Excelentísimo Cabildo Catedral y demás Hermanos Sacerdotes, Excelentísimas Autoridades y Corporación Municipal, miembros de la Vida Consagrada, fieles cristianos laicos: paz y bien.
Andamos ya metidos en este diciembre de brumas y nieves, encaminados hacia la Navidad que a la vuelta de la esquina nos espera. En medio del adviento, como tiempo litúrgico que nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesucristo, tenemos aquí en Oviedo, en Asturias, esta fiesta discreta que casi siempre pasa desapercibida. Patrona de nuestra Diócesis y de la Ciudad de Oviedo, es un hermoso reclamo en este Año de la Fe que estamos celebrando.
A santo de qué, o a santa de qué en este caso, hacemos un paréntesis para celebrar en la Catedral semejante recuerdo. ¿Quién era Eulalia? ¿Era una heroína, una princesa, un premio Príncipe o una artista principal? Era sencillamente una niña, una joven adolescente que dio el máximo testimonio que se puede dar: entregar la vida por alguien, por algo que es capaz de legitimar tan supremo sacrificio.
No estamos ante una persona entregada y diligente que hace bien su menester, y que dedica algunos ratos de su tiempo libre a una causa justa, o unos meses de su vida como generosa voluntaria de una ONG altruista, sino ante alguien que ha pagado con el supremo sacrificio de la propia vida aquello por lo que luchaba, aquello por cuanto sabía y amaba. Y la pregunta que nos surge es cuál es el secreto y cuál es la compensación de semejante precio, el mayor que una persona puede exhibir.
El término mártir es un vocablo de raíz griega que significa testigo. El mártir no es un loco irresponsable, ni un masoquista inconsciente, ni un kamikaze terrorista, sino un testigo, un testigo de otro. Los mártires han querido vivir acogiendo la Palabra de ese Otro, la Palabra de Dios, que acertarán a cantarla en sus labios hasta el final. También han querido acoger la Presencia de ese Dios, de la que nutrirán su esperanza y amor también hasta el final. Testigos de una Palabra y de una Presencia, las de ese Dios que no enmudece ni huye ante nuestro devenir, porque Dios no sólo nos indicó el camino, sino que se hizo caminante junto a cada cual.
Hoy reconocemos ese amor que Santa Eulalia tuvo hacia Jesucristo y hacia su Evangelio, hasta hacerla testigo, mártir, y la memoria histórica de la Iglesia no lo ha olvidado ni lo puede olvidar. Es apasionante el iter biográfico, el existencial real que no siempre se ha podido documentar, de esta joven niña emeritense. En la Roma de Occidente, como se llamaba a la Augusta Emérita que la vio nacer hacia el año 292, se desenvolvió esa corta e intensa vida de una mujer cristiana que con tan sólo doce años estaba madura para la gran elegía del amor entregado hasta el final, verdadero homenaje de fe y fidelidad a ese Dios que vale más que la vida, como dice el salmo 62 que esta mañana rezábamos.
Aurelio Prudencio nos ha permitido asomarnos en sus versos e himnos a los retazos biográficos de la joven Eulalia. La descripción que él hace en su obra del Peristéphanon no deja de conmovernos, aun aligerando su ropaje literario ampuloso y convencional. Pero sobresale en el relato lo que la liturgia de este día nos acerca: “Tú has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio”, escucharemos luego en el Prefacio de los mártires que recitaremos en esta misa. Es la paradoja cristiana de todos los tiempos: que una debilidad natural, la propia de nuestra humana condición, se puede tornar en una fuerza real que comunica la audacia valerosa cuando llegan momentos en los que por nosotros mismos no podemos responder de modo extraordinario, y es entonces cuando en medio de nuestra fragilidad es la fortaleza del Señor la que queda manifiesta.
Hay que querer mucho a una Persona y estimar del todo su Palabra, para estar dispuestos a dar nuestra vida por ese Rostro y esa Voz. Los mártires como Santa Eulalia lo han hecho, y en su gesto queda patente un amor que no es reaccionario, sino tan sumamente gratuito y puro que busca la gloria de Dios y la bendición para todos, incluyendo a los que te siegan el hilo de la existencia.
Acaso podríamos pensar que se trata de una gesta admirable, incluso desde un punto de vista creyente, de algo que sucedió hace ya mucho tiempo, y que no tiene que ver nada con nuestros días. Sin duda alguna que hoy las persecuciones que sufre el pueblo cristiano, tienen otros modos a los que conocemos de la época de santa Eulalia. Pero el reto y la batalla han ido perviviendo a través de los siglos.
Los testigos hoy, son los que en medio de tanta tristeza introducen en la vida una razón para la verdadera alegría; los que a pesar de las penumbras que oscurecen no pocas realidades sumiendo a familias enteras en dolor e incertidumbre, logran encender una luz que hace brillar la esperanza cristiana; los que junto a historias de violencia, de corrupción y mentira, aparecen con sencillez como heraldos de la paz, de honestidad a todo trance y de la verdad que nos hace libres. Estos son los testigos, los mártires cristianos de nuestros días, y son ellos hoy como lo fueron los que entregaron su vida en un largo ayer, quienes levantan la sociedad construyéndola desde esos valores que reconocemos en una Persona que los vivió y nos los dejó como herencia evangélica: Jesucristo, el mártir por excelencia.
Santa Eulalia es una historia de amor con todos sus versos, un relato apasionado con todos sus besos. El amor a Dios, el amor a los hermanos, el amor a su pueblo. A ella nos encomendamos en este su día, mientras damos gracias por el alto testimonio de su martirio. Hemos de escribir también nosotros esa página de nuestros días, en donde aportando lo mejor que sabemos y tenemos en el desconcierto social y en la crisis económica, logremos con sencillez introducir un rearme moral que nos ayude a salir de los callejones oscuros poniéndonos con el Señor, con María y con los santos como Santa Eulalia, de parte de quienes más lo necesitan.
Quiera el Señor concedernos por la intercesión de Santa Eulalia, el recuerdo agradecido de su vida y la acogida generosa de su legado testimonial, para lograr nosotros, cada cual en su ámbito y con su responsabilidad, dar la vida en la trama cotidiana de nuestro trabajo bien hecho, buscando la gloria de Dios y el bien de las personas que se han puesto bajo nuestro cuidado y responsabilidad. Esto es lo que pedimos, esto es lo que con la ayuda del buen Dios y de nuestra Santa Eulalia esperamos. En este camino del Adviento cristiano, esta es la luz que el Señor nos enciende.
El Señor os bendiga y os guarde.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo