Funeral de D. Silverio Cerra

Publicado el 20/05/2014
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Funeral de D. Silverio Cerra

Capilla del Seminario Metropolitano
20 de mayo de 2014

 

Queridos hermanos sacerdotes, familiares de D. Silverio, diácono y seminaristas, religiosas, hermanos y amigos todos: paz y bien.

Todos seguimos metidos en esa nube en la que parece que es difícil dar crédito a algo que no figuraba en el orden del día de nuestras agendas estos días atrás. Anotamos mil cosas, pero no reparamos en que nuestra vida está escrita en el libro grande de la vida que sólo fecha y firma Dios nuestro Señor.

Según fue corriendo la noticia de la desaparición y hallazgo posterior del cadáver de D. Silverio, nos quedábamos todos boquiabiertos sin acertar a decir algo que pudiera poner calma, razón y sosiego al desenlace que siempre nos sorprende con el pie cambiado sin saber qué decir y  sin poderlo explicar. Un accidente de montaña se llevaba de repente a este querido hermano nuestro.

Yo me encontraba en Lourdes con la Hospitalidad de enfermos de nuestra Diócesis cuando el recién nombrado Vicario de Oviedo Centro, D. Antonio Vázquez, tuvo que estrenarse en este oficio menos amable de salir al encuentro de estas noticias tan duras humanamente. Igualmente el rector del Seminario, D. Antonio Nistal, ha debido gestionar los pormenores de este adiós a tan entrañable hermano que formaba parte por tantos motivos de esta querida comunidad del Seminario.

Con discreción se marchó una tarde más, como durante tantos años no dejó de hacer. La cita con la montaña, con su paseo diario por el monte o por el campo, también ese día de viernes quedó con él. No volvió a casa, no cenó con nadie esta vez, ni al día siguiente despertó con su familia ni acudió al Seminario con el revuelo que el sábado tuvimos aquí con un sinfín de reuniones y encuentros. Era ya el domingo, cuando en su parroquia de Valdecuna le esperaban para festejar con él las bodas de oro que con tanta ilusión habían preparado todos: la misa de un misacantano de 50 años de altar, el pincheo fraterno después y la comida que compartirían luego, todo quedó en un veremos porque no aparecía D. Silverio. Le tocó al párroco D. Manuel Roces tener que disculpar la insólita impuntualidad y tener que comunicar a continuación la razón de su porqué.

No estamos acostumbrados ni nos podremos acostumbrar jamás a semejante revés siempre que la muerte llama a la puerta. No hemos nacido para este final aunque quien nos hizo no ha querido que se nos ahorre tan tremendo trance, tanto, tanto que ni siquiera a su propio Hijo le evitó tener que pasar por él. Y bien lo sabemos que la muerte no tiene la palabra última y fatal, y bien creemos en la pascua resucitada de quien venciendo su propia muerte ha vencido la nuestra también, pero cuando llega a tocar la puerta de alguien cercano y querido, parece que nos quedamos sin palabras, sin aliento, y se pone a prueba incluso la fe.

D. Silverio ha sido un hombre bueno y entregado, un sacerdote sabio que ha querido dar su vida a través de la entrega de los dones que el Señor le había dado. Dos libros ha tenido siempre abiertos en los que él acertó a deletrear la palabra que no engaña, la vida que no termina, el amor que nunca traiciona, la belleza y la bondad que no se manchan ni envilecen jamás: el libro de la naturaleza y el libro de la antropología. Ahí Dios mismo ha querido contarnos y cantarnos su mejor relato creacional: en la hermana creación y en el hermano hombre. Una naturaleza como la nuestra de Asturias, ante la que quien se asoma a ella de mil modos no puede por menos que quedar asombrado y seducido de su hermosura sin par. De este libro de la naturaleza D. Silverio era cotidiano frecuentador, y no dejaba pasar un día sin poner sus pies en nuestros altozanos y lanzar al horizonte su mirada asombrada y agradecida.

Pero también el hombre y su misterio fue el objeto de su interés en el otro libro de la antropología. Qué nudo de factores se entremezclan en cada ser humano, cuando la libertad, la inteligencia, el afecto y el corazón hacen de trama en el bordado personal de cada biografía. Las clases en el Seminario y en la Facultad de Magisterio San Enrique de Ossó dan buena cuenta de ello al recordar en él a un auténtico maestro lleno de sabiduría y de pasión por el saber. Sin embargo no fue sólo el interés teórico del buen filósofo que él fue amante de la sabiduría, sino también su cercanía hecha de amor sincero, de sensibilidad auténtica hacia los más débiles, los más pobres fuera cual fuera el nombre de la pobreza, los que no pasaban desapercibidos delante de la puerta de su entraña conmovida.

Las bodas de oro estaban ya preparadas, pero ha entrado a celebrarlas con el Señor que le llamó. Su sacerdocio rendido en 50 años de historia entregada, han querido en la providencia divina terminar aquí en este su querido domicilio del Seminario de sus desvelos. Era fácil conversar con D. Silverio, era admirable su saber erudito y enciclopédico, era hermoso compartir el mantel del altar en la santa Misa, y el mantel de la mesa en un almuerzo. Los seminaristas han traído hasta el altar al que vieron tantas veces subir a él y desde aquí bendecirlos. Los hermanos sacerdotes lo llevarán al final como gesto fraterno último de un adiós lleno de ternura y de cristiano agradecimiento.

La paz de la que nos ha hablado el Evangelio de este día, es el mensaje de despedida de Jesús con los suyos más suyos, y es el mensaje también que la liturgia exequial nos deja como reclamo en esta despedida que es tan sólo un adiós momentáneo. Es la paz que pedimos como eterno descanso para este querido hermano, siervo de Dios y de su Iglesia, y es la paz que pedimos para nosotros como consuelo que avive y encienda nuestra esperanza. Sus últimos escritos fueron para los seminaristas mártires, para San Juan de Ávila y para la Santina de Covadonga. Ellos intercedan desde el cielo que para él se abre en el compás de espera hasta que Jesús vuelva al fin de los tiempos.

Queremos contar con él como un hermano recadero de los más nobles motivos nuestros: que no deje de recordar al buen Dios cómo estamos los que aquí quedamos, cómo necesitamos su ayuda y sostenimiento, cómo este seminario que él tanto amó y compartió hasta el final, debe seguir contando con la ayuda ilimitada de sus ahora celestiales desvelos.

Descanse en paz este buen cura, este hombre sabio, este hermano bueno, y que todos nos podamos encontrar en el cielo.

  + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo