Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia y Clausura del Año Santo Jubilar 2025

Publicado el 28/12/2025
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En este domingo de la infraoctava de la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Es la escena habitual de estos días tan entrañables donde queda nuestra mirada metida en su encanto dulce y tierno de ver a una joven mujer primeriza mamá, junto a quien hace las veces de padre misteriosamente con discreta fidelidad, y entre ambos un bebé recién nacido que nos asombra por su identidad y significado: nada menos que el Mesías desde siglos esperado. Un pequeñín fue la respuesta inaudita de Dios a todas nuestras preguntas, no un guerrero pertrechado, ni un sabio sabihondo, ni un magnate adinerado… sino un pequeño bebé que no sabía hablar, aunque vino como Palabra, que no podía andar, aunque fue el camino y caminante junto a cada cual. Esta es la escena que en este domingo de Navidad nos cita en su fecha y nos concita la atención del corazón.

Han sido hermosas las palabras que esta mañana pronunciaba el Papa León en la oración del Ángelus: «mientras contemplamos con asombro y gratitud este misterio, pensemos en nuestras familias y en la luz que ellas también pueden aportar a la sociedad en la que vivimos. Lamentablemente, el mundo siempre tiene sus “Herodes”, sus mitos del éxito a cualquier precio, del poder sin escrúpulos, del bienestar vacío y superficial, y a menudo, sufre las consecuencias con la soledad, la desesperación, con las divisiones y conflictos. No dejemos que estos espejismos sofoquen la llama del amor en las familias cristianas. Al contrario, protejamos en ellas los valores del Evangelio: la oración, la frecuencia a los sacramentos —especialmente la confesión y la comunión—, los afectos sanos, el diálogo sincero, la fidelidad, el realismo sencillo y hermoso de las palabras y los gestos buenos de cada día. Esto las convertirá en luz de esperanza para los entornos en los que vivimos, escuela de amor e instrumento de salvación en las manos de Dios… Pidamos entonces al Padre del Cielo, por intercesión de María y san José, que bendiga a nuestras familias y a todas las familias del mundo, para que, siguiendo el modelo de la familia de su Hijo hecho hombre, sean para todos un signo eficaz de su presencia y de su amor sin fin»

Pero estando como estamos al final de una andadura natural como representa el fin del año, hacemos recuento de los meses que nos quedan ya en el ayer de nuestras espaldas. Tantas cosas han quedado escritas en el tablón de nuestra memoria, y no pocas de ellas fueron una sorpresa que no tuvieron el decoro de avisarnos de su llegada. Pero acontecieron, como quien se cuela en la vida con su imprevista llamada que nos dejó su enojo malencarado o su graciosa esperanza.

Sí, han sido meses intensos, llenos de tantas sorpresas con sus nombres y sus fechas.

Fin de año que, sin embargo, no acaba. Pasan los meses y los años, y nosotros escribimos nuestra historia con los eventos que van jalonando nuestras biografías. Al término de este año 2025 cerramos también un período lleno acontecimientos varios con su impronta imborrable. Sería ahora prolijo poder reseñar todos los momentos que en estos doce meses han dejado su mensaje. Ha sido un año santo jubilar con motivo del dos mil veinticinco aniversario del nacimiento de Jesús. Ha estado marcado por la esperanza, como rezaba ya el lema: “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). Es un evidente contraste con tantos momentos y situaciones donde nos sentimos defraudados por tantas cosas (la política, la salud, el círculo de amistades y compañeros de andadura, el deporte, la vida y la muerte…). Ponemos el corazón en personas y en proyectos, en ilusiones y ensueños que luego no siempre se cumplen según nuestras expectativas añoradas. Todos tenemos la larga experiencia de sentirnos defraudados por algo o por alguien.

Decía el papa Francisco al convocar el año santo que el Jubileo sería una ocasión para reavivar la esperanza: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad».

Quizás nos resulta difícil hacer la lista de las cosas que contradicen a diario este horizonte que dibuja la esperanza, y resulta enojoso el elenco de cuanto nos deja sin aliento y nos acorrala. Esto mismo se preguntaba San Pablo cuando en la carta a los Romanos hizo ese listado provocativo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?… Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rom 8,35.37-39).

No es un brindis al sol, ni la irresponsable quimera de quien mira distraído o inhibido para otro lado, sino la experiencia viva de lo que supone reconocer en Jesús la gran respuesta esperanzada a nuestras cuestiones desesperadas. Y señaló el papa Francisco los distintos rostros de esa esperanza que no defrauda: la paz entre los pueblos en guerra, la vida cuando se la censura desde el aborto o la eutanasia, los pobres y los emigrantes que sufren los estragos en carne propia, los presos que pagan la pena por sus delitos deseando aprender de sus errores y comenzar una nueva vida, los jóvenes que no logran asomarse al horizonte del mañana cuando el trabajo o la familia se les presenta con todos sus retos insalvables, los ancianos y abuelos que transmiten la gran sabiduría aprendida en el libro de la vida, los enfermos en sus situaciones precarias cuando la falta de salud desafía la serena confianza, los nómadas sin techo donde cobijar sus intemperies…

Junto a la Palabra de Dios, hemos nutrido también estos meses jubilares con los sacramentos (especialmente la Eucaristía y la Confesión penitencial) y las expresiones de religiosidad popular como las peregrinaciones a lugares significativos donde celebrar la gracia del año santo. Termina así el Jubileo, pero la vida sigue con sus derroteros, y ahí seguimos siendo peregrinos de la esperanza que no defrauda jamás con todos los desafíos que tenemos por delante cuando pensamos en el acompañamiento de los niños y los jóvenes, en la cercanía a las familias y el apoyo a los enfermos y los pobres con todos sus rostros y situaciones, el reto de seguir formando a nuestros numerosos seminaristas y de soñar con la vocación misionera de nuestra comunidad diocesana en tierras lejanas a las que llevar el Evangelio. Por este motivo pasamos la página de estos meses, dejamos en las manos de Dios lo que vivimos con premura y agitados o con serenidad y sosiego, para continuar escribiendo nuestra historia inacabada. Con aquellos que el Señor puso a nuestro lado, en medio de las encomiendas que la divina Providencia nos ha confiado, seguimos nuestro relato de la vida como testigos de la Buena Noticia cristiana. Habrá contradicciones y borrones, habrá apagones y sobresaltos, pero también la humilde escritura del libro de la vida con su ilusión y su esperanza.

Ahí estamos todos implicados, con la guía paterna del papa León, con la ayuda del Señor, de Santa María y de todos nuestros Santos como una bondadosa parábola de la Sagrada Familia. Feliz Navidad, hermanos.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
28 diciembre de 2025
S.I.C.B.M. El Salvador (Oviedo)