Homilía en la Misa del Espíritu Santo

Publicado el 01/10/2012
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Homilía en la Misa del Espíritu Santo


Apertura del Curso en el Seminario 2012-2013, Capilla Mayor 1 de octubre de 2012

 

Querido D. Gabino, nuestro arzobispo emérito., Sr. Vicario General, Rector del Seminario, Director de los Centros de Estudios, Sacerdotes, Profesores, seminaristas y alumnos, religiosas, amigos y bienhechores, hermanos todos en el Señor: paz y bien.

 

Quedan atrás estos meses de estío y holganza en los que los centros de Estudios Teológicos de la Diócesis de Oviedo han puesto su paréntesis habitual para recobrar fuerzas y realizar actividades complementarias. De nuevo nos encontramos en el día primero de un nuevo curso académico que tiene su primera cita en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía para pedir juntos la ayuda al Señor a través de los dones del Espíritu Santo. Misa votiva al Paráclito para desear y acoger la gracia de la Sabiduría.

 

No se trata de una ciencia sin más lo que pedimos, no es la disposición necesaria para el aprendizaje de conceptos, novedades, desde la doble orilla de la filosofía y la teología. Pedimos la sabiduría que es infinitamente mucho más. Porque ésta consiste en una mirada que reconoce lo inmediato que a diario se nos presenta, que no rodea ni se fuga de la realidad aunque nos ponga en un brete o nos plantee mil desafíos. Pero la realidad no siempre es diáfana y clara, y veces se torna esquiva, nos burla, o se disfraza de ambigüedad. Es entonces cuando sin desdén de la realidad, hay que saber ir más allá de su apariencia engañosa. Este viaje no tiene guías, y su empeño no cabe en un manual. Hace falta algo tan grande y gratuito como la sabiduría, que es lo que en esta tarde pedimos al Espíritu de Dios.

 

De esta sabiduría siempre seremos discípulos, y en sus aulas nos sentamos con el ánimo de aprender cosas para la vida. Aprendemos a mirar a Dios en su misterio, tal y como Él nos lo ha revelado. Aprendemos a mirar a su Iglesia, que custodia la Palabra y la Presencia del Señor, esas que han narrado a lo largo de los siglos una historia de salvación. Aprendemos a mirar al hombre, siempre henchido de preguntas, capaz de soñar con esperanza y capaz de hacerse daño en las heridas.

 

Esta sabiduría, don del Espíritu Santo, es la que vemos que han vivido los santos y en ellos nos reconocemos. En cada época ha habido esa muchedumbre de testigos que nos hablan con su vida santa de esa triple mirada sabia a Dios, a la Iglesia, a los hermanos. En este año tenemos en el horizonte más inmediato a San Juan de Ávila, que el próximo domingo será proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI junto a la mística alemana Hidelgard von Bingen.

 

La Asamblea Plenaria del episcopado español, quiso explicar la razón de este doctorado ayudándonos a su comprensión: «La originalidad del Maestro Ávila se halla en su constante referencia a la Palabra de Dios; en su consistente y actualizado saber teológico; en la seguridad de su enseñanza y en el cabal conocimiento de los Padres, de los santos y de los grandes teólogos. Gozó del particular carisma de sabiduría, fruto del Espíritu Santo, y convencido de la llamada a la santidad de todos los fieles del pueblo de Dios, promovió las distintas vocaciones en la Iglesia: laicales, a la vida consagrada y al sacerdocio… En sus discípulos dejó una profunda huella por su amor al sacerdocio y su entrega total y desinteresada al servicio de la Iglesia… Fue Maestro y testigo de vida cristiana; contemporáneo de un buen número de santos que encontraron en él amistad, consejo y acompañamiento espiritual. Un Doctor de la Iglesia es quien ha estudiado y contemplado con singular clarividencia los misterios de la fe, es capaz de exponerlos a los fieles de tal modo que les sirvan de guía en su formación y en su vida espiritual, y ha vivido de forma coherente con su enseñanza».

 

No es mala compañía gozar de este hermano nuestro, patrono del clero español, y sumarnos a su discipulado de la sabiduría que él buscó, enseñó y de la que fue testigo. De alguna manera nos afecta, puesto que él frecuentó las aulas de la entonces llamada Universidad de Salamanca, como ahora nosotros frecuentamos por la afiliación de nuestros Centros de Estudios, la actual Universidad Pontificia de Salamanca. Algo tenemos en común.

 

Pero junto a esta efemérides, el comienzo de curso se estrena también con dos motivos paralelos que enmarcan esta andadura académica: la celebración del Año de la Fe, con motivo del 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. La convocatoria del Año de la Fe nos ha puesto en el horizonte una ocasión para renovar nuestra vida cristiana fortaleciendo la adhesión a Jesucristo, Redentor del hombre. Podríamos pensar que la fe es algo ya adquirido, algo supuesto sin más. Pero en nuestro mundo cristiano no debe jamás darse por supuesta la fe porque es susceptible de pérdida, debilitamiento, o de maduración y excelencia. Benedicto XVI nos recuerda en su Carta Porta Fidei que «sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas» (Benedicto XVI, Porta Fidei, 2).

 

Esta y no otra era la intención del Vaticano II. Como recordamos los obispos españoles hace sólo unos años al hablar de los frutos del Concilio, «La tarea de recepción de la enseñanza conciliar aún no ha terminado. Pasados cuarenta años, somos testigos de los frutos valiosos que ha rendido la buena semilla. A la vez, no son pocos los que en este tiempo, amparándose en un Concilio que no existió, ni en la letra ni en el espíritu, han sembrado la agitación y la zozobra en el corazón de muchos fieles. En medio de un ambiente cultural, en el que se reflejan las opiniones más diversas sobre Jesús, es necesario acoger con docilidad la Revelación del Padre, lo que el Espíritu nos dice en el Concilio Vaticano II, llenarse de la alegría que viene de lo Alto, reposar gozosamente en la roca firme de la Iglesia y renovar cada día nuestra confesión de fe» (CEE. Instrucción Pastoral Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. 30 marzo 2006).

 

En segundo lugar, la celebración de la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre Nueva Evangelización, que se celebrará en Roma en este mes, marca también una atención de la llamada que hemos recibido en este momento de la historia de caminar con nuestra generación anunciando la Buena Nueva que a nosotros se nos ha proclamado en el encuentro con Jesucristo resucitado. La plaza de Jerusalén es la plaza hoy de nuestro mundo, y en ese inmenso areópago, en ese atrio de gentiles y de creyentes, hemos de saber contar las maravillas de Dios en todos los lenguajes.

 

El Evangelio nos ha dicho que hemos de ser como niños, como lo han sido los sabios y los santos que en el mundo han sido, como lo fue Santa Teresita de Lisieux, cuya memoria hoy celebramos. Esta es la santa sabiduría, la sabia santidad a la que aspiramos y en la que nos queremos dejar formar sin ser formateados, sino verdaderamente educados en esa triple mirada a Dios, a la Iglesia y a los hermanos.

 

Finalmente una última palabra sobre nuestro Seminario. Como he recordado días atrás en mi carta semanal, hace unas semanas despedíamos cristianamente al joven sacerdote D. Santiago Lorido, fallecido tan prematuramente por un infarto de corazón fulminante, tres meses después de su ordenación. Le pedíamos al Señor que nos bendijera con vocaciones: las que ya hemos recibido para que las fortaleciese, y las que estaban llegando, para que no cesen de llamar a la puerta de nuestro Seminario.

 

El Señor ha escuchado nuestras plegarias y, como decíamos al despedir a Santiago, ha recogido en el odre de su Corazón nuestras lágrimas. Seis nuevos seminaristas ingresan en el Seminario Metropolitano de Oviedo. Un regalo sorprendente e inmerecido por el que no dejamos de dar gracias al Buen Dios. Pero junto a estos nuevos hermanos, están los ocho jóvenes del Seminario Misionero Diocesano “Redemptoris Mater” del Camino Neocatecumenal que abrimos también este año, y a los que damos nuestra más cordial bienvenida. Toda una gracia que nos llena de asombro agradecido, y que nos permite mirar a la Diócesis y a la Iglesia universal con una esperanza fundada en la generosidad del Señor. No son dos seminarios rivales sino eclesialmente complementarios. El terruño de la Diócesis y el espacio del mundo entero, caben en este regalo que hemos recibido inmerecidamente del cielo. Compartirán las clases en el Centro Superior de Estudios Teológicos de Oviedo, y cada comunidad tendrá luego su autonomía, su formación específica, dentro de la común pertenencia a la Diócesis de Oviedo bajo la solicitud y responsabilidad del Arzobispo Metropolitano. Así las urbes de nuestros pueblos en la geografía diocesana y los orbes de un mundo al que salir misioneramente a evangelizar, tendrán en estos dos seminarios su propio semillero, su taller educativo, su comunidad orante, y su proyección eclesial. Mi reconocimiento más agradecido a formadores y profesores.

 

Hemos de rezar por todos ellos, ayudarles con nuestra oración, brindarles nuestra acogida y afecto, colaborar también con nuestra ayuda económica. Pienso en los seminaristas que ya teníamos el año pasado y que todos continúan: son un excelente grupo y cada uno de ellos representa una bendición única con nombre y con edad. Gracias por seguir, pisando las pisadas de Cristo en la escalada de la vida. Los que llegan nuevos este año son igualmente un don del cielo que hemos de saber acompañar con la ayuda de Dios, de nuestra Madre la Santina y de todos nuestros Santos. Qué hermoso es ver en vuestros rostros la respuesta del Señor a nuestras humildes plegarias.

 

Hoy comienza un nuevo curso. Que la sabiduría que pedimos al Espíritu de Dios nos llene a todos, profesores, formadores, alumnos, personal no docente, amigos y bienhechores, de la gracia del bien y la paz que pedimos al Señor.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo