Queridos hermanos en el episcopado Sr. Arzobispo emérito y Sr. Obispo Auxiliar de la Diócesis de Oviedo, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, demás hermanos sacerdotes y diáconos.
Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias; Presidente de la Junta General; Delegado del Gobierno; Alcalde de Cangas de Onís. Autoridades Civiles, Judiciales, Académicas, Militares, Culturales y Sociales. Una mención especial al Concejo del Bajo Nalón que este año presentan la ofrenda a la Santina, grupos de montaña y senderismo de Cantabria con la Asociación de Lucha contra el cáncer a cuya Presidenta Nacional también saludo.
Miembros de la vida consagrada, seminaristas, cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor llene siempre de Paz vuestro corazón y bendiga vuestras vidas con el Bien.
Asturias tiene ojos grandes y admirados, cuando en un día como el de hoy se abren con asombro de fiesta. De tantos modos se asoman a este bendito lugar los ojos de todos los asturianos que desde los más diversos lares de nuestra hermosa región y desde los más alejados puntos del mundo a donde tal vez un día emigraron, hacen un guiño a la Santa Cueva con nuestra Santina. Hoy este recodo del camino en el valle del Auseva se convierte en un inmenso centro asturiano, el centro asturiano más universal.
1. La Santina de Covadonga: una novedad que siempre se estrena
Subir a Covadonga siempre entraña una preciosa lección. No es la repetición cansina y desgastada de un gesto, que de tantas veces escenificado quizás ha dejado ya de conmovernos, como si nos ofreciera un abrazo ficticio incapaz de estrecharnos de veras, o como si su luz no pudiese con las penumbras que más nos asustan. No, hay una novedad que nos allega a este querido rincón asturiano en donde encontramos las raíces de nuestra historia cristiana, en medio de un impresionante marco natural de indescriptible belleza.
Venimos un año más con todo lo que en doce meses, para bien y para mal hemos ido acumulando. Las calendas de los días no tienen botón de pausa y tantas veces nos sorprende su celeridad hasta el punto de sentir el vértigo de su trasiego sin dejarnos ocasión para entender y asimilar lo que tan velozmente nos acontece. La vida nos impone implacable su fatiga o a veces, bondadosa, nos brinda su descanso. En esta trama se van escribiendo nuestros sueños, al tiempo que, persistentes, se cuelan nuestras pesadillas. Podemos haber venido en tantas ocasiones a Covadonga, pero como sucede siempre, estrenamos este momento de nuestra vida completamente inédito sea cual sea el nombre y el secreto de esa novedad.
Cuando cada año subo a pie con los jóvenes asturianos desde Cangas de Onís (el pasado mayo lo hice nada menos que con ochocientos), siempre me sorprende lo variopinto del paisaje que nos rodea, verdadero escenario de lo que la vida misma es: tramos que fatigamos bajo el fragor a pleno sol, otros que recorremos protegidos por la sombra de los árboles que nos ofrecen su improvisada visera; la brisa saludable en el rostro que como una verónica de viento es capaz de secarnos los sudores; los silencios que se pueden escuchar sin el frenesí de los ruidos, o los murmullos de un agua saltarina que nos saluda al pasar por encima de los arroyos; la canción de los pájaros con trinos de música natural y el juego de las nubes que en el cielo azul dibuja fantasías. ¡Cuántos rincones surcan nuestros pies peregrinos, cuantos recovecos en los que se pone a prueba nuestra resistencia o en los que hallamos la calma que nos permite respirar en nuestro resuello! La vida está hecha de estos lances y momentos. Así, cada uno de nosotros llegamos a Covadonga un año más con todo lo que en un año ha sucedido. Cada uno tenemos un nombre, una edad, una circunstancia que hace que nuestra vida tenga la trama biográfica de nuestro momento actual. Poner nombre a lo que llena nuestro corazón de alegría y esperanza, y también a lo que nos deja confusos o heridos, nos permite llegar a Covadonga y allegarnos a la Santina como quien trae el fardo de sus dolores y pone sus ensueños al abrigo.
Muchas veces nos encontramos precisamente ante el desafío de tantas realidades que porfían con nosotros como si la dureza de la vida y los problemas que nos asaltan fueran una especie de losa que nos aplasta o una amenaza que quiere acorralarnos. Cada uno reconoce en sí mismo esta situación que nos echa un pulso como queriendo arrebatarnos la paz del corazón y la luz de la mirada. El Papa Francisco no deja de repetirlo: que nada ni nadie os robe la esperanza. ¡Qué palabras tan llenas de verdad! Unas veces son las situaciones externas a nosotros las que pueden atentarnos con este latrocinio al sentimos vapuleados por incomprensiones, desgracias, enfermedades, soledades, pero otras veces somos nosotros mismos los que más nos robamos la esperanza cuando no vemos las cosas como las ven los ojos de Dios, ni las vivimos acompañados por su gracia. Pero de entre tantos retos, digamos algo al menos de dos.
2. Dos retos de hiriente actualidad: el trabajo y la paz
Los medios de comunicación social nos sirven cada día una serie de porcentajes estadísticos, que nos permiten seguir los datos macroeconómicos que tienen que ver con el índice de paro laboral, el baremo de la prima de riesgo, las cifras de la población activa, el termómetro bursátil, la balanza comercial… Podría parecer que este elenco de números, esta ensalada de conceptos, de comparativas, de previsiones, esconden tras de sí un problema que es anónimo y que no es capaz de incidir en la vida real de las personas porque desconocemos quiénes son. Sin embargo, cuando un joven no logra encontrar su primer trabajo tras largos años de preparación seria, cuando un adulto lo pierde sin apenas esperanza de reencontrar otra salida, cuando una empresa despide por cierre o por reajuste una parte o la totalidad su plantilla, no estamos hablando de números sino de personas que tienen rostro, que tienen familia, que tienen edad y domicilio. Es ahí donde las estadísticas toman el rostro de las personas hundidas y tocadas, es ahí donde los números nos dicen cómo se llaman, dónde viven y porqué se desesperan.
Subir hoy a Covadonga no es poner un paréntesis piadoso y tierno, porque el día 8 de septiembre no impide que el día 9 llegue después, imponiéndonos la dureza cotidiana que aguardaba tenaz tras unas horas de tregua festiva en torno a la Santina. Por supuesto que vivimos con gozo y gratitud lo que significa la fiesta de la Virgen de Covadonga, pero aquí debemos también aprender el momento concreto que nuestra sociedad y nuestra región está viviendo en la situación hiriente y preocupante de quienes no encuentran trabajo, de quienes lo están perdiendo, de quienes tienen serios problemas para llevar una vida digna tocando los problemas que afectan a la comida, a las medicinas, a la vivienda.
Quedarse sin trabajo o sin hogar, no es una cuestión simplemente socioeconómica o política que pueda resolverse con soluciones técnicas y con pactos entre los gestores de la cosa pública. La situación de este drama humano describe una tragedia concreta, tejida del sufrimiento que viven las personas concretas. Hermanos nuestros e hijos de Dios, a quienes su situación rompe, frustra y margina de tantas maneras. Sin que sea una obviedad buenista, yo agradezco el esfuerzo que nuestros gobernantes y empresarios hacen para paliar y remediar esta situación, al tiempo que les emplazo con altura de miras a buscar y hallar los recursos de la solución. No es fácil, ni simple. Lo sabemos. Vaya mi aliento y mi comprensión.
Pero la Diócesis de Oviedo quiere alentar y comprender a quienes más están sufriendo este momento. La Iglesia tiene un compromiso cotidiano con todos estos hermanos que llaman diariamente a nuestra puerta. Cáritas y todas nuestras instituciones que en nombre del evangelio viven la solidaridad cristiana, saben lo que es acoger, sostener y acompañar con palabras y gestos a la parte de la sociedad más vulnerable y herida. Primero saliendo al paso de sus necesidades más básicas, y luego previniendo para que nuevos escenarios no tengan lugar en determinadas derivas. Comedores sociales, bolsas de trabajo, centros de acogida y albergues, programas de educación solidaria, defensa de niños y mujeres en situación de riesgo de la violencia atenazante o jóvenes y adultos en riesgo de exclusión social, ayuda económica contante y sonante. No en vano, nuestro nuevo Plan de Pastoral diocesano que nos acabamos de dar para los próximos cinco años, incluye toda una serie de prioridades concretas y objetivos precisos para salir al paso de esta necesidad que nos reclama un compromiso cristiano con los más desfavorecidos. Debemos hacer verdad que “La ciudad se llenó de alegría” (Hch 8,8), como reza el título que hemos dado a este Plan: porque “en la caridad y el servicio nos jugamos nuestra credibilidad como cristianos. Vemos cómo en este momento los nuevos rostros de pobreza nos están pidiendo una apuesta de servicio pastoral que con entraña samaritana reconozca en ellos los rasgos dolientes de Jesús y desde Él anuncie el evangelio que trae gracia, esperanza y libertad. Son los pobres que siempre tendremos entre nosotros como ya nos anunció el Maestro (cf. Mt 26, 11)” (PPD 2013-2018, pág. 17).
Junto a las pobrezas emergentes, tenemos delante otro reto particularmente doliente como es la violencia y la guerra que amenazan la paz. Ayer vivimos una jornada de ayuno y oración propuesta por el Papa Francisco a toda la Iglesia católica, abierta a otras confesiones religiosas y a todas las personas de buena voluntad.
Ya el domingo pasado en una Plaza de San Pedro repleta de miles de fieles el Papa pidió que “estalle en el mundo la paz”, y hace unos días escribía al Presidente Putin como anfitrión del G-20 para pedir que “se abandone la vana pretensión de una solución militar” para Siria. El Papa puede ser entendido por todos, sencillos e intelectuales, pobres y poderosos de la tierra. Porque apela a una exigencia del corazón de cada hombre y porque pone en juego una racionalidad más abierta y exhaustiva que la que estos días se escucha en los foros internacionales. Francisco, y con él toda la Iglesia, no patrocina una suerte de pasividad frente a la tragedia siria. En realidad la Iglesia lleva años reclamando una acción concertada de la comunidad internacional para poner coto a las masacres, auxiliar eficazmente a las víctimas e impedir una nueva tierra quemada en la que sólo brote la semilla del rencor, del fundamentalismo y del terrorismo. El Papa Francisco propone con este gesto público, en medio de las plazas del mundo, un clamor que haga entender y sentir que “no es la cultura de la confrontación y del conflicto la que construye la convivencia, sino la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; éste es el único camino para la paz” (J.L. Restán, El gesto más razonable. Páginas Digital. 7sep13).
Pero no sólo las palabras y los gestos que miran a la paz planetaria amenazada, sino esa paz presente o ausente en el corazón de cada uno. Porque es ahí donde se declaran las guerras o donde se firma la paz, es ahí donde se camuflan los intereses egoístas de toda violencia o donde late el sincero deseo de perdón. El Papa Francisco ha pedido la paz para Siria y los países en guerra, pero también para nuestro corazón frente a cualquier conflicto que desde él podamos mantener.
He recibido hace unos días un dibujo de una niña siria de ocho años. Los ojos de esta pequeña se han asomado a una tragedia que sus lápices de color han ilustrado. Impresiona su precoz sensibilidad y su prematuro dolor: junto a cuerpos sin vida que yacían por tierra con lágrimas bruscamente interrumpidas, ella imagina en su dibujo que todos suplen ese llanto: el sol, los pájaros, los adultos, los niños, las montañas. Todos lloran como queriendo suplir a quien no puede seguir llorando. Los aviones tiran bombas y los carros de combate sus misiles. Sólo el llanto infantil de su imaginación hace en su inocente pintura que la vida rompa en lágrimas como si Dios mismo no dejase de llorar sobre la tierra ensangrentada. Es la estampa que he puesto en mi libro de oraciones para pedir a Dios que yo sea un instrumento de su Paz.
3. Covadonga: una casa encendida que nos llena de alegría
Pedimos a la Reina de la Paz, nuestra Madre la Santina, que interceda por quienes deciden en este mundo las falsas soluciones violentas que jamás resuelven los verdaderos problemas de injusticia y desigualdad. María fue a la montaña, como esta mañana nosotros hemos subido a Covadonga. Ella llevaba en su entraña al Hijo que llenó el mundo de luz y lumbre, de alegría y esperanza. Sí, llenó la tierra encendiéndola con una gracia que no podrán nunca apagar nuestras desgracias.
Hace unos días leía un versos de nuestro poeta Luis Rosales: “La casa encendida”. Sus versos arrojan un escepticismo burlón, ante la rutina de la repetición mecánica de ritos que no sirven para estrenar ninguna novedad. No sólo me parecieron desnudamente hermosos en sus imágenes, sino una ajustada descripción de lo que supone sentarse en la puerta de la vida, para verla pasar cada vez menos conmovidos, cada vez más cansinos y sin ningún afán. Dice así nuestro poeta:
Porque todo es igual y tú lo sabes, has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta con ese mismo gesto con que se tira un día, con que se quita la hoja atrasada al calendario cuando todo es igual y tú lo sabes. Has llegado a tu casa, y, al entrar, |
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida, y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas, y te has sentido solo, humanamente solo, definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes. Has llegado a tu casa, Sí, ahora quisiera yo saber (L. Rosales, “Ciego por voluntad y por destino”, en La Casa encendida [1949]). |
Son hermosos y dramáticos estos versos: náufragos de nuestras pobres cosas cotidianas, con una condición nómada que no nos acoge en ese hogar inhóspito porque jamás se ha encendido, que ni siquiera reconoce nuestros pasos. La meditación de estos versos en perspectiva cristiana, nos permitirían realizar un auténtico examen de conciencia sobre la razón de nuestra alegría y nuestra esperanza.
La novedad de Covadonga, la de este año único 2013 que nunca antes había sucedido ni jamás se repetirá, nos acerca en este rincón mariano del valle del Auseva en nuestra preciosa Asturias, a una casa que está encendida de veras. La luz y la lumbre provienen de la esperanza, esa de no ser rehenes de ningún maleficio, ni de deber nada a nuestros errores. Una casa encendida si dejamos que entre en la vida la rebelde posibilidad de volver a empezar de nuevo, visitados por la gracia que Dios a nadie niega, para que salte de alegría lo mejor que llevamos dentro. Es lo que hizo entonces María con Isabel. Es lo que pedimos aquí para nosotros y nuestros seres queridos.
A todos vosotros, amigos y hermanos feliz día de Covadonga en esta Asturias tan querida. Que nuestra Santina nos acompañe y que siempre nos bendiga.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo