Homilía en la festividad de Santo Tomás de Aquino

Publicado el 27/01/2012
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Homilía en la festividad de Santo Tomás de Aquino, Seminario Metropolitano


Oviedo, 27 enero 2012

 

Querido Sr. Vicario General, Sr. Rector del Seminario, Sr. Director del Centro de Estudios Teológicos, formadores del Seminario, claustro de profesores, sacerdotes concelebrantes y diácono, seminaristas, religiosas, alumnos de nuestros centros, hermanos y hermanas: paz y bien.

 

En la cátedra de Moisés se sentaron unos letrados que no eran discípulos de la verdad sino de sus fantasías, de sus miedos y de sus pretensiones. Jesús, como acabamos de escuchar en el Evangelio, los señaló con palabra fuerte. La cátedra de la Verdad sólo le pertenece a Dios, y en ella se ha sentado la Sabiduría, esa que tomó carne humana, se hizo historia, acampando su condición divina en medio de nosotros. Verbum Caro factum est.

 

Los santos, como Santo Tomás de Aquino, no se han sentado indebidamente en la cátedra del Señor, sino que en ella han encontrado su sitio como discípulos ante el único Maestro. Ellos no han enseñado nada de lo que no aprendieran a los pies del Señor; ni su mensaje fue distinto al que oían en los labios de Dios; ni sus obras opacaron la santidad a la que fueron llamados y que diariamente contemplaban en el rostro y en el corazón de Jesucristo. Por eso hacemos memoria de los santos.

 

El año cristiano está jalonado con la memoria de los diversos misterios de Cristo que la liturgia nos va presentando. Entroncada en ese misterio redentor se sitúa también la memoria de los santos: santa María y cuantos han sido testigos en cada época de la gracia salvadora que nos obtuvo Jesucristo con su muerte y resurrección.

 

La festividad de Santo Tomás de Aquino, que nosotros anticipamos en su víspera por razones de calendario, nos remonta a uno de los pilares de la teología católica. No en vano es propuesto por el Magisterio de la Iglesia como uno de los más eximios paradigmas de la teología perenne cristiana de todos los tiempos. De hecho, como recordaba Benedicto XVI citando un texto de Juan Pablo II, en su encíclica Fides et ratio, el santo teólogo dominico “ha sido siempre propuesto por la Iglesia como maestro de pensamiento y modelo del modo recto de hacer teología” (n. 43). No sorprende que, después de san Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia Católica, santo Tomás sea citado más que ningún otro, ¡hasta sesenta y una veces! Fue llamado también Doctor Angelicus, quizás por sus virtudes, en particular la sublimidad de su pensamiento y la pureza de su vida”. (Benedicto XVI, Catequesis audiencia general, 2 junio 2010).

 

No hay una rivalidad excluyente entre nuestra capacidad reflexiva y cuanto Dios nos ha revelado. La fe y la razón, es decir, cuanto aceptamos con fe como propuesto por Dios y enseñado por la Iglesia, no entra en conflicto con lo que nuestra inteligencia es capaz de pensar y exponer según la cultura de cada tiempo y lugar. Es una cualidad de Tomás de Aquino mostrar que “que entre la fe cristiana y la razón subsiste una armonía natural. Y esta es la gran obra de Tomás, que en aquel momento de enfrentamiento entre dos culturas – ese momento en que parecía que la fe tuviese que rendirse ante la razón – mostró que ambas van juntas, que cuando aparecía la razón incompatible con la fe, no era razón, y cuanto parecía fe no era fe, si se oponía a la verdadera racionalidad; así él creó una nueva síntesis, que formó la cultura de los siglos sucesivos” (Benedicto XVI, Catequesis audiencia general, 2 junio 2010).

 

Todo teólogo cristiano conjuga el estudio personal, con algún modo de enseñanza. No se trata de un estudio erudito marginal, que recorre los propios márgenes de su inteligencia, sus intuiciones o sus intereses variados. Es un estudio que se asoma con respeto y devoción a cuanto el Señor nos ha ido mostrando en la historia salvífica. De esa historia da cuenta la Palabra revelada que encuentra en Jesucristo su máximo exponente culminador como Palabra hecha carne que nos desvelará en nuestro lenguaje y con nuestros gestos, el amor misericordioso del eterno Dios. Será Dios quien nos desvele a Dios en su propio Hijo.

 

La Iglesia ha recibido ese depósito que cree con fe firme, que ha sabido custodiar con fidelidad, que ha querido celebrar litúrgicamente, anunciar misioneramente, distribuir sacramentalmente, y enseñar catequéticamente.

 

Cada generación cristiana ha querido explicar a sus contemporáneos esa historia tejida de estos factores. Y aquí los teólogos tienen una importante tarea, un verdadero ministerio, a la hora de transmitir con fidelidad esta salvación que se ha hecho historia redentora. Por eso, y aquí brilla otra cualidad de Santo Tomás de Aquino, no basta el estudio y la enseñanza, sino que la santidad también incumbe en este ministerio docente de la teología: no puede ser indiferente, no puede dejar de tocar el corazón, la inteligencia, la propia y entera vida. Teología y santidad es un célebre binomio que el gran teólogo Hans Urs von Balthasar acuñó para reivindicar a los teólogos su llamada a la santidad, siguiendo la estela de los santos teólogos, entre ellos el Aquinate.

 

Finalmente, como apuntó Benedicto XVI en su célebre catequesis sobre Santo Tomás de Aquino, “además del estudio y la enseñanza, Tomás se dedicó también a la predicación al pueblo. Y también el pueblo iba de buen grado a escucharle. Diría que es verdaderamente una gracia grande cuando los teólogos saben hablar con sencillez y fervor a los fieles. El ministerio de la predicación, por otra parte, ayuda a los mismos expertos en teología a un sano realismo pastoral, y enriquece de estímulos vivaces su investigación” (Benedicto XVI, Catequesis audiencia general, 2 junio 2010).

 

En este centro de formación teológica, mientras celebramos la memoria litúrgica de este santo teólogo, nos encomendamos a su intercesión, y tanto profesores como alumnos, nos ponemos bajo la mirada de ese Misterio que él contempló, que él adoró, que él reflexionó, y que acertó a testimoniar con fidelidad y en la exquisita comunión con la Iglesia de Dios, tanto en su vida, como en su predicación y enseñanza.

 

El Señor os bendiga y os guarde.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo