Homilía Vigilia Pascual 2022

Publicado el 17/04/2022
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No se ven cofrades por las calles. Y si los hay, iban de paisano. No hay pasos penitenciales en este día que aquí terminamos. Hoy ha sido sábado santo. Día de silencio y sin capisayos. Ayer nos despedimos sin adioses ni bendiciones porque pendía de aquella cruz el más inocente y el más santo. Todos quedamos como aquellos discípulos: escondidos, fugados y callados.

Hoy sábado santo ha sido el día de María con su silencio sacrosanto. Todo enmudeció, pero ella hizo silencio. Quien enmudece se queda abrasado por lo que le sobrecoge y desborda imponiendo un mudo mutismo que lo deja sin palabra ni significado. María sólo guardó silencio, como quien deja espacio tras sus penúltimas palabras a que la palabra postrera musite verdadera lo que vale la pena escuchar y acoger. Así fue al principio: Zacarías dudó escéptico y quedó mudo hasta que nació Juan. María pidió ayuda para creer y en ella se hizo carne la Palabra.

Pero al final de este día de escucha silenciosa, la Iglesia nos convoca aquí como en tantas parroquias y ermitas del mundo entero. Hemos comenzado en el atrio o en el claustro con las primeras sombras de la noche. Todo un escenario de lo que a diario la vida nos trae sin rubor. ¿Cómo se llaman nuestras penumbras, esas que oscurecen lo que amamos, que desfiguran lo que esperamos, que desplazan lo que creemos? Cada uno tiene su escala cromática de grises oscuros, de negruras tiznadas, en donde quedan como azabache barato lo que otras veces ha brillado con toda su belleza y su encanto.

Pero en medio de esta noche y sus sombras hemos encendido una hoguera donde el fuego bendecido se ha hecho fuego hermano, y nos ha transmitido su lumbre y su luz, que hemos compartido fraternamente. No ha sido el fogonazo que nos deja ciegos, sino la tenue lámpara que nos hemos ido pasado unos a otros según avanzaba nuestra comitiva procesional. Las penumbras se iban disolviendo con el Cirio que nos presidía y nos abría el paso llenando de formas y colores los matices de la vida.

Hemos cantado a este cirio con una de las más sugestivas oraciones de la liturgia cristiana: el exultet. Y hemos escuchado la estrofa provocativa a nuestra desconfianza: ¡Oh feliz culpa que nos ha merecido tal Redentor! Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y agregados a los santos.

No podemos imaginar más, no podemos merecer menos. Y sin embargo esta es la gracia que tan de balde se nos regala por puro don de Cristo resucitado. La noche y sus embargos, existe. Las penumbras que nos roban las formas, ahí están. Las sombras que nos empujan las dudas, no desaparecen. Pero, no vino Jesús a pelearse con esa oscuridad sino a poner en medio de ella su luz liberadora, que entrando en nuestras estancias apagadas no hay nada ya que negociar, sino dejar pasar sin censura esa luz bendita y resucitada que devuelve el color a las cosas, restablece sus formas, y llena de significado lo que tanta penumbra nos había secuestrado con chantaje malvado.

Hemos escuchado una historia preciosa en las lecturas que se han proclamado. Es la historia de nuestra vida hecha de tantos tramos. Cada uno de los que estamos esta noche aquí, hemos podido tener momentos con tantos escenarios a través de los años de nuestra edad. Desde los episodios más inocentes y bellos hasta los más torpes e inconfesables, momentos llenos de gracia bienaventurada y otros en los que tropezamos y caímos con nuestros pecados. Es nuestra historia la que también en esas lecturas se nos narra. Para venir al desenlace final que termina en pascua. No podemos precipitarnos al aleluya que nos levanta y enaltece sin antes haber balbucido el lamento que nos derriba y aplasta. Porque entre el aleluya y nuestras lamentaciones, hay todo un proceso en el que Dios nos ha salido al encuentro, nos ha librado de engaños, nos ha purificado de pecados, permitiéndonos regresar de aventuras pródigas a ninguna parte hasta la casa encendida en la que cada mañana Él nos esperaba.

Pero para poder agradecer tamaño regalo, hemos de saber de dónde venimos y en qué hemos sido tan gratuitamente agraciados. Es lo que en esta noche un grupo de hermanos han realizado nada menos que durante casi treinta años a través del Camino Neocatecumenal que hoy culminan en este gesto de comunión con su Iglesia participando en la gran Vigilia Pascual, en la Catedral como iglesia madre de nuestra comunidad diocesana, presidida por el Obispo. Les felicitamos por todo el camino realizado, por los pasos que fueron dando en sus distintos momentos e itinerarios, por lo que han dejado atrás y por lo que confiados en Cristo Resucitado se confían en seguir avanzando. La meta no es esta noche tan hermosa y con tan alto significado, como tampoco cuando vayan a Loreto para pronunciar su sí con María nuestra Madre, o cuando vayan de bodas nuevas hasta la Tierra Santa renovando allí sus promesas. No, la meta está en ese cielo que a todos nos aguarda y en donde seremos adentrados por Jesús, nuestro Cordero sin mancha, cuando Él vuelva. Allí en el Paraíso santo, con Dios, con María, con todos los santos, y con aquellos que aquí el Señor puso a nuestra vera para que los hiciéramos hermanos. En el entretanto, en las idas y venidas, vosotros queridos hermanos del Camino Neocatecumenal, seguís haciendo la peregrinación de la vida, siendo testigos de Jesús Resucitado, ayudando a otros hermanos, e integrados en vuestras parroquias como testigos de lo que habéis encontrado.

Además, esta noche santa, tenemos la alegría de bautizar a un grupo de hermanos que debidamente acompañados como adultos en Catecumenado diocesano, o como niños infantes desde la fe de sus padres que los presentan, serán todos ellos insertados en la Iglesia pasando a formar parte desde esta noche de la comunidad cristiana. Los dos pequeñines Santiago e Ignacio, contarán con el apoyo de sus familias, padres y hermanos, padrinos, para que como crecerán sus cuerpos y sus sueños crezca también la fe que para ellos piden los que como garantes reconocen en ellos dos un regalo del cielo para bien de la Iglesia y de la humanidad.

Los que ya sois adultos y que vais a ser bautizados, confirmados y a recibir por primera vez la eucaristía, deciros que erais esperados y no habéis llegado tarde a la cita con el Señor. Él dio su vida por vosotros. Los motivos o avatares por los que es ahora que recibís los sacramentos de la iniciación cristiana, son el secreto que Dios y vosotros tenéis a buen recaudo. Lo importante es que el encuentro se ha dado entre Él y vosotros, y que tras ese encuentro ha habido respuesta y habéis aceptado ser acompañados. Hoy la Iglesia se alegra de vuestro paso y con vosotros pide todo lo que en esta noche vais a recibir como el mayor de los regalos.

Queridos hermanos, en la fiesta de la pascua que ya celebramos en nuestra Vigilia, todo esto se nos ofrece a cuantos creemos que la palabra final le pertenece a Cristo Resucitado. La noche pasa cuando la aurora entra y disipa las tinieblas que nos tenían como rehenes de nuestro pecado. Feliz noche de una pascua resucitada que llena de claridad la mañana que no acaba. Amén. Aleluya.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo