Querido Señor Vicario General, Vicario de Pastoral, demás sacerdotes, concelebrantes, diáconos, miembros de la vida consagrada, seminaristas, hermanos todos en el Señor. Un particular saludo de acogida a los 310 catecúmenos que vais a recibir los sacramentos de iniciación. Con vuestros párrocos y catequistas, habéis llegado a la Iglesia Madre de nuestra diócesis de Oviedo en esta tarde típicamente asturiana, con la lluvia que nos refresca, para asistir con vosotros a un regalo para nuestra Iglesia diocesana. Hoy celebra la Iglesia la festividad de la Ascensión del Señor. Especialmente en la primera lectura del Libro de los Hechos y el Evangelio, ambos del mismo autor, san Lucas, nos han permitido asomarnos en la distancia a aquel célebre momento.
Quedaban atrás tres años inolvidables. Fueron escogidos en sus menesteres y en sus gremios. Se les convirtió en pescadores de hombres, casi todos ellos a la pesca se dedicaban, y fueron enviados en prácticas apostólicas varias veces. Pero sobre todo ellos fueron los primeros testigos de palabras que no engañan y de gestos que traían milagros. Fueron testigos con aquel maestro de lo que suponía el nacimiento de una nueva comunidad, la comunidad cristiana. Pero llegó un momento en que, tras aquella pasión sufrida y aquella resurrección exhibida, llegó el momento de la despedida, para algunos considerada como fatal.
Les invitó a ir al monte Olivete. Tantas veces he estado yo en ese altozano en los aledaños de Betania por encima de Jerusalén. Y uno se impresiona cuando llegando a ese lugar, hace la composición del lugar para escenificarse en aquel adiós tan pintoresco y tan extraño a la vez. El adiós de alguien que dice que se marcha, pero que prometió antes estar siempre con ellos. La despedida de alguien que se emplaza para el fin de los tiempos y que, sin embargo, está a nuestro lado como caminante. El libro de los hechos nos habla de una nube, una nube que ocultó al Señor que se marchaba a su Padre Dios, de donde vino al hacerse hombre. La nube en la terminología bíblica tiene tantos matices. Es la nube que acompañó al pueblo en los desiertos de sus éxodos. Es la nube que anticipó en el monte Carmelo la bendición de la lluvia esperada. Es la nube que cubriría el misterio de la encarnación con el anuncio del Arcángel Gabriel a María. La nube es un modo de presencia. La nube no oculta ni extrapola. La nube sencillamente pone misterio para una cercanía fiel siempre. Esa es la nube que oculta como en el monte Tabor la presencia de Jesús transfigurado tras su resurrección. Es la segunda transfiguración del Señor. La primera la del monte Tabor. La segunda del monte Olivete.
Y le vieron subir hasta verlo desaparecer. Pero nos decía el Evangelio algo chocante, que ellos volvieron con alegría a Jerusalén. No es la experiencia que tenemos cuando tenemos que despedir a alguien que queremos en verdad. Ya sea la despedida fugaz, como la despedida postrera, siempre que decimos adiós, algo se nos rompe en el alma. Sacamos el pañuelo de silencio para decir adiós a nuestro pesar a alguien que quisiéramos tener cerca. Pero aquellos bajaron del monte a Olivete a Jerusalén llenos de alegría, con la certeza de otra presencia que los acompañaba, misteriosa, diferente, sencillamente distinta.
Y ahí comienza, para que no quedaran embobados mirando a un cielo virtual, los ángeles les advirtieron, ¿qué hacéis mirando al cielo si lo tenéis dentro? Bajad a Jerusalén y anunciad el Evangelio como así. Se os encargó de llevarlo hasta los finisterres de todos los pueblos. Esta es la escena que estamos celebrando en esta festividad importante en el calendario de la Iglesia. Y en este contexto litúrgico, nos sabemos también nosotros y así nos sentimos emplazados para anunciar el Evangelio a los finisterres a los que somos enviados. En esta tarde llenáis, como pocas veces he visto, nuestra Catedral de Oviedo. Y ha sido un gozo poder entrar con dificultad, bendiciendo niños en sus coches de bebés, saludando a la gente buena que os está acompañando y llenando las naves de nuestra Iglesia Madre. El motivo ya sabéis, que en la fiesta de las ascensiones de año, 310 catecúmenos dais un paso importante. Especialmente los nueve que vais a ser bautizados.
Sería precioso, pero nos alargaría mucho la celebración poder ofrecer el micrófono a estos nueve catecúmenos bautizandos para que pudieran compartir con nosotros por qué se quieren hacer cristianos. Algunos me han dicho, he encontrado a otro cristiano, he preguntado su secreto y me ha convencido. El testimonio sencillo de alguien que vive su fe y no espanta a los que a diario le rozan, el testimonio de alguien que provoca en el otro una pregunta ¿por qué tú vives así? ¿Quién ha cambiado tu conciencia para bien? ¿Quién hace que digas la verdad y que no mientas? ¿Quién permite que no te corrompas en ninguna de las situaciones? ¿Quién te da la fuerza para perdonar y volver a comenzar una relación rota y quebrada? ¿Cuál es tu secreto de bienaventuranza?
Y si con sencillas palabras dejando que la vida grite lo que los labios quizás no sepan contar estamos dando un testimonio como aquellos primeros cristianos bajando del monte Olivete hasta la Jerusalén en la que anunciara Jesucristo resucitado. El testimonio de nueve nuevos hermanos que van a ser a partir de esta tarde con nosotros cristianos. Especialmente a vosotros os doy la bienvenida y compartir que llenáis de alegría mi corazón y el de la Iglesia Diocesana y el de los sacerdotes y catequistas que os han acompañado porque son nueve vidas que han visto la luz de Cristo y se han dejado por ella iluminar. Nueve vidas que van a llamar amor, lo que es amor y no el sucedáneo, que van a llamar paz lo que no es un consenso vulgar, sino el encuentro fraterno de quien rehace un proceso, que van a llamar justicia lo que no es un apaño, sino la verdadera relación con las cosas, con los seres y con el mismo Dios nuestro Señor.
Bienvenidos los catecúmenos bautizandos. Hay otro pequeño grupo que está bautizado, pero solo recibió el bautismo. Al igual que los primeros, por diferentes motivos, no se allegaron ni siquiera por primera vez a recibir a Jesús en la Eucaristía. La Eucaristía, que es la presencia de Jesús muerto y resucitado, vivo entre nosotros. Como decían los padres de la Iglesia, recordamos aquel que vino hace dos mil años, esperamos al que volverá al fin de los tiempos, reconociendo presente entre nosotros, al que de nosotros nunca se ha marchado. Esa presencia tiene su expresión excepcional y la más querida en la Santa Eucaristía, en el pan y el vino consagrados que se convierten para nuestro alimento y adoración en el cuerpo y la sangre de Jesús.
Vais a recibir otro grupo, la Primera Comunión, junto con los que van a ser bautizados. Y el número más grande es el que representan los que os vais a confirmar. También por motivos diferentes, no os confirmasteis cuando quizá otros compañeros vuestros años atrás lo hicieron. Pero mirad, ni los que se bautizan, ni los que por primera vez comulgan, ni los que todos os vais a confirmar, habéis llegado tarde. Dios tiene su calendario y la agenda es eterna, sencillamente. Dios tiene su horario con un tic tac especial, que no se ajusta a nuestras 24 horas jornaleras. Un calendario y un reloj que es misterioso y que coinciden con la Divina Providencia que en esta tarde os abraza para bautizaros, daros la primera comunión o a todos confirmaros.
El bautismo que lava el bautismo que inicia y el bautismo que incorpora a Cristo y a su Santa Iglesia. La Eucaristía que sacia a nuestras hambres todas, la Eucaristía que nos recuerda la compañía de una presencia que no defrauda y la confirmación como el sacramento del Espíritu Santo que con sus siete dones nos permite hacer un camino cristiano, en la aventura de nuestra existencia, tengamos la edad que tengamos allí donde nuestra vida vive y convive. Por este motivo, la Iglesia diocesana se llena de alegría al mirar vuestros rostros y al pronunciar vuestros nombres. Yo pronunciaré los nueve nombres de los que vais a ser bautizados, los señores vicarios y un servidor pronunciaremos vuestros nombres en el momento de la confirmación. Nombres que no son anónimos ante el Señor. Nombres ante una mirada que os vio nacer, que os ha visto crecer y que preciosamente os estaba esperando. Ante esa mirada y ante ese corazón sois presentados.
Yo como obispo no puedo menos que dar gracias al buen Dios, a vosotros y a todos cuantos han facilitado que podamos llegar esta tarde a este momento de tanta alegría verdaderamente fiesta cristiana. Día de la Ascensión. El Señor que se marcha junto a su Padre para prepararnos morada es el Señor que se hizo carne en las entrañas virginales de María y el Señor que tras la Resurrección nos prometió sin engaño quedarse a nuestra vera para acompañar todos nuestros pasos. En este día de la Ascensión sed bienvenidos los que vais a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana.
Una última cosa, hoy es fácil venir a la catedral con un motivo de tanta alegría, con una fiesta eminentemente cristiana. Hoy es fácil dar gracias al catequista o al sacerdote que os ha acompañado. Ves como la iglesia toda os abraza en este momento de acogida cristiana. Pero mañana y pasado mañana y así sucesivamente, tendréis que seguir escribiendo vuestra vida cristiana, una vida cristiana que comienza o que recomienza en esta tarde. Mi consejo y mi deseo es que encontréis el cauce y el modo para poder hacer este camino de tal manera que no se quede en el olvido la fecha de esta tarde a esta hora providencial. Que encontréis en vuestros lares allí donde estáis una manera de seguir creciendo en vuestra vida cristiana y de seguir siendo acompañados por algo que simplemente comienza o recomienza en esta tarde. De lo contrario, habremos celebrado algo hermoso, pero algo caduco que termina siendo fugaz.
Para que así no suceda, encontrad las personas y si no las encontráis, nos lo decís, me lo decís y os ayudaremos u os ayudaré a hallarlos. Personas que os acompañen y experiencias de iglesia que os puedan sostener, que os puedan permitir seguir creciendo. Os encomiendo a la Virgen Nuestra Madre, la Santina. Ella está al comienzo y al recomienzo de toda aventura cristiana. Que ella os guarde y que siempre os bendiga.