Homilía en la inauguración de la casa para madres gestantes «Nuestra Señora de los Desamparados»

Publicado el 25/03/2012
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Homilía en la inauguración de la casa para madres gestantes «Nuestra Señora de los Desamparados»


Gijón, 25 de marzo de 2012

 

Querido Sr. Vicario de Gijón y Zona Oriental, sacerdotes concelebrantes, querida M. María Ángeles, Superiora General de las Madres de Desamparados y San José de la Montaña y demás religiosas de esta querida Congregación, Sra. Alcaldesa de Gijón y resto de Autoridades, amigos y hermanos todos: paz y bien.

 

Estamos terminando el camino cuaresmal. También nosotros, como los extranjeros del evangelio que acabamos de escuchar, queremos ver a Jesús. Y no sólo eso: queremos que todos lo vean. Algo de esto tiene que ver esta mañana con nuestra celebración. Hay siempre una fiesta que antes de contemplar la muerte de Jesús que meditaremos en la Semana Santa, nos recuerda paradójicamente la vida: se trata de la festividad de la Encarnación del Señor. Litúrgicamente se celebrará mañana, por caer este año en domingo, pero nos permite a nosotros poner fecha y domicilio a una efemérides del todo especial que es la que en esta mañana nos ha reunido. Mirando la vida de Dios queremos aprender a cuidar la vida de nuestros hermanos, defenderla, nutrirla, acompañarla, especialmente la vida de los más inocentes y los más indefensos.

 

Lo recordaba en la carta semanal de este domingo, que la vida es algo demasiado grande, demasiado bello, como para no tomárnosla responsablemente en serio. Uno de los pasajes más sugestivos de la Biblia, en el libro de la Sabiduría, tiene una expresión en la que queda manifiesta la intención bondadosa y embellecedora de Dios Creador: «Tú amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho» (Sab 11,24). Esta es la afirmación humilde que el pueblo cristiano ha hecho a través de los siglos de su historia. No es un Dios hostil al hombre, y el hombre no es extraño ante Dios.

 

El Beato Juan Pablo II nos regaló una encíclica tomando la vida como argumento de la buena noticia cristiana: «El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas» (Evangelium vitae, 1). Y tanto más sorprendente puede resultar este anuncio cuanto más está en entredicho de mil formas este regalo supremo de Dios que es sencillamente vivir.

 

Pero, a ¿qué nos estamos refiriendo cuando nos posicionamos a favor de la vida? Porque podría darse que haya gente muy sensible con la causa de los niños no nacidos y por tanto son contrarios al aborto, pero parece que les importa menos la vida de quienes están terminando por edad o grave enfermedad frente los abusos que se pudieran estar cometiendo, o la vida de quienes ya nacidos y no teniendo un final próximo, malviven de tantos modos sufriendo en su cuerpo, en su alma, en su conciencia o en su libertad.

 

En este sentido vale la pena releer un texto del Concilio Vaticano II en donde se puso nombre a los desmanes contemporáneos: «Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador» (Gaudium et Spes, 27).

 

Por este motivo, en la festividad de la Encarnación del Señor, 25 de marzo, cuando celebramos la Jornada de la Vida, resulta gozoso bendecir una casa que no es patíbulo ni paredón, que no es laboratorio de experimentación humana ni cámara de gas, que no es un “lager”, ni una “checa”, ni un “gulag”, que no es una clínica abortiva. Todo lo contrario: es un lugar donde la vida se acoge y reconoce con esperanza, se la acompaña responsablemente, donde se nutren sus hambres y se vendan sus heridas. Una casa como un hogar cristiano en donde la vida será la cotidiana buena noticia. Mujeres gestantes, sean quienes sean, las madres y sus hijos que llaman a la puerta de nuestro mundo, tendrán aquí un lugar de acogida cuando las posadas de los egoísmos insolidarios y cínicos hayan cerrado sus puertas.

 

La Congregación de las Madres de Desamparados y San José de la Montaña, abren en este día un centro en Gijón en donde la vida será protegida, la mujer madre acompañada, y los niños no eliminados ni abandonados. Hoy bendecimos la casa y sus instalaciones, y progresivamente se irá poniendo en marcha. Es una buena noticia por la que vale la pena brindar con la gratitud y la esperanza. Nuestra Diócesis de Oviedo así lo hace colaborando activamente con este proyecto que expresa de la mejor forma una de las prioridades del Sínodo Diocesano recientemente clausurado. El evangelio de la vida es una buena noticia vital.

 

Es un modo precioso de construir un mundo nuevo y contribuir a la renovación de la sociedad porque como decía Juan Pablo II «no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida…. Ni puede tener bases sólidas una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y violación de la vida humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz» (Evang. Vitae 101).

 

Nuestra generación tiene claroscuros: cosas preciosas y cosas terribles, avances hermosos y retrocesos inconcebibles. Con este toma y daca, con la agridulce actitud de una espera que aguarda o de un escepticismo para la nada. Y es aquí donde nos hacemos esta mañana una pregunta de fondo que tantas personas se hacen: ¿dónde está Dios que a base de no verlo algunos ya ni le esperan? ¿por qué se calla con la que está cayendo? ¿por qué parece desaparecido en medio de nuestros combates y desconciertos? Si Dios es contemporáneo… ¿dónde habla y dónde está? Esta es la pregunta.

 

Lo dejé escrito hace unas semanas tras mi visita en Cotonou (Benin) a un centro para niños que llevaban en sus rostros la firma y el precio de la ambición de los adultos. Esto se da demasiado a menudo bajo diseño jaleado, financiado, urgido por quienes se ensañan en su egoísmo económico, cultural y político. Por este motivo la voz de la Iglesia en cualquiera de estos escenarios es siempre una instancia incómoda. El Evangelio de la paz y el Evangelio de la vida suena extraño y provocativo, y presentar el mensaje cristiano en toda su integridad no es apto para todos los públicos que quieren hacer de la suya una única voz, y hacer de sus intereses un imperativo legal que revisten falsa democracia o de ideológica modernidad. La mejor manera entonces de censurar el mensaje es matar al mensajero, y así se hace de tantos modos dando pie a las mil historias martiriales: desde Jesucristo hasta el último que por amor a Él y a los hermanos sufrieron el alto precio de tener que entregar la vida como el Maestro.

 

Frente a una presunta ausencia de Dios ante el sufrimiento de los niños hay que decir que ellos son siempre sus preferidos. Ellos fueron la mejor parábola que Jesús nos propuso poniéndoles en medio de sus discípulos y diciendo que sólo quien se haga como un pequeño podrá entrar en el Reino de los Cielos, y ay de aquél que abuse o maltrate a un inocente pequeñín, pues más le valdría que con una piedra de molino atada al cuello le arrojasen al mar.

 

Aquellos niños recogidos en Benín en La Maison de la Joie pour les enfants eran el patente y patético testimonio de la compra-venta de bebés, del abuso sexual y redes de pederastia, del maltrato físico, de hijos víctimas de sus padres, excluidos y abandonados por tener defectos físicos o enfermedades, y un largo y terrible etcétera. Esos niños preferidos de Dios, fueron despreciados por los hombres. A esos niños creados con un sueño de bien y felicidad por Dios, se les impuso una cruel pesadilla tan injusta como indebidamente.

 

Y la pregunta no retórica de dónde está Dios cuando suceden estas cosas, cuando hay catástrofes naturales, cuando se dan las guerras… tiene siempre una respuesta que no debe ser teórica: Dios está en primer lugar en los que sufren, en aquellos que son víctima de cualquier cosa o situación. Y en segundo lugar, Él también está en los que habiendo entendido su Misericordia y Ternura divinas, “le prestan” sus manos, sus labios, sus ojos, su corazón, su tiempo, sus talentos, para que a través de ellos los que sufren y son víctimas puedan volver a empezar con una esperanza sin trampa.

 

En Cotonou como ahora en Gijón y en Asturias desde esta mañana hay una casa, que está pintada de alegría, y en la cual los niños más desamparados aprenden a sonreír dejando de ser rehenes de sus desdichas. Las madres podrán ser no condenadas a dar a luz, sino bendecidas y sostenidas por ese regalo de la vida. Así nos comprometemos la Iglesia asturiana, las Hermanas de esta querida Congregación de Madres de Desamparados y San José de la Montaña, nuestra Delegación de la Pastoral de la vida, las asociaciones que trabajan por la vida (Red Madre, Mar, Cidevida y otras), y también las Administraciones locales y regionales cuando se ponen de parte del inocente, del desfavorecido y nos ayudan para poder ayudar. Sí, Dios soñó a estos pequeños y sus madres, los amó con su nombre y veló por sus sueños de niños, siendo así salvados del egoísmo que el peor mundo de los adultos les imponía con sus peores pesadillas. Así de contemporáneo es Dios, así de cercano, así de locuaz, cuando con su acostumbrada cortesía nos pide prestados los labios para contarnos su parleta, y toma en sus manos las nuestras para con ellas darnos su ternura y bendecirnos con su paz.

 

Jesús tuvo complicado su nacimiento, y fue enormemente perseguido tras nacer. Él sabe bien, como lo sabe María y lo sabe José, lo que es acoger la vida y protegerla. Él es el primer acogido de esta casa. La santa Familia y estas benditas Hermanas junto a toda la Iglesia en Asturias, decimos sí a la vida poniendo lo mejor de nosotros mismos al servicio de los que Dios más ama: los no nacidos, los nacidos ya, sus madres y todas sus circunstancias. Hoy nace una casa en la que la vida podrá nacer. Dios sea bendito.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo