Queridos hermanos y amigos: paz y bien. Saludo al Cabildo de la Catedral y los sacerdotes concelebrantes. A nuestras autoridades locales que nos honran una vez más con su presencia: Excmo. Sr. Alcalde y Corporación Municipal. Religiosas y hermanos todos en el Señor.
No hay botón de pausa en el calendario de la vida. De modo imparable vamos cumpliendo años que dibujan canas en el pelo, arrugas en el rostro, y un cierto sobresalto cuando nos sentamos y miramos hacia atrás de reojo. Todas las luces y las sombras, los momentos gozosos y los que nos han podido dañar, ahí están en nuestro inmediato pasado. Sueños que se cumplieron llenándonos de paz, despertares de pesadilla que nos alteraron, gente que se nos fue como otra gente nos fue llegando. Certezas que se hicieron duda, o interrogantes que encontraron respuesta. ¡Cuántas cosas, sentimientos, recuerdos o proyectos, cuántos presentes nos han venido saludando, o acorralando, o bendiciendo! Quedan atrás las cinco semanas de una cuaresma única, como única es la Semana Santa que con los Ramos comienza. Única porque nunca antes había sucedido y jamás después se repetirá. Un año después de la última Semana Santa, ¡cuántas cosas han sucedido que hacen que tengamos inevitablemente una mirada distinta a las cosas que suceden por dentro y por fuera! Hemos soñado y brindado por tantas cosas, pero también ha habido no pocas que nos han roto en llanto, que han sembrado miedo y cansancio. ¡Cuántos episodios y circunstancias íntimas en el corazón o bien patentes en las afueras del alma, hacen que la Semana Santa que hoy comienza tenga una fecha de estreno y dibuje un paisaje novedoso con todas sus luces y todas sus sombras! Vivamos así agradecidos lo que en esta semana especial se nos va a volver a narrar.
Al llegar a la Ciudad Santa de Jerusalén, Jesús lo hizo montado en un humilde borriquillo. No es el rey que entra a caballo con espada en ristre, reduciendo a golpe de amenaza a los que encuentra en las calles para hacerlos cautivos de su pretensión de dominio. No cabalga Jesús a lomos de la prepotencia que inflige pavor. No frecuenta él los campos de batalla donde desafía a sus contrarios en un pulso de a ver quién puede más. Jesús entra montando un pollino de borrica: humildemente, con una altura que todos pueden ver, y tocar. Con un cabalgar pausado para poder ver a las personas y comprender sus retos y preguntas mirándose a los ojos. Una entrada en Jerusalén que no fue sobre un corcel de guerrero, sino encima de una humilde borriquilla que camina lenta como nuestro deambular cansado, que está a la altura de nuestros ojos para que se crucen nuestras miradas, que se deja tocar como un Dios cercano que no se escapa ni se fuga de nuestras incoherencias y pecados.
“Hosanna”, le dijeron. Era el saludo de la bienvenida a quien llegaba como mensajero de la paz. Los niños hebreos y aquellas gentes sencillas, reconocieron a Jesús como un rey distinto: sus manos bendecían, sus labios susurraban palabras benditas, sus ojos eran capaces de mirar con ternura, mientras a su paso repartía con su gracia el bien y la paz. Sólo Jesús sabía el sentido hondo y las consecuencias de esa entrada aparentemente inocente y festiva. Un pueblo capaz de brindar su mejor acogida puede después si es educativamente domesticado, calculadamente corrompido o estratégicamente manipulado, cambiar su saludo de bienvenida por una orden de condenación. Tantos labios que cantaron el “hosanna”, días después vociferaron el “crucifícalo”.
Quedan atrás tantos recodos del camino en los que Jesús pasó haciendo el bien. Sus encuentros con la gente, su peculiar modo de abrazar el problema humano, unas veces brindando sus gozos como en Caná, otras llorando sus sufrimientos como en Betania; en ocasiones curando todo tipo de dolencias, o iluminando todo tipo de oscuridad o saciando todo tipo de hambres, y en otras airado contra los comerciantes en el templo y contra los fariseos en todas partes. Jesús que bendice, que enseña, que reza, que cura, que libera. Ahora es el momento último y final de este drama humano y divino. A él nos asomamos en el domingo de Ramos con el relato de la Pasión que escuchamos en el Evangelio.
El Padre pronunciará por última vez su última Palabra, la de su Hijo, y con ella nos lo dirá y nos lo dará todo. El Hijo volverá a repetir que lo esencial es el amor con esa medida sin-medida que Él nos ha manifestado en su historia, el amor que ama hasta el final y más allá de la muerte. Y el pueblo es como es. Ahí estamos nosotros. Unas veces gritando “hosannas” al Señor, y otras crucificándole de mil maneras, como hizo la muchedumbre hace dos mil años; unas veces cortaremos hasta la oreja del que ose tocar a nuestro Señor, y otras le ignoraremos hasta el perjuro en la fuga más cobarde junto a una fogata cualquiera, como hizo Pedro; unas veces le traicionaremos con un beso envenenado como hizo Judas, o con una aséptica cobardía que necesita lavar la culpabilidad de sus manos cómplices como hizo Pilato; unas veces seremos fieles tristemente, como haciéndonos solidarios de una causa perdida, como María Magdalena; otras trataremos de ser fieles con la serenidad de una fe que cree y espera una palabra más allá de la muerte, como la Madre, como María.
Pero sabemos que no tienen la última palabra nuestros fallos, nuestras contradicciones, nuestros pecados. Como en estos días en nuestra bella Asturias que hemos visto en llamas, no porque arda sino porque nos la queman, también sabemos que tras el fuego que arrasa y destruye, viene el brotar de una vida nueva que nada ni nadie podrá impedir que nazca de nuevo. Quiero agradecer el esfuerzo y entrega de nuestros Bomberos de Asturias, del Ayuntamiento y del Principado, de nuestras fuerzas de seguridad y tantos voluntarios. Así creemos que es posible la esperanza, aunque nuestros ojos se nublen de dolor y de lágrimas ante un panorama gris y chamuscado, veremos renacer el verde que Dios riega con la hermana lluvia de su gracia. Es una parábola para la vida, la vida cotidiana.
Con la Iglesia, con todos los cristianos, nos disponemos a re-vivir el memorial del amor con el que Jesús nos abrazó hasta hacernos nuevos, devolviéndonos la posibilidad de ser humanos de veras y felices por entero, de ser hijos de Dios y hermanos de los prójimos que Él nos da. Vivamos con hondura cristiana estas fechas tan centrales de nuestra fe. Y que conmovidos por el amor tan grande del Señor podamos construir un mundo que sea reflejo fiel de cuanto Dios soñó para nosotros sus hijos. Semana Santa para recorrer con devoción, con arte y religiosidad el camino que nos conduce a la Pascua del Señor resucitado.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Domingo de Ramos
2 de abril 2023