Homilía en la clausura del año jubilar con motivo del centenario de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en Gijón

Publicado el 30/05/2025
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Querido señor Vicario General, señor Rector de esta Basílica, hermanos sacerdotes concelebrantes, señora Alcaldesa de Gijón y Corporación Municipal, diputados de la Junta del Principado de Asturias, autoridades militares, judiciales, culturales y sociales, Hermandad del Sagrado Corazón, hermanos todos en el Señor: paz y bien. Que la paz llene el corazón y que el bien sea el itinerario de nuestros pasos.

Podíamos parafrasear al salmista para decir que cien años en tu presencia son un ayer que pasó, como una vigilia nocturna que termina siempre con el alba. Cien años estamos celebrando y pedimos a la Santa Sede que concediera un año santo jubilar con motivo de esta efeméride, poder dar gracias por una historia que tiene cien años.

Cuando contemplamos las bellísimas vidrieras que adoran esta hermosa Basílica, vemos que con la luz de un sol radiante nos devuelven el color de las cosas. También cuando el sol se nos oculta tras las nubes amenazadoras se difumina ese canto de belleza, pero siguen transmitiéndonos la claridad que nos permite reconocernos. Cien años de un templo, cien años en donde ha habido tanto, donde han sucedido tantas cosas en los adentros y en las afueras de la periferia.

Desde aquel momento en el que los primeros fueron auto expulsados de una casa que tenía forma de jardín, en donde hablaban al caer de la tarde a la hora de la brisa con un dios amigo que venía a conversar, en donde el otro era para mí una ayuda adecuada y no un rival que termina siendo enemigo, y donde la vida misma se hacía preciosa y fácil de abrazar, que se torna en algo hostil, que me hace sudar al trabajarlo o dolerme cuando tengo que parirla. Aquella casa con forma de jardín se convirtió desde entonces, por lo que llamamos pecado original y originante, en un éxodo de un camino a la búsqueda de una casa que pueda acogernos.

¿Cuántos nombres tienen los desiertos? ¿Cuántos mapas pueden describir nuestros éxodos? Qué duras son a veces de entender las intemperies que nos hacen extranjeros. La historia de la humanidad, la historia de Israel y la historia también de la iglesia da cuenta de este recorrido que nos permite encontrar, añorando, un hogar que nos acoja, un hogar en donde saben nuestro nombre, un hogar donde nunca se nos desprecia, un hogar donde mi vida, con sus altos y sus bajos, mis luces y mis sombras, mis gracias y pecados, tiene siempre un rincón de cabida.

Cien años de un hogar como este ha permitido que podamos vivir con gratitud el ser oyentes de palabras que no engañan. Cuando se proclama la palabra de Jesús en nuestras iglesias, asistimos a la escucha de palabras verdaderas, palabras sabias que aportan luz, palabras auténticas que nos acompañan. Y cuando estamos tantas veces rodeados, a veces cansinamente, con tanta mentira malhadada, mentira en tantos ámbitos y con tantas pretensiones no siempre declaradas, resulta un frescor que te hace bien al oído y que te purifica el alma poder escuchar palabras que no engañan, palabras en las que te reconoces, palabras que se tornan en el argumento de tu esperanza.

No solamente la palabra de Dios que aquí se proclama, sino también cuando venimos con nuestras dudas, con las preguntas a flor de piel y especialmente las heridas que nos desangran, encontrar en una casa como esta un espacio donde ser abrazado sin preguntarnos demasiadas cosas, para ser justamente levantados de nuestras caídas, suturados en nuestras heridas y devuelta la dignidad perdida que no nos amenazaba.

Un lugar de reencuentro, un lugar de paz recuperada, un lugar donde somos esperados todos los días, desde la noche hasta el alba. En esta casa que tiene forma de basílica se han celebrado tantas cosas hermosas.

En torno a esta mesa, a esta mesa que es altar, en donde los cristianos celebramos lo más querido, aquello que se nos dio en aquella primera y última cena la que presidió Jesús con sus discípulos, un pan partido que tiene que ver con mis hambres todas, un vino escanciado que representa el final de mi sed inoportuna. Este pan y este vino, cuerpo y sangre de Cristo, se distribuye para quien así está preparado y quien así puede recibirlo en el alimento del camino como un vademécum que me permite hacer la aventura de mi existencia. Un pan y un vino sobre un altar a modo de mesa, un perdón que se me ofrece con la misericordia y una palabra que nunca me engaña, es lo que aquí hemos venido celebrando los creyentes durante estos 100 años.

Esta basílica, bien es verdad que también se prestó en momentos de difícil recuerdo en otra cosa, que la basílica también fue cárcel y de aquí salían los encarcelados sin motivo para ser fatalmente ajusticiados en la playa de San Lorenzo tan cercana, allí eran fusilados.

Un hogar de puertas abiertas en donde 100 años después este grupo de cristianos hemos acudido para dar sencillamente las gracias. El motivo es que la dedicación de la basílica está ofrecida al Sagrado Corazón de Jesús.

No es el culto a una víscera, es el reconocimiento de lo que coloquial y popularmente decimos cuando hablamos de otra persona. Atiende a esta persona, escucha sus palabras sabias, acoge los consejos que te pueda dar, porque tiene buen corazón. Y el corazón más allá de una víscera, mucho más allá de un músculo, el corazón representa lo mejor de alguien que se me acerca, que se me cruza, que intercambia conmigo su trayectoria. También puede resultar justamente lo contrario y así lo advertimos cuando decimos ten cuidado, no te fíes, sus palabras son engaño, porque esta persona tiene mal corazón. Tener buen o tener mal corazón representa como en síntesis el secreto medular de alguien que tenemos cerca.

El corazón de Jesucristo representa lo mejor imaginable al acercarnos con nuestras preguntas, nuestras heridas, nuestras incertidumbres, sabiendo que en él vamos a encontrar lo que esta basílica nos ha ofrecido desde hace cien años. La acogida, la palabra de la vida, la misericordia del abrazo y el pan y el vino compartidos como quien comulga el cuerpo y la sangre del Señor bien amado. Este es el secreto que tuvo Jesús y como nos ha recordado el Evangelio, él es capaz de interrumpir su trayectoria para hacer recuento cada día de las ovejas que le fueron confiadas. Y al reparar que le faltaba una, sin desdén de las noventa y nueve que con gozo tenía en el redil de aquel rebaño, sale a buscar a la que no estaba. Sale al encuentro de la oveja que se había perdido en las afueras de la casa. Está tomado del capítulo quince del Evangelio de San Lucas, donde tres parábolas consecutivas nos hablan del adentro y del afuera.

El afuera de una oveja que se pierde, el adentro de una moneda que se extravía y nos dirá la siguiente parábola que aquella mujer barrerá de arriba abajo la casa y cuando finalmente encuentre esa dracma perdida invitará a las amigas para hacer una fiesta como fiesta hizo aquel buen pastor que recobró a la oveja perdida. El capítulo quince de San Lucas termina con la tercera parábola que tiene el adentro y el afuera en la persona de dos hijos con diferente actitud y perspectiva. El hijo pequeño que se gasta lo que no sudó jamás de manera inadecuada y con la nostalgia no del padre sino de la casa, de la mesa y de la acogida decide volver para ser por su padre acogido con un abrazo que lo revestirá de fiesta y organizará para él un banquete de bienvenida. El hijo que estaba a las afueras que ha conseguido recuperar su identidad y el hogar. Pero el otro hijo, el que nunca marchó, el que jamás malgastó lo que recibía en herencia, vivía en la casa, pero no como hijo, vivía tronchado, vivía tenso, vivía con esa especie de rencor resentido porque no vivía como hijo sino como un simple asalariado.

Son escenarios del mapa de la vida donde las afueras, los adentros, las aventuras de esos dos hijos de la parábola nos están también a nosotros radiografiando. Tenemos afueras en las que nos extraviamos, tenemos adentros en donde no conseguimos encontrar nuestro espacio y tenemos actitudes que nos dilapidan la esperanza, el amor y la fe de nuestra conciencia cristiana.

En este día de agradecimiento queremos precisamente entonar un canto, un canto de alegría por los 100 años vividos. Dar gracias por tantas heridas curadas, dar gracias por tantas verdades escuchadas, dar gracias por tantas hambres y tantas sedes que aquí fueron nutridas y saciadas. Por esto damos gracias.

Y al concluir el año jubilar recibiremos la indulgencia plenaria. A veces me pregunta ¿qué es eso de la indulgencia? Si yo me confieso ya lo tengo todo perdonado, ¿qué me añade una indulgencia? Y suelo poner el siguiente ejemplo, que cuando una persona deja de fumar porque el tabaco le estaba matando o deja de beber en demasía porque el alcohol se llevaba al tras de las transaminasas, es bueno que deje de beber, es bueno que deje de fumar, pero el cuerpo no tiene memoria y ha dejado un hígado o ha dejado unos pulmones tocados, fatalmente tocados. La indulgencia tiene que ver con ese resto que queda tras mi pecado y que me deja como tendencia para volver a pecar en lo mismo.

Es como si la indulgencia plenaria limpiase no solamente la conducta, que ya ha sido modificada cuando me he confesado de mis pecados, sino que la indulgencia limpiase lo que queda en el hígado o en el pulmón de mi conciencia y que me sigue inclinando a volver a tropezar y a caer como antiguamente lo hice. La indulgencia me abraza de esta manera completa y por eso a la concesión, a la comunión y a la plegaria por el Santo Padre, el Papa León, que tan gozosamente estamos estrenando, viene esta indulgencia como un complemento a mis concesiones y a la conversión de mis pecados.

Queridos amigos y hermanos, gracias por haber venido y que siga siendo esta querida Basílica del Sagrado Corazón en Gijón un espacio de referencia. Palabras que nos dicen la verdad, abrazos que nos muestran la ternura y la mesa en la que somos comensales de un pan que es un cuerpo, de un vino que es una sangre que nos han redimido en Cristo.

Que el Señor os bendiga, que siempre os guarde y de corazón también yo os digo gracias por celebrarlo. El Señor os guarde y os bendiga. Que nuestra Santina nos proteja.

 

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
30 mayo de 2025
Basílica del Sagrado Corazón
Gijón.