Homilía en la Misa de Santo Tomás de Aquino 2024

Publicado el 05/02/2024
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Queridos Sres. Directores de las instituciones académicas diocesanas: Centro de Estudios Teológicos, Instituto Superior de CC. RR. San Melchor de Quirós, Instituto de Teología y Pastoral San Juan Pablo II; Sres. Rectores del Seminario Metropolitano, del Seminario Redemptoris Mater y del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo (Lumen Dei); formadores, claustro de profesores, sacerdotes concelebrantes, seminaristas, religiosas, alumnos de nuestros centros, hermanos y hermanas: paz y bien.

Hacer memoria de los santos no es un ejercicio banal de relleno suplementario. Ellos no desplazan el verdadero misterium fidei que proclamamos los cristianos al hacer la memoria de Jesús, no acallan su Palabra ni opacan su Presencia. Simplemente son testigos del paso del Señor por nuestras vidas como un acontecimiento en cuyo encuentro hemos sido transformados por entero. Esta es la verdadera teología de los santos y la vida cristiana que llega a la santidad, nos ha dejado plasmada una verdadera página de auténtica teología. Este es el motivo por el que acudimos a ellos desde las oportunas memorias litúrgicas que nos propone la Iglesia.

Hoy celebramos la festividad de Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia. Un doctor es quien educa en la búsqueda la belleza, quien acompaña en el descubrimiento de la verdad, quien nos testimonia con su vida el don de la bondad. Belleza, verdad y bondad que nos asoman a cuanto representa la hondura y la sencillez del camino cristiano de cualquier tiempo y en cualquier lugar. Santo Tomás de Aquino nos enseña que la teología es el testimonio de una fe que piensa y de una razón creyente. Toda su obra es el homenaje de su fidelidad con todas las fuerzas y talentos que el Señor le regaló: su consagración por entero a Jesucristo como dominico, el poner al servicio de los hombres la sabiduría que con la herramienta de su inteligencia fue poco a poco desentrañando leyendo y estudiando la Palabra de Dios dándonos así su mejor teología.

La vida es un campo en el que con todos sus accidentes de dificultades y sus surcos de posibilidades Dios no deja de sembrarnos la semilla de su Palabra con la que nos llama a la santidad cotidiana, a la santidad de parecernos a Él como su mejor imagen y semejanza. Todos reconocemos la diferencia que nos distancia de los santos, cuando vemos cómo ellos han sabido dar espacio al divino sembrador abriendo su tierra, mientras nosotros a menudo nos cerramos tras los espinos, los caminos y las piedras ralentizando o imposibilitando que esa semilla llegue a su florecimiento hermoso y a su fruto granado.

Pero Santo Tomás nos da el testimonio de que Dios no se cansa jamás de proponernos siempre volver a empezar. Es la insistencia de su gracia la que nos hace amar el modo y el método con el que el Señor se nos muestra con toda su paciencia, esa que ha salvado nuestras almas. Dios no deja de salir nuevamente a sembrar en mi libertad la sementera de su gracia. Las veces que hagan falta. Como si fuera la última vez o como si fuera la vez primera. Así hasta que lleguemos a la orilla de la que siempre hemos sido peregrinos andariegos por los caminos en los que nos ha traído y llevado la vida.

En la memoria de los santos que el papa Benedicto XVI tanto incidió, hay una catequesis particularmente hermosa en la que propone una mirada a todos ellos: «la Iglesia, durante el Año litúrgico, nos invita a recordar a multitud de santos, es decir, a quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Los santos nos dicen que todos podemos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en todas las latitudes de la geografía del mundo, hay santos de todas las edades y de todos los estados de vida; son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quiero añadir que para mí no sólo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son “señales de tráfico”, sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo que indica dónde está la verdad» (Audiencia, 13 abril 2011).

En esta mañana mientras celebramos la memoria litúrgica de este santo teólogo, nos encomendamos a su intercesión, y tanto profesores como alumnos, nos ponemos bajo la mirada de ese Misterio que él contempló, que él adoró, que él reflexionó, y que acertó a testimoniar con fidelidad y en la exquisita comunión con la Iglesia de Dios, tanto en su vida, como en su predicación y enseñanza. El Señor os bendiga y os guarde.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Seminario Metropolitano
Oviedo, 5 febrero de 2024