Querido Sr. Vicario General, Sres. Directores del Centro Superior de Estudios Teológicos, del Instituto Superior de CC. RR. San Melchor de Quirós, Sres. Rectores del Seminario Metropolitano, del Seminario Redemptoris Mater, del Seminario Santo Toribio de Mogrovejo (Lumen Dei), formadores, claustro de profesores, sacerdotes concelebrantes y diáconos, seminaristas, religiosas, alumnos de nuestros centros, hermanos y hermanas: paz y bien.
Celebramos hoy una festividad especialmente importante en un centro de estudios teológicos: Santo Tomás de Aquino. Este fraile dominico medieval es una referencia indispensable en esa cosmovisión de pensamiento cristiano que él nos regaló con su aguda inteligencia, su oración contemplativa y su ardor apostólico. En Santo Tomás de Aquino se verifica con tantas creces lo que un gran teólogo contemporáneo nuestros acuñó para identificar la verdadera teología: cuando ésta se hace de rodillas. En efecto, la expresión de “teología arrodillada” debida al maestro Hans Urs von Balthasar, está indicando no simplemente la erudición comunicativa, la vastedad cultural, la perspicacia de análisis, sino ese conjunto de valores que confluyen en el verdadero teólogo: inteligencia despierta, devoción adorante y misión apostólica. Lo resumíamos esta mañana en la antífona del cántico del Benedictus en la oración de Laudes: “Bendito sea el Señor, por cuyo amor santo Tomás estudió con esfuerzo, oró asiduamente y trabajó sin desfallecer”.
La primera lectura de la misa de hoy nos habla de la actitud del auténtico discípulo creyente, actitud que representa precisamente lo que el mismo Jesús realizó cuando la carta a los Hebreos sanciona lo dicho y hecho por el Hijo de Dios, que luego hemos repetido en el salmo 39 como canto interleccional: “He aquí que vengo para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad”. Este es siempre el santo: el que busca hacer la voluntad de Dios, el que encontrándola la abraza, y el que abrazándola vive toda su existencia como un precioso testimonio de esta actitud. El santo no es el que negocia con Dios, el que logra consensuar su interés y pretensión con una presunta disponibilidad hacia su Señor, sino el que sencillamente busca, encuentra, abraza y vive lo que Dios dispone sobre cada uno.
Es el precioso comentario a lo que el Evangelio de este día nos ha dicho también, en esa escena aparentemente desabrida y sin interés por parte de Jesús cuando le avisan que habían llegado su madre y sus parientes para verle: “«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre»”. Porque en definitiva esto es lo que hizo María desde su primer encuentro con el enviado por Dios, el arcángel san Gabriel: “hágase en mí según tu palabra”. Y así se entiende lo que ella indicará a los sirvientes en aquellas bodas de Caná: “haced lo que Él os diga”.
Un teólogo es el que busca, encuentra, abraza y testimonia la Palabra de Dios como transmisora de su voluntad divina, el querer del Señor para nuestro bien, para nuestro destino, para que se cumple en mí su eterno proyecto bienaventurado: todo eso que eternamente Él silenció para decírmelo a mí y contarlo con mis pobres labios, todo cuanto eternamente Él retuvo para dármelo a mí y repartirlo con mis pequeñas manos.
Esto es lo que celebramos hoy mirando a Santo Tomás de Aquino como doctor de la Iglesia. Un doctor es quien educa en la búsqueda la belleza, quien acompaña en el descubrimiento de la verdad, quien nos testimonia con su vida el don de la bondad. Belleza, verdad y bondad que nos asoman a cuanto representa la hondura y la sencillez del camino cristiano de cualquier tiempo y en cualquier lugar.
Benedicto XVI estudió especialmente a San Agustín y San Buenaventura, pero tiene páginas preciosas dedicadas a Santo Tomás de Aquino. Dice él a propósito del doctor angelicus, que «la Iglesia, durante el Año litúrgico, nos invita a recordar a multitud de santos, es decir, a quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Los santos nos dicen que todos podemos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en todas las latitudes de la geografía del mundo, hay santos de todas las edades y de todos los estados de vida; son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí. En realidad, debo decir que también según mi fe personal muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia. Y quiero añadir que para mí no sólo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son “señales de tráfico”, sino también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia, es para mí la apología más segura del cristianismo y el signo que indica dónde está la verdad» (Audiencia, 13 abril 2011).
Santo Tomás de Aquino nos enseña que la teología es el testimonio de una fe que piensa y de una razón creyente. Toda su obra es el homenaje de su fidelidad con todas las fuerzas y talentos que el Señor le regaló: su consagración por entero a Jesucristo como dominico, poner al servicio de los hombres la sabiduría que con la herramienta de su inteligencia fue poco a poco desentrañando leyendo y estudiando la Palabra de Dios dándonos así su mejor teología. Remataba el papa Ratzinger diciendo que «Tomás de Aquino mostró que entre fe cristiana y razón subsiste una armonía natural. Esta fue la gran obra de santo Tomás, que en ese momento de enfrentamiento entre dos culturas —un momento en que parecía que la fe debía rendirse ante la razón— mostró que van juntas, que lo que parecía razón incompatible con la fe no era razón, y que lo que se presentaba como fe no era fe, pues se oponía a la verdadera racionalidad; así, creó una nueva síntesis, que ha formado la cultura de los siglos sucesivos» (Benedicto XVI, Audiencia 2 junio 2010).
La vida es un campo en el que con todos sus accidentes de dificultades y sus surcos de posibilidades Dios no deja de sembrarnos la semilla de su Palabra con la que nos llama a la santidad cotidiana, a la santidad de parecernos a Él como su mejor imagen y semejanza. Todos reconocemos la diferencia que nos distancia de los santos, cuando vemos cómo ellos han sabido dar espacio al divino sembrador abriendo su tierra, mientras nosotros a menudo nos cerramos tras los espinos, los caminos y las piedras ralentizando o imposibilitando que esa semilla llegue a su florecimiento hermoso y a su fruto granado.
Mientras celebramos la memoria litúrgica de este santo teólogo, nos encomendamos a su intercesión, y tanto profesores como alumnos, nos ponemos bajo la mirada de ese Misterio que él contempló, que él adoró, que él reflexionó, y que acertó a testimoniar con fidelidad desde la exquisita comunión con la Iglesia de Dios, tanto en su vida, como en su predicación y enseñanza. Le pedimos que también nosotros seamos capaces de cultivar una teología arrodillada que se inclina ante el Misterio con devoción y se lanza apostólicamente a la misión encomendada por la Iglesia desde la vocación que cada uno hemos recibido. El Señor os bendiga y os guarde, y que la Reina de la Sabiduría nos acompañe junto a sus hijos los santos pastores y doctores.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Seminario Metropolitano, 28 enero de 2025