sabiduría, el temple de la prudencia, el acierto del buen consejo, y el gozo de la alegría!
No son tiempos sencillos, o mejor, no son tiempos simplones. Teresa de Jesús, la santa andariega maestra de letras y de vida, cuyo 4º centenario estamos para comenzar en breves días, hablaba de su época tan convulsa como apasionante, diciendo que eran tiempos recios. Así son los nuestros, y la comunidad universitaria es un buen termómetro social, no sólo cultural, de lo que en un determinado momento puede estar cayendo. Porque aquí, santuario de saberes y laboratorio de sabores, se entremezclan las luces y sombras de cada generación, en donde se abre la búsqueda sincera y culta de la verdad, la bondad y la belleza que sostienen cada disciplina científica, literaria o humanista de las que aquí se imparten. No en vano, la Universidad tiene esa vocación última de abarcar el universo de nuestro punto de vista, de nuestro pálpito de afecto, de nuestra indómita libertad. Quienes nos hemos dedicado, y aún nos dedicamos a esta noble tarea universitaria, bien lo sabemos.
Al celebrar la santa misa, invocando los dones del Espíritu Santo en este comienzo de curso, además de incluir en la plegaria los afanes y proyectos de toda la comunidad de la Universidad de Oviedo, también elevo un deseo que tomo prestado del gran escritor inglés Chesterton: «hay cosas que van mal por estar ciegos ante las que van bien». La Universidad es un lugar en donde aprender a ver la totalidad de las cosas, porque dependiendo de si nuestros ojos se llenan de gratitud estrenadora o desesperación escéptica, así saldremos tristes y miopes, o clarividentes y gozosos. Esto es lo que pedimos al buen Dios, a aquel que vio lo que había hecho y lo encontró bello y bueno, testimonio supremo de la Belleza y la Bondad para las que fuimos hechos.
Feliz curso académico. Que el Espíritu del Señor nos conceda la sabiduría. Dios os bendiga.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo