Homilía en el día de San Juan de Ávila Bodas de oro y plata sacerdotales

Publicado el 10/05/2013
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Homilía en el día de San Juan de Ávila Bodas de oro y plata sacerdotales

 

Querido Señor Arzobispo emérito, Señor Obispo Auxiliar electo, queridos hermanos que celebráis el jubileo sacerdotal en el quincuagésimo o vigésimo quinto aniversario de vuestra ordenación, hermanos sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, hermanos todos en el Señor: que Él nos llene el corazón de su Paz y le dejemos repartir su Bien con nuestras manos.

Es una cita anual, particularmente querida, cuando en torno a nuestro Patrono, San Juan de Ávila, nos reunimos en una jornada de oración, de convivencia y de fraterna gratitud. Nuestros hermanos que en 1963 o 1988 recibieron respectivamente su ordenación sacerdotal, son el objeto de nuestra plegaria y de nuestra felicitación sentida. Me da alegría saber que también los sacerdotes religiosos que fuisteis ordenados hace cincuenta años en vuestros destinos comunitarios, estéis también hoy con nosotros como jesuitas, marianistas o carmelitas descalzos. Los diez curas diocesanos de las bodas de oro y los cinco de las de plata, cierran este coro que entona en un día así de señalado el himno de la alegría.

No es Beethoven como músico ni Schiller como poeta, quienes inspiran en todos vosotros la gratitud en cada estrofa de estos años ya pasados. La trama es vuestra misma biografía, que hace estos años jubilares se fue escribiendo cotidianamente en el gran libro de la vida. Y al igual que cada año transcurrido ha tenido sus imparables cuatro estaciones, también este recorrido vuestro habrá visto venir y partir las primaveras que hicieron romper en flor lo más granado de las primicias ilusionadas; los inviernos de las pruebas que ponían a prueba vuestra esperanza y fortaleza; los veranos agostadores que tentaron con secar cuanto creíais lozano y vivo para siempre; los otoños en donde con sabiduría serena y sin descreimiento resentido, habéis aprendido a dejar lo accesorio y fugaz mientras acertabais a valorar lo propiamente importante que vale la pena sin ningún descuido cuidar.

Estaciones de la vida y edades del hombre, han ido tejiendo año tras año esta historia personal de amor, de santidad, en donde con la gracia del Señor y con vuestras debilidades, Él ha escrito ese relato con la tinta de vuestra libertad. Nuestro Dios escribano sabe bien poner entre paréntesis lo que no era propiamente lo que con vosotros quería contar, pero con el arte de su mejor pluma y talento, ha escrito versos bellos y requiebros bondadosos incluso cuando nuestros renglones nos salen torcidos.

Al final, en ese final que es punto y seguido, los cincuenta o veinticinco años nos sirven de dulce pretexto para mirar hacia atrás al punto de partida y acertar a pedir perdón y más aún a dar las gracias, en un itinerario inconcluso en el que se sigue contando y cantando la historia para la que nacisteis y a la que fuisteis llamados y enviados.

Se agolparán tantos nombres de gente muy querida, vuestros padres y hermanos, los amigos, formadores y profesores, y las personas que en los diferentes destinos han recibido vuestro afecto, vuestra entrega, como también vosotros habéis sido por todos ellos enriquecidos.

Sois ministros del Señor, servidores de su alegría. Dios quiso poner en vuestros labios una palabra más grande que vosotros pero que cupo en la comisura de vuestra voz, se adaptó a vuestro tono, se adentró en vuestro vocabulario, y así os hizo portavoces de su Buena Noticia. Igual hizo con su gracia, infinitamente mayor que la medida limitada de vuestras manos, a través de las cuales, no obstante Él ha querido repartir la luz, la ternura, el perdón, y el santo alimento de su cuerpo santo mientras con vuestras manos bendecía a quienes os confiaba como hermanos.

Todos nosotros nos unimos a este himno de una alegría cristiana, que da gracias y que sigue pidiendo gracia. Quiera el Señor que os llamó, el que os consagró, el que os hermanó y luego os envió, seguir sosteniéndoos en la fidelidad que en este día estamos celebrando. Y que sea motivo de ilusión reestrenada lo que con el motivo de vuestro jubileo sacerdotal con vosotros pedimos al Señor por vosotros mismos. En este sentido nos dice San Juan de Ávila, nuestro flamante doctor de la Iglesia y patrono de nuestros pasos ministeriales, a propósito de vivir lo que somos para poder llegar a ser santos como Dios es santo: «si oímos estas palabras con la fe y reverencia que les son debidas y consideramos nuestra grande flaqueza, causarnos han gran confusión viendo que nos es pedida santidad, y por ventura aún no tenemos mediana bondad. ¡Oh qué presto pasamos por este negocio y cuán poco sentimos la obligación que nos pide! ¡Cuán poco temor tenemos en tal dignidad! ¡Cuán poco cuidado de administrarla bien después de tenida! ¡Y plega a Dios que siquiera tengamos comprensión, y suplamos con lágrimas lo que faltamos en la santidad que nos piden!» (Tratado sobre el sacerdocio, 5).

Sin duda que es toda una meditación que nos ayuda a mirarnos desde los ojos de quien nos llamó, y a ponernos de nuevo en camino en la senda que se nos ha marcado intentando dar gloria a Dios mientras somos bendición para todos nuestros hermanos.

En un día como este de San Juan de Ávila, nos unimos al gozo de toda la Iglesia que nos pone delante un modelo de pastor bueno en quien poder también contemplarnos, aprendiendo de su enseñanza de doctor en las letras del evangelio y acogiendo con magnanimidad la intercesión de su patronazgo.

Queridos hermanos, quienes compartimos con vosotros el don inmerecido del sacerdocio, en este día nos ponemos ante Dios pidiendo humildemente la gracia de ser fieles a la llamada, sea cual sea el tiempo transcurrido desde nuestra ordenación. Como decía ese gran sacerdote alemán fundador de la familia religiosa de Schönstatt, el Padre Josef Kentenich, hemos de tener el oído cerca del corazón de Dios y nuestras manos en el latido de la gente. Que no haya ensueño o herida de las personas que encontramos, que no hallen en nuestra entrega sacerdotal al padre y al hermano que con entraña de buen pastor se ponen a su lado, en nombre de Dios, como pequeños portadores y humildes portavoces de cuanto a través nuestro Él les pueda decir y regalar.

Presentamos en la patena de vuestra gratitud a todos vuestros seres queridos, y a cuantos fueron decisivos en vuestro camino. Igualmente a tanta gente a la que en nombre de Dios y de la Iglesia habéis servido: los niños, jóvenes, adultos, ancianos que escucharon vuestros consejos, nutristeis con los sacramentos, sostuvisteis en sus zozobras, cuyas lágrimas enjugasteis, y con los que compartisteis sus alegrías. Estoy seguro que tantas de sus búsquedas y preguntas habrán encontrado en vuestra paternidad espiritual luz, aliento y una fraterna ayuda. Es lo que hemos escuchado en el Evangelio: que seáis siempre luz que no se apaga y que la sal de vuestra entrega jamás se haga sosa.

Nos encomendamos a nuestra Madre la Santina para que os bendiga siempre y a nosotros a través de vuestras manos. Felicidades. El Señor os guarde y lleve a plenitud lo que con recibisteis como primicia.

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo