Querido Cabildo de nuestra Catedral, sacerdotes concelebrantes y diáconos. Sr. Alcalde y corporación municipal de nuestro ayuntamiento. Miembros de la vida consagrada y fieles cristianos laicos. A todos vaya mi saludo y deseando en este día festivo, que el apóstol San Mateo acompañe nuestras andanzas sosteniendo nuestra fe, encendiendo nuestra caridad y alentando nuestra esperanza.
Parece que hemos hecho hueco a cierta holganza en medio de los agobios y restricciones que nos ha impuesto la malhadada pandemia. Van dando fruto las medidas para ir superando las dificultades que nos han empujado a hacer extrañas tantas cosas en nuestra vida diaria y en nuestras relaciones humanas. Dios sea bendito, porque poco a poco este diluvio pasa, el ramo de olivo nos lo muestra la paloma de la paz, y ya apunta la luz serena que vuelve a amanecer en el horizonte de la confianza.
Apenas hemos comenzado el curso, y vamos calentando motores. Pero siempre estaremos necesitados de la fiesta como tregua en donde ponemos entre paréntesis las fatigas cotidianas que tantas veces llenan de cansancio y sopor el escepticismo al que nos empuja con demasía el paso de los días. No es la fiesta una evasión momentánea que pronto caduca, sabiendo que todo tornará a su sino con el malestar añadido al volver a lo mismo con pereza desgastada. La fiesta es más bien una amable necesidad que hemos de saber orientar para gozarla como es debido, pudiendo estrenar las razones de nuestra alegría y entrega cada mañana.
Hay una antigua canción medieval de la bella región italiana de la Umbría, que conserva todavía hoy un hermoso ritual con el que los cristianos de entonces terminaban el día y se preparaban para un día de fiesta. Las gentes regresaban a sus hogares tras una jornada dura de trabajo en el campo. Quedaban atrás los sudores de aquel día, las pausas y los destajos. Venían tarareando sones populares que les recordaban el hogar, el reencuentro con la esposa y los hijos, con los que compartirían la cena y las viejas historias en torno a un fuego apacible. Era un momento de intimidad familiar lleno de magia y de ternura. Afuera, las enormes puertas que rompían la muralla que rodeaba la ciudad, atardeciendo se cerraban. Entonces se entonaba la canción del día ya declinado. Sucedía en Asís, la patria de San Francisco. Trompetas y cantares esparcían al viento su mensaje: que las puertas de nuestra ciudad se cierren para que no puedan asaltarnos los temores de la noche ni los enemigos que maquinan en la oscuridad sus tramas. Y que nuestros santos velen por nosotros, que mezan el cansancio de la fatiga de este día, nos permitan descansar con aquellos que amamos y esperar gozosos que amanezca el día festivo que juntos esperamos. Que los santos nos bendigan de parte del buen Dios. Paz.
He escuchado muchas veces este canto titulado “Le scolte d’Assisi” en la tierra de San Francisco. Me emocionaba la belleza del gesto, la piedad de su hondura cristiana, mientras se remarcaban valores que nos constituyen como ciudadanos, como personas que encuentran en la fe una ayuda para vivir mejor su humanidad. Era hermoso este ritual de una ciudad cristiana. Sobre todo, porque ponía en juego lo que en cada momento está en danza: el trabajo honrado, la familia como hogar entrañable, la paz ensoñada para todos, los enemigos vigilados en su insidia y violencia, y la compañía de los santos como guardianes de la belleza y de la serenidad bondadosa que como gracia cotidiana se volvía a pedir al Señor.
Cada uno de nosotros volvemos cada tarde a nuestro hogar, señalando la familia como ese espacio en donde somos abrazados sin ninguna trastienda: lugar donde se reconoce lo más noble con gratitud, y donde se corrige lo más torpe con paciencia. Uno desea y vuelve a desear que ningún asaltante destruya la familia, en nombre de nada ni de nadie. Y que la vida sea protegida en todos sus tramos y no malvendida o traficada según el interés de leyes y medidas deudoras del poder tantas veces mantenido desde la conjuración tramposa y la mentira trucada.
Así, en nuestra ciudad de Oviedo celebramos la fiesta de nuestro patrón como un momento de alargado respiro que nos permite dilatar la mirada, ensanchar el corazón y brindar con alegría por lo que vale la pena reestrenar agradecidos cada mañana. San Mateo es fiesta en Oviedo, y supone la fecha final de un recorrido jubiloso en torno a la Perdonanza. Todos tenemos heridas que hemos de acertar a vendar con el mejor de los bálsamos, y preguntas que debemos saber amar con respeto para reconocer la respuesta cuando nos sea dada. Bienvenida la fiesta que redime y recoloca la andadura cotidiana en donde nos lo jugamos todo a diario. San Mateo nos ayuda en el reconocimiento de Jesúsque también a nosotros nos enseña a mirar las cosas y abrazarlas con su misma entraña.
Recordamos a este apóstol, pero no estamos asomándonos a una historia lejana y ajena a nosotros. Los latires del corazón no palpitan tan diversamente como latían hace dos mil años, y compartimos igualmente con aquel recaudador de impuestos sorprendido por Jesús, los ensueños de lo mejor y más noble, así como las torpezas de lo peor y más mezquino. En esa trama de hoy, Jesús entrará en nuestros ámbitos para señalarnos con dulzura, sin reproches acorraladores, y fijará su mirada bondadosa para invitarnos a la aventura de andar los caminos que Él hizo pensando en nuestra felicidad.
Mateo se encontró con Jesús, se dejó encontrar por Él. No tuvo que hacer nada especial, ni limar previamente las aristas oscuras que contradecían en él la luz diáfana de Dios, sino que consintió que esa luz entrase e iluminase. El poeta y cantor Leonard Cohen escribió un precioso tema en 1982, Anthem, donde decía precisamente esto: “hay una grieta -una grieta- en todas las cosas. Así es como entra la luz”. Esto es lo que hizo siempre Jesús: no pelearse contra la oscura tiniebla sino encender su luz bendita disipando así la oscuridad que oculta y secuestra lo que de bueno, verdadero y bello se da en la vida. Todo cambió en la vida de Mateo, incluso lo que siguió en el mismo sitio y con las mismas gentes, pero que a partir del encuentro con Jesús fue mirado y abrazado de un modo tan distinto. Y entonces él comenzó a recaudar otras cosas distintas a las que recaudaba para el Imperio: recaudar el bien, la paz, la belleza, la gracia de Dios que nos sostiene y nuestra buena disposición que nos despierta y desempereza. Es la pregunta que hoy nos provoca San Mateo: qué recaudamos cada cual en ese mostrador que es la misma vida, cuando los esposos, los padres, los hijos, los sacerdotes y consagrados, cada cual con su oficio y destino recogemos y compartimos lo que verdaderamente vale la pena.
Hemos hecho coincidir este año en el Jubileo de la Perdonanza, una fecha redonda que tiene que ver con este templo catedralicio con motivo de sus doce siglos de la iglesita precedente a nuestra preciosa catedral gótica. Bien podemos decir que estamos de cumplesiglos en nuestra Catedral ovetense. Son ya 1200 años desde que se dedicó el primer altar en aquel pequeño templo precedente. Toda una historia en la que se han venido sucediendo tantos momentos en torno a ese pueblo que reconoce en la iglesia madre de la Diócesis de Oviedo, la casa de Dios entre nosotros. Aquí están durante tantos siglos las plegarias, las lágrimas y las sonrisas, aquello por lo que dar gracias en la bonanza y aquello por lo que pedir gracia en las estrecheces. Es el relato mudo de nuestras naves, nuestras columnas, del ábside y la girola, en el claustro contiguo y en la Cámara Santa. Lo que se ha celebrado en los altares, lo que se ha perdonado en los confesionarios, lo que se ha celebrado de tantos modos en doce siglos aquí queda guardado como un tesoro inmarcesible. No sólo el incienso de nuestra alabanza, sino también el humo de los incendios, el arte de nuestro patrimonio y los impactos de bala de las varias violencias que así dejaron su firma de intolerancia, las reliquias y de modo especial el Santo Sudario. Todo un álbum de una historia cristiana que se hace ahora efeméride por la que agradecer tantas cosas.
De esta catedral cumpleañera parte el Camino Primitivo hasta Compostela. De Mateo a Santiago, con la misma pasión que ellos dos tuvieron en poner en cada cosa su sello cristiano. Oviedo y Compostela tienen ese nexo que los une en el camino que recorremos hacia la misma meta que Mateo y Santiago anduvieron, que no fue otra que Jesús, el Salvador que viene a secar las lágrimas de nuestros llantos y a brindar con sidrina por nuestras alegrías.
Feliz día de fiesta cristiana. San Mateo os bendiga junto a María nuestra Santina.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
SICBM San Salvador
21 septiembre de 2021