Homilía en la festividad de la Virgen de Covadonga

Publicado el 08/09/2016
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Homilía en Covadonga

8 de septiembre de 2016, Basílica de Covadonga

 

Querido hermano en el episcopado Sr. Obispo de Santander, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, demás hermanos sacerdotes.

Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias; Presidente de la Junta General; Delegado del Gobierno de España; Alcalde de Cangas de Onís. Autoridades Civiles, Judiciales, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Una mención especial al concejo de Bimenes que este año presentará la ofrenda del ramo.

Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor llene siempre de Paz vuestro corazón y acompañe vuestras vidas con el Bien.

1. De nuevo en Covadonga, ¿un año más?

Aquí estamos de nuevo en Covadonga. Tantos suben buscando el encanto bello de los lagos y las cumbres de nuestros Picos de Europa. Hasta los ciclistas lo han hecho admirablemente en su Vuelta a España recalando en estos lares de especial esfuerzo para sus pedales. Nosotros también subimos año tras año en estas fechas emblemáticas. Quedan atrás los quehaceres y calores del verano que se va poco a poco retirando, y nos asomamos a un nuevo curso que llama a las puertas de nuestras agendas. Aquí ese comienzo va de la mano de la festividad entrañable de nuestra Santina de Covadonga, donde también celebramos con gozo el día de Asturias. En estos días anteriores hemos subido a la novena de la Virgen un año más. Cumplimos con este gesto que mueve a toda Asturias para venir desde nuestras parroquias, comunidades y familias hasta la Santa Cueva donde encendemos los cirios de nuestras plegarias y echamos a volar nuestra esperanza ante la mirada de María que nos acoge y acompaña.

Pasa irremediable el tiempo que nos ha ido trayendo año tras año en estas fechas hasta este rincón tan especialmente querido por los asturianos: corazón de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestra fe. Y pasa delante de nosotros todo eso que narra lo vivido en estos doce últimos meses: situaciones y momentos que hacen que no subamos aquí sin más por una inercia piadosa cargando a la espalda un año más. ¡Cuánta gente hemos tenido que despedir para siempre, a cuántos hemos acogido por primera vez, cuántas cosas nos han sucedido para mal y para bien! Venimos con la mochila del alma cargada de nombres que deletreamos ante la Santina, y traemos también el fardo de todo cuanto nos agobia con nuestros pesares. Aquí venimos cada cual con las circunstancias que ponemos ante María para que interceda cuando nos abruman con su peso, nos apagan con su penumbra, o ponen a prueba nuestra confianza ante tantos desafíos. Pero también aquí se enciende el fuego indómito de una llama que nos alumbra, de una frescura que nos permite reestrenar tantos empeños y que nos lanza con audacia haciendo un mundo mejor y más verdadero.

Subir a Covadonga, cada uno con su motivo, es hacer una peregrinación como quien la estrena por vez primera, allegándonos a este rincón tan bello en su naturaleza con los bosques y cumbres que nos presiden, tan cargado de historia en los siglos que nos contemplan, tan lleno de fe sencilla y sincera que hemos recibido de nuestros mayores. 

2. Los niños que nos denuncian la inmadurez de los adultos

Llevamos ya un par de veranos en los que junto a los incendios que nos asolan quemando lo que debería seguir dándonos su sombra, su verdor y el oxígeno que nos haga respirables los sofocos en este mundo nuestro tan inmaduro, insolidario e incierto, son los niños quienes protagonizan nuestras contradicciones y carencias. Tengo grabadas dos imágenes que me tienen clavado a su pantalla.

La primera fue el niño de cinco años Omran Daqneesh, un pequeño rescatado de un bombardeo en Alepo que se convirtió en símbolo del horror en Siria. La fotografía del diario británico The Telegraph que giró el mundo mostrando su cuerpo cubierto de polvo, los cabellos totalmente revueltos y el rostro ensangrentado, nos ha conmocionado. Parecía totalmente desorientado sentado en una ambulancia solitaria como si hubiera ocupado una butaca para ver por fuera una película de miedo, cuando el terror lo llevaba encima por los cuatro costados de su cuerpo. Ni siquiera vertió una lágrima en su llanto mudo, con una expresión que casi parecía resignación pasiva ante el infierno de su pueblo en la tragedia en Siria. Era su mirada, ausente y ciega, la que nos asomaba desde el balcón sus pequeños ojos inocentes, al mundo absurdo que estamos construyendo y les estamos heredando. Tras un inútil bombardeo donde caen personas inocentes, queda manifiesto el absurdo de un guerra que no sirve para nada y para nadie.

El segundo ejemplo se llama Giuliana, tiene 8 años y pasó 17 horas bajo los escombros de un terremoto que redujo a polvo su casa de Amatrice, en el centro de Italia. En el amasijo de piedras y maderas salió la pequeña Giuliana con su pijama desgarrado, despeinada y con la deshidratación en la mirada y en los labios. Pero estaba viva, milagrosamente viva. Salió sin decir palabra, como quien ante tamaño sobresalto no sabría decir nada, conmocionada como estaba. Pero fue su silencio el que más nos gritaba. Los labios de una niña que sin pronunciar palabra nos gritaron la incoherencia de una sociedad sin entraña.Porque tras una tragedia natural como es un terremoto, aparecen las comedias de una corrupción política y financiera que mercadea con la seguridad de unos edificios para sacar tajada haciendo el agosto en sus bolsillos aunque en agosto se caiga la ciudad entera llevándose por delante tantas vidas humanas.

Unos ojos y unos labios, de dos niños, que nos contemplan y nos hablan, para ver si vemos algo en nuestras cegueras, para escuchar si oímos algo en nuestras sorderas. Dos niños que nos señalan lo que no queremos ver y nos balbucen lo que no queremos escuchar. No en vano San Pablo hablaba de cómo la historia de los hombres sufre dolores de parto (Rom 8, 22), porque no termina de nacer ese mundo distinto, fraterno, justo, pacífico, solidario, en donde el sueño de Dios no sucumba ante nuestras pesadillas calculadas por intereses maquillados y trucados en tantos camerinos de frivolidad ensayada. Y me vienen los versos de D. Miguel de Unamuno: «Agrándame la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños y yo he crecido a mi pesar. Si no agrandas la puerta, achícame por piedad, y devuélveme a los tiempos que viví para soñar». Son dos historias, dos entre tantas, que de la mano de dos niños nos acercan una conmovida mirada perdida o una incómoda muda palabra.

3. Las obras de misericordia: puerta en la que María nos adentra

En este escenario, que nos dibuja el panorama complejo y duro de tantas personas, y que no se aviene con lo que cabría esperar de quienes tienen en su mano en buena medida hacer un mundo diferente, puede sobrevenirnos una desazón rayana con el más cruel pesimismo. Y no es esta la perspectiva cristiana. Como nos enseñó la recién canonizada Madre Teresa de Calcuta, frecuentadora de los bajos fondos de las miserias humanas en donde sacó a flote tantas vidas humanas. Ella decía que en un mundo así de de inmaduro, caprichoso y contradictorio, sólo cabía o desesperarse hasta la revolución o comenzar a hacerlo nuevo comenzando por el trozo de historia que tengo bajo mis pies y al que alcanzan a abrazar mis manos. Porque ese mundo nuevo y mejor, comienza por renovar y mejorar todo aquello que de mí depende y se me ha confiado. Por eso podría parecer ingenuo lo que el papa Francisco nos propuso en torno a una actitud y una palabra que están desterradas hasta el desprecio en nuestros intereses y en nuestros cotidianos “tomas y dacas”. Se trata de la misericordia… tanto más provocativa en un mundo inmisericorde. Este año hemos contemplado a María como puerta de la misericordia, siguiendo la indicación del papa dedicando un año a esta cuestión tan actual: porque en un mundo en el que cuenta mucho más lo que puede engordar unas arcas de codicia, o unas rentas electorales, o unas prebendas de poder, o una frívola experiencia de placer… necesitamos que alguien nos recuerde no sólo que estamos descentrados, desquiciados y perdidos, sino cómo volver a lo que nos centra, nos concentra y nos encuentra en lo que es bondadoso, justo y bello.-

El papa Francisco no se cansa de repetirlo cada vez que nos presenta en este momento presente cómo Dios no es ajeno, ni un intruso, sino quien nos apunta un modo distinto de hacer las cosas, de mirar a las personas, de construir un mundo diverso. Así, el año dedicado a la misericordia no es un modo piadoso de regar fuera del tiesto, de salir por la tangente de lo irreal e incierto, sino una manera de recordarnos el compromiso al que estamos todos llamados para construir cada cual desde su ladera y conciencia, algo que sea verdadero, que acerque la justicia, la felicidad, la fraternidad en un mundo demasiado injusto, infeliz, fratricida y huérfano.

Desde niños aprendimos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. También las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Ahí tenemos el índice en el que leer nuestro compromiso misericordioso a la luz del compromiso del mismo Dios, o por el contrario quizás poder descubrirnos como pobres pecadores que creyendo en un Dios amor no somos capaces de testimoniarle amando a los hermanos.

De joven aprendí una plegaria que ironizaba precisamente con la opulencia del mundo insolidario que saturado de su propia hartura no era capaz de abrirse a las necesidades concretas de los hermanos. Decía así, “Señor, dame un poco de hambre y de sed, que me estoy muriendo de pan y de agua”. Es decir, experimentar en la propia carne la carencia y la penuria que nos hace mendigos, supone abrirnos al agradecimiento de los dones que se nos regalan providencialmente de tantos modos en la vida. Una gratitud que debe tornarse luego en compartir solidario. Se abre un examen de conciencia sobre nuestra capacidad de agradecimiento y nuestra apertura para compartir. Dar gracias por lo mucho que hemos recibido y que otros hermanos no pueden sencillamente gozar en sus derechos más fundamentales. Así lo hacemos como comunidad cristiana teniendo las puertas abiertas, el bolsillo aflojado y los brazos dispuestos para cualquier hermano. Así lo hace nuestra Cáritas y tantos otros cauces en donde expresar el amor sin ninguna condición y sin inconfesables intereses a favor de todos los necesitados.

Obras de misericordia: De qué hambres se trata, cuál es el agua que nos falta, qué nos deja desnudos en nuestra dignidad, cuáles son las intemperies en las que sin techo vivimos malamente, qué cadenas nos atan la libertad y cuál es el sentido de la muerte que piadosamente enterramos con esperanza de resurrección. Este sería el análisis que deberíamos hacer para poner nombre, fecha y circunstancia a estas obras corporales de la misericordia que miran a la malnutrición de tantos seres humanos, especialmente los niños, a la falta de agua potable no contaminada. Pensemos en las migraciones de tantas personas que deben huir de sus tierras por las persecuciones culturales y religiosas que les imponen los nuevos terroristas con negro turbante. Los sin techo y los niños de la calle, los enfermos con las pandemias actuales del sida, del ébola, nuevas versiones de la lepra de siempre. Los presos hacinados en cárceles inhumanas y los que viven sin libertad tras sus barrotes de oro en el consumismo materialista que les arrebata.

Pero no sólo es nuestro cuerpo el que debe ser abrazado misericordiosamente, sino también ese mundo intangible pero igualmente cierto en el que nuestra esperanza es capaz de soñar con alegría o se hunde y desespera. Obras de misericordia espirituales que abren cauces de educación y formación integral en donde éstas no entraron o que acepta el reto de volver a empezar en una sociedad grosera, violenta y maleducada. Que no juega con ideologías nocivas en torno a un género que destruye y maquina. El consolar las aflicciones de tantos dramas. O saber aconsejar de modo respetuoso para que las preguntas de tantas personas puedan encontrarse con las respuestas de un Dios que no engaña. Testimoniar un talante de convivencia hondamente fraterna y cristiana que sabe del respeto sin dejarse arrastrar por quienes molestan con sus crispaciones y provocaciones. Y saber llevar a nuestra oración a los vivos o difuntos que el Señor puso a nuestro lado.

Cuando tomamos en consideración estas catorce obras de misericordia aparecen los distintos rostros de pobreza que desdibujan por tantos motivos la imagen y semejanza de cada hombre y mujer que fueron creados para que se parecieran a Dios en su verdad y su belleza. Estas obras de misericordia son fácilmente relacionables con importantes tareas y retos sociales de nuestra sociedad. Son las circunstancias de la vida con todos sus factores los que nos han hecho mella y nos han herido hasta dejarnos maltrechos al borde del camino. Pero Jesús samaritano y la Iglesia samaritana no pasan de largo al mirarnos con misericordia salvadora de nuestro truncado destino.
María nos acerca y recuerda todo esto, y por eso es puerta abierta a una misericordia bendita. Aquí en Covadonga, como María subió con prisa a la montaña, así también nosotros con prisa queremos ser acogidos y luego enviados con un anuncio de buena Noticia. Los ojos de Omran y los labios de Giuliana, nos urgen a abrir los nuestros para ver y proponer un mundo más hermoso y distinto. Así comenzamos este nuevo curso pastoral que va apuntando maneras, con el deseo sincero de que Dios sea glorificado y los hermanos bendecidos. Bajo la mirada de María, nuestra Santina de Covadonga, ponemos una palabra y un gesto de misericordia en el surco de la vida que se nos ha confiado. Que Ella nos acompañe y nos bendiga.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo