Hermanos sacerdotes, excelentísimas autoridades civiles y militares, miembros del Instituto de la Guardia Civil. El Señor llene vuestros corazones de Paz y acompañe vuestros pasos por los caminos del Bien. Con este saludo franciscano de Paz y Bien os agradezco vuestra presencia.
Hoy celebramos en nuestra Catedral de Oviedo una efemérides de familia, para la que gustosos abrimos las puertas del principal templo de la diócesis asturiana. Con todo interés acogí la invitación para presidir esta santa Misa, como en otros lugares de España en torno a estas fechas se celebra con idéntico motivo. Señala el arzobispado castrense que “por voluntad de S. M el Rey D. Alfonso XIII, el Instituto de la Guardia Civil quedó oficialmente amparado bajo el Patronazgo de Nuestra Excelsa Señora la Virgen del Pilar, mediante la promulgación de la Real Orden de 8 de febrero de 1913.
No fue esta proclamación sino el reconocimiento público de la sincera devoción que los Guardias Civiles profesaban a la Madre de Dios bajo esa advocación, fervor que tiene sus raíces en la labor realizada por el Capellán Castrense D. Miguel Moreno Moreno, quien inició en esta práctica a los alumnos del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro (Madrid), siendo también el responsable de la colocación de la imagen de la Virgen del Pilar que aún se venera en la capilla de dicho Centro. La continuación de esta forma de piedad, trasladada a los Cuarteles de toda la geografía nacional por los alumnos que del Colegio salían cada año, pronto fue motivo de la generalización de esta devoción por los componentes de este Cuerpo militar”.
En este sentido, la misma Santa Sede ha decretado “un Año Mariano Jubilar para celebrar el Primer Centenario de la proclamación de la Virgen del Pilar como Patrona de la Guardia Civil, que supone un tiempo de preparación y reafirmación en la fe a través del camino siempre cierto de la devoción a María, quien no ha dejado de amparar a sus hijos y sus familias, acompañándoles en todo tipo de servicios, penalidades y alegrías”.
Nos queremos unir a esta intención y ponernos bajo la advocación de la Virgen del Pilar que con tanta devoción filial la Guardia Civil y sus familias llevan en el corazón. María representa lo mejor de nuestra historia cristiana. La historia creyente de la Virgen nos habla de un requiebro hermoso en la fatalidad cotidiana, para poder asomarnos con Ella y en Ella a cómo en la tierra de todos nuestros imposibles Dios puede hacer florecer su divina posibilidad. ¿Qué representa para nosotros lo imposible? ¿Nos atreveremos a ponerle nombre y circunstancia? Tantas cosas nos pueden resultar así de inasequibles, de desbordantes, hasta provocar las lágrimas que furtivamente hemos ido a compartir con la Dulce Señora en esa ermita escondida del corazón. Ella nos dice que Dios es más, que tiene recursos, que nos sabe amar y que es el único que no juega con nuestra felicidad, trocando de este modo nuestro llanto en danza, quitándonos los lutos para revestirnos de la mejor algazara de una fiesta sin par.
Ella guardó en su corazón lo que Dios le decía y lo que Él a veces silenciaba, reconoció el paso del Señor cuando era patente su compañía y cuando parecía que no estaba. Así nos enseña María a vivir la vida: desde lo que el Señor dice y desde lo que calla, desde su presencia evidente y desde su ausencia aparente.
Si las piedras que sostienen la Basílica del Pilar pudieran hablar, nos darían testimonio de la petición de tantos hermanos nuestros que a través de los siglos han ido y venido precisamente a ese lugar buscando el pilar que es capaz de sostener la firmeza ante cualquier zozobra y contradicción. Es el pilar símbolo de un sí en el que comienza la historia cristiana, y en ese sí de la Virgen el pueblo cristiano no ha cesado de fundamentar su fe.
Cuenta la tradición que el apóstol Santiago, llegó hasta el Finisterrae de entonces, nuestro suelo patrio, para anunciar el Evangelio. No le debió ir del todo bien y desfondado, se sentó a la orilla del río Ebro, en la Zaragoza de entonces, con un gesto de cansancio fatal. Santa María se hizo presente en el corazón abatido de Santiago, y el que fuera llamado el hijo del Trueno quedaría fulminado no por la cerrazón y dureza de sus impávidos oyentes, sino por la ternura acogedora de aquella mujer que fue constituida en madre de todos al pie de la cruz.
Nuestra tradición cristiana ha reconocido siempre en María ese milagro de amor que Dios nos entregó en ella, porque ella siempre está junto a nosotros cada vez que nos falta el buen vino de bodas, como sucediera ya con aquel joven matrimonio en Caná. Si falta el vino de la paz o de la gracia, de la esperanza o de la luz, María siempre estará para indicar a su Hijo Jesús que estamos faltos de esos vinos generosos, y para recordarnos a nosotros lo que nunca hemos de olvidar: hacer lo que Él nos diga. Por ese saber escuchar las palabras de Dios y vivirlas, por eso María es bienaventurada.
Queridos amigos miembros de la Guardia Civil, a vosotros y a vuestras familias queremos tener en este día una mirada de especial afecto, de cercanía y de oración. Vosotros, como otras fuerzas de seguridad, veláis por la paz de nuestro Pueblo, de nuestras tierras, de nuestras gentes. Con el riesgo de vuestra vida y la entrega cotidiana de vuestro tiempo y dedicación, nos acompañáis como garantes no de un orden sin más, sino de un orden en el que se hace posible la convivencia en el respeto, en la justicia y en la paz. Pedimos por todos vosotros, por vuestra alta misión, para que también nos sostengáis a los ciudadanos cada vez que cualquiera pueda atentar de cualquier modo contra esos valores de la vida, la paz y la justicia, que coinciden con los mismos que el Señor nos ofreció, los que Santiago el Apóstol nos predicó, y la Virgen del Pilar nos sustenta en su santa Columna. Pedimos por vosotros para que –al igual que otras fuerzas de seguridad militares y policiales, a las que también agradecemos su presencia y brindamos nuestro afecto y gratitud–, no dejéis de realizar vuestra bella y fundamental misión.
Mientras encomendamos a vuestros seres queridos, especialmente a los compañeros que han muerto en acto de servicio y a las familias a las que alcanzó la onda del terrorismo, deseamos que este renovado reconocimiento de vuestra devoción por la Virgen del Pilar, siga sosteniendo con fe recia y generosa entrega, la labor impagable que hacéis a nuestra sociedad.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo