Homilía funeral de D. Fernando Rubio Bardón

Publicado el 19/04/2012
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Homilía funeral de D. Fernando Rubio Bardón


Parroquia San Juan el Real, Oviedo 19 abril de 2012

 

Queridos D. Álvaro y demás hermanos sacerdotes; P. Pedro Rubio y resto de la familia de D. Fernando; feligreses de esta parroquia, Sr. Delegado del Gobierno de España, Excelentísima Corporación Municipal de Oviedo; autoridades judiciales, académicas y militares, hermanos todos: paz y bien.

 

Estamos en tiempo de pascua. La vida nos brota por doquier mirando a quien ha triunfado sobre la muerte. Y el santo y seña de estos días tiene forma de sepulcro vacío, vacío para siempre porque la muerte ya sido muerta, y no puede ya imponernos mudamente su impostura. Son cincuenta días en los que con aleluyas cantamos el triunfo de Cristo resucitado. Así es y así lo creemos. Así es y de este modo lo contamos y lo cantamos. Pero basta un instante, es suficiente una noticia en el marco de una esquela, una llamada de teléfono que nos anuncie un sucedido para dejarnos sin voz, como poniendo en entredicho abruptamente lo más sagrado, lo más deseado, lo más querido y osado de nuestra fe: que la muerte en todas sus formas ha sido vencida. ¡Cómo duele decir esto delante del cadáver de un ser querido! ¡Cómo se excitan nuestras preguntas dejándonos pobres y poniendo a prueba nuevamente nuestra fe!

 

La pascua parece que debería ser un tiempo inadecuado para encontrarse con la hermana muerte. Y sin embargo sabemos que desde que nacemos, más aún, desde que somos concebidos, ya tenemos edad para morir. Es una experiencia demasiado humana, tercamente cotidiana, como para poder fingir. La muerte, paradójicamente, forma parte de la vida como su última expresión. Pero es aquí, el exceso de lo que más nos desborda, donde el mensaje cristiano de la resurrección encuentra su nombre de esperanza.

 

Sabíamos que D. Fernando Rubio Bardón llevaba un tiempo reciente afectado por una enfermedad de difícil cura, que venía a sumarse a las secuelas que otras no tan lejanas le habían venido limitando junto al desgaste natural de su avanzada edad. El talante jovial de este animoso sacerdote podría ocultar lo que de hecho le iba minando. Pero la vida tiene su ritmo implacable que no acepta dilaciones ni dilataciones. El desenlace es el que ahora nos convoca en el recuerdo afectuoso de este gran hombre y gran sacerdote, y en el afecto hacia él que se hace oración pidiendo por su eterno descanso.

 

Lo que pude tratar a este leonés de Llamas de Laciana, que nació el mismo año que mi propio padre con lo que no pocas veces hicimos chanza de préstamo filial, me permitió ver en él no sólo a un hombre preparado con su grado de licenciatura en Derecho Canónico, sino también alguien con una gran humanidad que le permitió ejercer el sacerdocio de una manera amable, abierta, y al mismo tiempo exquisitamente fiel a la Iglesia y a su conciencia. El breve período ministerial en Santa María Magdalena en Ribadesella y Santianes del Agua, hizo de noviciado para su desembarco en esta Iglesia Parroquial de San Juan el Real, en donde ganando el concurso general de curatos ha ejercido su sacerdocio como párroco durante más de 50 años.

 

Hoy son muchas las voces que se hacen lenguas de D. Fernando. Han sido varias generaciones que han podido comprobar su altura humana y sacerdotal, y sentirse beneficiadas por el regalo de su vida como don de Dios. Hago una mención especial a D. Álvaro Iglesias Fueyo que como buen hermano, ha estado a su lado en tantas maduras a lo largo de muchos años y también en las duras acompañando con afecto y entrega en estos meses últimos. E igual digo de las personas que en el domicilio de D. Fernando han estado tan cerca durante toda esta larga enfermedad, o en el Centro Médico, o los sacerdotes que ayudáis en esta querida Parroquia de San Juan.

 

Podría parecer que una hermosa y emblemática iglesia parroquial como la de San Juan el Real de Oviedo, sólo serviría para cultos solemnes de liturgias especialmente cuidadas. Sin duda que así ha sido en este marco noble y bello de este templo. Pero la comunidad cristiana no sólo se construye con las celebraciones litúrgicas y la administración de los sacramentos, sino que también debe ser un lugar en donde la comunión tenga espacio real. En este sentido, D. Fernando ha sido especialmente ejemplar en la acogida de tantas personas, que encontraban en esta comunidad cristiana que él presidía como párroco, un lugar para hacer vida nuestra condición fraterna. Diferentes grupos internos eclesiales incluyendo a nuestras cofradías como la Hermandad de Jesús Cautivo, hasta otras realidades sociales y políticas hallaban aquí en el corazón de este cura bueno y en los espacios de su parroquia, un lugar donde sentirse acogidos y hermanados con respeto.

 

Pero además de la liturgia y la comunión fraterna, también la misión que cumple una comunidad cristiana siempre, ha tenido en D. Fernando y en esta su parroquia, una expresión clara y fecunda. Los pobres, las misiones y la cultura, han hallado aquí preciosas iniciativas que él secundaba y sostenía, para poder testimoniar sin alharacas ni troníos, que las preferencias evangélicas de Jesús siguen siendo las opciones de la Iglesia.

 

Pienso en tantos lugares y momentos por los que paseó su ministerio con garbo, con una elegante seriedad sin pose, hablando a Dios de los hombres, y acercando a éstos a la divina misericordia y a la suprema bondad. El grano de trigo del que nos ha hablado el Evangelio ha tenido en su biografía humana y sacerdotal un hermoso cumplimiento. Esta parroquia fue su surco en donde el Señor no dejó de sembrar con él las semillas de bien y de gracia que Dios con sus grandes manos esparcía. Y la semilla que él de tantos modos sembró, se hará ahora gozo sin ocaso ni llanto, y quien le envió le espera para  eternamente compartirlo. Lo pediremos en la oración final de la misa: “te pedimos humildemente, Señor, que tu siervo Fernando, sacerdote, a quien hiciste en este mundo administrador de tus misterios, pueda gozarlos en su plenitud en la realidad de la gloria”.

 

Por eso, lo que predicó desde el Evangelio del Señor, lo que curó y vendó con el bálsamo del perdón divino, lo que nutrió desde el Cuerpo de Cristo, el bien que supo hacer y el mal que logró olvidar, todo eso ahora se hace equipaje para el viaje más importante de su vida cuando ha dejado ya la historia y ha iniciado la eternidad. Sí, quien escribiera con su vida tantas páginas ahora entra en la verdadera historia del libro de la vida, esa que iban redactando las manos de Dios.

 

Al Señor le pido que bendiga nuestra diócesis con sacerdotes como D. Fernando. Que no debe de suscitar vocaciones al Seminario que él tanto amó, alentó y sostuvo para formar a seminaristas que prediquen el Evangelio, el de Cristo, y edifiquen la Iglesia, la del Señor.

Descanse en paz este buen hombre y este cura bueno. Nos espera en esa orilla hacia la que nosotros seguiremos navegando. Contamos con su ayuda que se hizo ejemplo en la tierra y queremos que ahora se haga plegaria en el cielo. Y contará con nuestro afecto que no olvida en el recuerdo, y nuestra oración por su descanso eterno.

 

Que nuestra Madre la Santina, que San Juan Bautista, le salgan al encuentro. Descanse en paz.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo