Querido D. Gabino, Arzobispo emérito de Oviedo, hermanos sacerdotes y diáconos, personas consagradas, seminaristas, fieles laicos: quiera el Señor bendeciros siempre con la Paz y el Bien para vivir con gozo vuestra vocación cristiana en esta Iglesia y en este mundo que nos ha regalado como don y tarea.
Estamos ya metidos en la Semana Santa en la que acompañaremos a nuestro Pueblo en la contemplación de los misterios centrales de nuestra fe recordando la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Deseo que una lluvia de gracia (no de agua) empape nuestros corazones para volver a asomarnos a la historia de amor más grande que nunca debe dejarnos de conmover. Siempre que leo el relato de la Pasión del Señor, siempre, experimento la sorpresa de descubrir cosas que me aguardaban para gritármelas Dios según esa última lectura. Siempre me encuentro tocado y conmovido, siempre, cuando escucho y contemplo lo que en estos días santos nos disponemos a celebrar. Os invito a esta apertura de quien se deja sorprender por Dios en esta Semana Santa 2013, tan inédita e irrepetible, que nos encuentra a cada uno con nuestras cábalas, nuestras heridas, nuestras lentitudes y oscuridades, nuestros temores, y también con nuestro deseo de entender lo que Dios nos dice, nuestras ilusiones, nuestras esperanzas y lozanías. Dios se deja estrenar siempre, dejémonos sorprender por Él en estos días.
1. Los santos Óleos
Acabamos de decir en la oración colecta de esta Misa Crismal que nosotros somos miembros del Cuerpo del Señor y nos hace partícipes de su misma unción. Él tiene heridas como nosotros las tenemos también, pero sus heridas son las que fueron prestadas, las que suplieron las nuestras, y ellas son el bálsamo con que las nuestras se nos curaron.
En esta Misa que antecede al triduo pascual que en breve celebraremos, consagraremos los Santos Óleos que tienen que ver con esa unción sagrada que Dios vierte en nuestras heridas abiertas y en nuestras cicatrices no curadas. Es el óleo que anuncia la paz con los labios creadores del Espíritu de Dios que sobrevuela nuestros diluvios de tensiones, desencuentros y violencias de todo tipo. Es el óleo con el que se restaña el dolor por las cosas que nos han hecho daño y que no logramos comprender ni sabido utilizar redentoramente para volver nuestra mirada a lo único importante. Es el óleo que nos fortalece poniendo suavidad y quitando rigidez en que aquello que nos endureció ante Dios y ante los hermanos. Este óleo santo bendito como la gracia de Dios, lo consagramos en esta Misa en la que somos nuevamente ungidos mirando las heridas que nos han devuelto la posibilidad de nacer de nuevo en ese Costado de Cristo que nos abre la puerta de la redención.
Óleo para los enfermos de todas las dolencias y edades en donde se pone a prueba la esperanza y el amor; óleo para los catecúmenos que aceptan comenzar y de todos aquellos que podemos comenzar de nuevo; óleo del crisma que nos vuelve a consagrar en la pertenencia a Aquél de quien nos hemos fiado, Aquel que nos creó, nos llamó, nos consagró y nos ha enviado. La liturgia de la bendición de los Santos Óleos es un apretado relato del fruto del olivo como signo de la salvación. Todos nosotros somos destinatarios de este aceite de gracia con el que Dios acompaña en su Iglesia nuestra humilde realidad.
2. Renovación de las promesas sacerdotales
Aquí está reunido todo el Pueblo de Dios, la Iglesia del Señor que peregrina en Asturias, en nuestra Diócesis de Oviedo: pastores, consagrados y laicos. Y en esta comunión de vocaciones hoy los que hemos sido llamados al sacerdocio haremos nuestra renovación de las promesas que hicimos al Señor en el día de nuestra ordenación sacerdotal. Me da alegría veros en esta concelebración de tantas edades, cada uno con su historia remota y reciente, con todo su cúmulo de luces y gracias sin que nos falten a veces pecados y oscuridades. Pero llega un día como este y volvemos a mirar a Cristo Sacerdote, a Aquél que nos llamó amigos y nos invitó a seguirle a Él sirviendo ministerialmente a los hermanos. Y en esa mirada queremos volver a pronunciar el sí que ha dado sentido a nuestro camino y que ha ido tejiendo nuestra historia de fidelidad.
El año pasado, en la que fue su última Misa Crismal como Obispo de Roma, Benedicto XVI centró su homilía en la renovación sacerdotal tan propia de este día. Decía el Papa Ratzinger que nuestra mente retorna «hacia aquel momento en el que el Obispo, por la imposición de las manos y la oración, nos introdujo en el sacerdocio de Jesucristo, de forma que fuéramos “santificados en la verdad” (Jn 17,19), como Jesús había pedido al Padre para nosotros en la oración sacerdotal. Él mismo es la verdad. Nos ha consagrado, es decir, entregado para siempre a Dios, para que pudiéramos servir a los hombres partiendo de Dios y por él. Pero, ¿somos también consagrados en la realidad de nuestra vida? ¿Somos hombres que obran partiendo de Dios y en comunión con Jesucristo? Con esta pregunta, el Señor se pone ante nosotros y nosotros ante él: “¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?”. Así interrogaré singularmente a cada uno de vosotros y también a mí mismo después de la homilía. Con esto se expresan sobre todo dos cosas: se requiere un vínculo interior, más aún, una configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización. Se pide que nosotros, que yo, no reclame mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo?, sino más bien: ¿Qué puedo dar yo por él y también por los demás? O, todavía más concretamente: ¿Cómo debe llevarse a cabo esta configuración con Cristo, que no domina, sino que sirve; que no recibe, sino que da?; ¿cómo debe realizarse en la situación a menudo dramática de la Iglesia de hoy?» (Benedicto XVI, Homilía Misa Crismal. 5 abril 2012).
Pienso en tantos momentos en los que reservándonos para nosotros mismos, sin más horizontes que nuestros propios intereses, abandonamos la escucha de Quien sigue llamándonos y el seguimiento real de quien nos ha constituido ministros de la esperanza, administradores de la gracia y servidores de la alegría de los hermanos. Se introduce de modo inevitable la tristeza o la tensión ante lo que debemos dejar o lo que tememos perder, en tantos sentidos, y deja de sostenernos el gozo sereno de quien habiéndose entregado al Señor en cada tramo de su edad, puede contar con paz que Dios no se ha reído de él ni la Iglesia le ha usado y tirado anónimamente.
Pero pienso mucho más en tantos de vosotros que de modo incluso heroico seguís al Señor en vuestro sacerdocio, con las dificultades de la edad avanzada, o de la salud quebrada, o de la demasiada encomienda que supera no pocas veces vuestras fuerzas. Pienso en tantos de vosotros que hacéis sencillamente lo que tenéis que hacer con toda la ilusión que os da saberos llamados por Jesucristo y acompañados por Él, haciendo de vuestros años gastados en el servicio de la Iglesia un acopio de sabiduría y de paciencia sin que se cuele jamás el desencanto y la hipocresía.
Gracias por estar ahí, queridos hermanos sacerdotes en las duras y en las maduras, escribiendo cada día la historia que Dios os reservó para bien de su Pueblo, nuestros hermanos, consintiendo que con la tinta de vuestra libertad Él firme cada día un nuevo capítulo de misericordia, de gracia y de bondad.
3. Gracias por el nuevo Papa Francisco
Finalmente, en esta Misa Crismal, todos nosotros como Diócesis de Oviedo queremos dar las gracias por el nuevo Papa Francisco, con el que el Señor nos ha bendecido a toda la Iglesia. La sorpresa de su elección ha puesto de manifiesto la libertad sorprendente con la que Dios hace las cosas y mueve los corazones de quienes en cada momento nos pone como guías y padres para llevarnos adelante en el camino.
La sencillez evangélica de la que desde el primer momento ha hecho gala, nos pone en esa tesitura de aprender de nuevo en las aulas de la simplicidad sin que confundamos esta virtud con la vulgar simplonería. El hecho de haber asumido el nombre de Francisco de Asís, ya nos pone en pista de una sensibilidad concreta que tiene este jesuita hispanoamericano que tiene mente ignaciana y corazón franciscano.
Pero conviene no reducir la memoria del santo de Asís, y lo dice un fraile de su familia espiritual. No es tan extraño que se convierta a Francisco en bandera o coartada de afanes que él sencillamente ignoró. El Poverello –muy a su pesar– se ha prestado a veces, a más de una bandería utilizadora, queriendo encontrar en él al inspirador o al cómplice de los más diversos movimientos que recogen actualísimas preocupaciones. Con mucho gusto estos colectivos visten a Francisco de verde ecologista, de blanco pacifista, de pana proletaria, de azul vaquero postmoderno, sin olvidar toda la gama de un incoloro tradicionalista…, aunque sea hartamente complejo hacer firmar al Francisco histórico los puntos de partida y sobre todo las metas de llegada que muchas veces tales programas propugnan. Francisco amó la creación como obra de Dios, fue un hombre de paz por saberse perdonado por el Señor, se entregó a los pobres imitando a Cristo crucificado a quien descubrió en los mendigos, adoptó un hábito sencillo conmovido por el gesto de Dios que se revistió de nuestra humanidad, y fue fiel a la Iglesia y su tradición sin coqueteo con los tradicionalismos, siendo exquisitamente respetuoso con la liturgia y los sacramentos, y distanciándose de algunas parafernalias.
Para el Papa Francisco, el santo de Asís es el que tiene estas referencias de un gran cristiano como el Poverello, hijo de Dios, hijo de la Iglesia e hijo de su tiempo. Tres filiaciones que deben acompañarnos en esta época apasionante de la mano de los santos, como con este gesto ha indicado el Sucesor de Pedro.
Como decía bellamente en sus primeras intervenciones de Papa, debemos movernos en la dirección que Dios nos marca, debemos edificar su Iglesia sirviéndola como ella quiere ser servida sin servilismo, y debemos testimoniar ante nuestra generación la belleza, la bondad y la verdad de nuestro ser cristiano. Que así debe él custodiar la vida que se le ha confiado, como decía el día de San José con el inicio de su Pontificado. Nosotros como hijos y hermanos del quien custodia nuestra vida por encargo del Señor, le ofrecemos nuestro afecto, nuestra oración y nuestro agradecimiento.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo