Saludo al Sr. Vicario General, al Cabildo de la Catedral y demás sacerdotes concelebrantes. Al Excmo. Sr. Alcalde y la Corporación municipal. Están de estreno en la composición de nuestro gobierno local tras las elecciones y les deseamos acierto, audacia y templanza para servir a esta sociedad que ha confiado tan mayoritariamente en un modo preciso de hacer las cosas en esta vetusta ciudad ovetense. Gracias por honrarnos una vez con su presencia. Vds. son ediles municipales y al mismo tiempo cristianos, como yo soy ciudadano y represento como Obispo a una institución como la Iglesia. Participando en actos así que a todos nos convocan, expresamos la normalización de convivencia entre las instituciones que por motivos distintos comparten la vocación de servicio a un mismo pueblo. Saludo también con afecto a las asociaciones eucarísticas (Adoración nocturna masculina y femenina, Adoración perpetua) y a las Cofradías y Hermandades de Semana Santa. De modo especial a los niños y niñas que en este año han hecho su Primera Comunión y nos regalan con su presencia el encanto y la inocencia de nuestra mejor humanidad. Hermanos y hermanas todos: paz y bien.
Me sucede siempre ante fiestas que te llevan en volandas al rincón de los recuerdos despertando bondadosos lo que esa efeméride no quiere ni puede olvidar. Así me pasa a mí con esta fiesta del Corpus Christi recordando tantos escenarios en los que la he vivido. Hay alfombras florales en tantos de nuestros pueblos y ciudades, que se brindan al paso de Jesús en la Eucaristía, trayendo a la memoria su deambular por la historia de los hombres, aprendiendo nuestras lenguas, sorteando nuestros altibajos y senderos varios, para venir al encuentro de las preguntas del corazón de las que somos curiosos, mientras nos sabemos mendigos de las respuestas que brotan de su amor tierno y cercano. Hasta en los pueblos más humildes donde se celebra la procesión del Corpus, se engalanan balcones, se esparcen tomillos por las calles como un incensario cuyo buen olor nuestros pies esparcen, porque el que viene es bendito, es Dios. Es el memorial de nuestro pueblo creyente, que ha recordado, honrado y agradecido la Presencia del Señor entre nosotros: la santísima Eucaristía.
Él prometió no dejarnos solos; nos dijo que estaría con nosotros todos los días. Y esta presencia de Aquel que ha sido más fuerte que la muerte, se concreta en el memorial de su amor y su entrega, en el recuerdo vivo de su muerte y resurrección. Como nos dice el Evangelio de este domingo, Jesús se ha hecho nuestra comida y nuestra bebida, su Cuerpo y su Sangre dados en alimento inesperado e inmerecido… siempre. La carne y la sangre de la que habla Jesús es un modo plástico de indicar que Él no es un fantasma. Comer este Pan que sacia todas las hambres significa adherirse a Jesús, entrar en comunión de vida con Él, compartiendo su destino y su afán, hacerse discípulo suyo, vivir con Él y seguirle.
Es el gesto supremo de ese Dios que se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Compartió con nosotros los anhelos y las fatigas, las sonrisas más gratificantes y las desgracias que nos hicieron llorar. Aprendió a hablar quien nos vino como Palabra esperada, y tuvo que aprender a andar quien vino a pasearnos su mensaje de esperanza. Al final de sus días, tomó pan en sus manos y alzó la copa del vino escanciado: como ese pan tierno y ese vino generoso ha sido su vida entregada. Es la compañía discreta y amorosa de Dios que se pone al lado de nuestros caminos mientras ensaya ir yendo a nuestro paso. Unas veces lo hace ligero y otras, precipitado, con ágil ritmo o necesitando resuello. Tal y como se lo impone nuestro garbo, tal y como se lo empujan nuestros pies apresurados o lo retienen nuestras manos tímidas. Pero Él está ahí, sencillamente a nuestro lado, en todo momento y en cada circunstancia.
En esta fiesta del Corpus se inscribe la entraña de un recuerdo cuando llegando el trance del adiós a sus discípulos, para volver al Padre, no lo hizo sin antes darnos una misteriosa alegría: que se quedaría con nosotros todos los días hasta su vuelta. Extraña paradoja de quien dice que se va quedándose al lado, declarando su cercanía quien inicia el vuelo volando. Pero sucede así con las personas que queremos de veras. El corazón no se resigna a un adiós que pone entre nosotros distancia y silencio cuando es la presencia y la palabra lo que llena de sentido el amor, la amistad y los ensueños.
Pero atender a Jesús, seguirle, nutrirse en Él, no significa desatender y abandonar a los demás. Torpe pretexto sería no amar a los prójimos cercanos concretos por estar «ocupados» en amar a Dios lejano y abstracto. Los verdaderos cristianos y los auténticos discípulos que han saciado las hambres de su corazón en el Pan de Jesús, jamás se han desentendido de las hambres de sus hermanos los hombres. Por eso comulgar a Jesús no es posible sin comulgar también a los hermanos. No son la misma comunión, pero no se pueden separar. Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presentarnos hoy la fiesta del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en el sacramento de la Eucaristía, nos presenta al mismo tiempo a los pobres de todas las pobrezas, en el día nacional de Cáritas. Difícil es saciar el hambre de nuestro corazón en su Pan vivo, sin atender el hambre básica de los hermanos.
Bien lo sabe nuestra Cáritas diocesana que está atendiendo a miles de personas bajo el umbral de una pobreza real, y a tantos sin vivienda. Todas las iniciativas a favor de las personas en situación de riesgo y de exclusión social, se hacen pocas ante la tremenda demanda de quienes llaman a las puertas de Cáritas.
Hemos de adorar a Jesús-Eucaristía y hemos de reconocerlo también en ese sagrario de carne que son los hermanos, especialmente los más necesitados. Dejemos así un mundo con surco despejado para la semilla del bien, la paz y la justicia a nuestros más pequeños. Hoy nos acompañan los niños y niñas de primera comunión de algunas de nuestras parroquias. Hoy estrenamos una carroza para llevar al Santísimo por nuestras calles de Oviedo en procesión. Pero serán nuestros más pequeños comulgantes la mejor custodia que lleva a Jesús Eucaristía en sus corazones, la custodia hermosa de su inocencia bendita. La procesión del Corpus no sólo debe ser en este día, y no sólo en lo extraordinario de unas calles engalanadas al efecto. También mañana, también en los días laborables, en el surco de lo cotidiano, los cristianos debemos seguir nuestra procesión de la Presencia de Jesús en nosotros y entre nosotros. Él está ahí, esperando que le llevemos y que le reconozcamos. Aquel que dijo que estaría siempre con nosotros, nos dijo también que los pobres siempre los tendríamos con nosotros. Es la procesión de la vida, en donde Dios y cuantos Él ama nos esperan y nos envían. Así hizo María en aquella primera procesión del Corpus Christi, cuando embarazada del Mesías fue de Nazaret hasta Aim Karem para visitar a su prima Isabel, también madre ella de un milagro. Que ella nos guarde y nos bendiga.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
11 junio de 2023