Fiesta Santina 2015

Publicado el 08/09/2015
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Fiesta de Covadonga


Basílica de Covadonga, 8 de septiembre de 2015

Queridos hermanos Sr. Obispo auxiliar, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, demás hermanos sacerdotes y diáconos.

Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias; Presidente de la Junta General; Delegado del Gobierno; Alcalde de Cangas de Onís. Autoridades Civiles, Judiciales, Académicas, Militares, Culturales y Sociales. Una mención especial al Arciprestazgo Avilés: su Villa y las parroquias que lo componen, en representación de los cuales este año presenta a la Santina la ofrenda.

Miembros de la vida consagrada, seminaristas, cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor ponga Paz en vuestro corazón y acompañe vuestras vidas con el Bien.

Caen las hojas de nuestros bosques en este preotoño asturiano, y caen igualmente las de nuestro calendario en una historia que no admite botón de pausa. A veces nos produce vértigo el sucederse de los días y lo que sucede en cada jornada. Llegando estas calendas de septiembre toca con gozo celebrar la festividad de la Santina de Covadonga. Pero si sólo fuera la inercia la que diera sentido a esta cita estaríamos ante algo preparado con esmero y dignidad, pero que no pasa de ser un paréntesis que nos llega y se nos va como una tregua amable y fugaz en el trasiego de este precioso lugar tan cargado de historia y de plegarias. Este tipo de inercia nos mete en una efeméride banal que no admite sino dejar que suceda como si nadie lo pudiera cambiar y como algo que nada cambiará.

Yo comenzaba la novena diciendo que deberíamos dejarnos sorprender por el buen Dios sacudiéndonos todo tipo de inercia, porque en definitiva lo que pone fecha y circunstancia a este momento junto a la Santina en el año del Señor 2015, hace que reconozcamos la original diferencia que el hoy tiene respecto a lo que cada cual vivía hace tan sólo un año. ¡Cuántas cosas han sucedido simplemente en estos doce meses últimos que hace que nos asomemos a tantos aspectos de la vida de un modo distinto! Un año después para unos podrá ser una mirada más serena y relajada quizás porque algunos nubarrones parecen remitidos y ya no nos acorralan con sus vaticinios de negrura. Para otros, tal vez será una mirada incierta cuando la propia vida y la vida de los que más queremos sigue estando maltrecha, con serias dificultades para salir adelante, señalando con pesar que determinadas macrobonanzas no terminan de abrazarnos siquiera un poco en la bonanza pequeñita en el espacio y el tiempo que dibujan hoy el mapa de nuestra biografía. No faltará acaso la mirada totalmente secuestrada y deprimida ante horizontes duros por tantos motivos cuando la vida, la libertad, la paz, el trabajo siguen siendo realidades tan queridas como vulnerables que a la primera de cambio sucumben.

Tuvimos la osadía de hablar en estos días de la novena del tema de la alegría. Casi podría parecer irónico hablar de la alegría ante tantas cosas que están ocurriendo. Hay sucesos que parecen prohibir la sonrisa ni siquiera como mueca desenfadada que termina siendo una frívola con la que está cayendo dentro y fuera de nuestro solar. El Evangelio que acabamos de escuchar nos describe el gesto de la joven María que va en ayuda de su prima Isabel subiendo con prisa a la montaña. De Nazaret hasta Aim Karem suponía una aventura de unirse a una caravana de mercaderes y dedicar varios días en recorrer esos 120 kms. por los andurriales de entonces. Dos mujeres que se encuentran, ambas madres de un milagro. Y la imposibilidad se hace posible cuando Dios abre caminos en donde los nuestros no encuentran ni entrada ni salida.

Esto es lo que me suscita subir a Covadonga este año, cuando en mi vida de cristiano, en la vida de la comunidad diocesana que acompaño como obispo y en la sociedad de la que formo parte, me encuentro ante la necesidad de pedir con humildad que Dios no deje de abrir caminos que nos permitan salir de los atolladeros que nos confinan y adentrarnos en los senderos que nos indican la adecuada y justa meta. Y como sucedió entre Isabel y María, que el encuentro entre nosotros no ponga la mirada severa de quien desconfía, o la exclusión que censura y rechaza, sino el experimentar que junto a quien Dios pone a mi lado, quien en el fondo Él me envía, hace que yo aprenda de él lo que mi ignorancia no me enseña, y pueda hacer con él lo que aislado y solitario no logran mis fuerzas, y tenga con él lo que compartiendo mutuamente nos engrandece solidariamente.

Anoche en una Vigilia con cientos de jóvenes dábamos a cada uno de ellos una pequeña piedra como símbolo y les dijimos: con una piedra se pueden levantar murallas, muros de vergüenza, podemos dividir pueblos, con una piedra se han hecho catedrales, se han abierto caminos. Tomad en vuestras manos la piedra y con ella haced el bien.

María e Isabel se dieron un abrazo, y la prima anciana testimonió a su joven pariente cómo había saltado de alegría en su entraña lo mejor que ella llevaba dentro. ¡Cómo cambia la vida cuando somos portavoces de una palabra que Dios pone en nuestros labios, cuando somos portadores de la presencia del Señor que nos hace hermanos! No sólo no humillamos al otro, no sólo no lo reducimos y destruimos de tantos modos, sino que permitimos que crezca, que respire, que camine, que viva sencillamente aquello para lo que fue llamado a la vida.

La Diócesis de Oviedo sigue adelante con su plan pastoral que nos dimos para cinco años con toda una serie de objetivos, cauces e iniciativas inspirándonos en lo que decían aquellos primeros cristianos: que la ciudad se llene de alegría. No es una quimera piadosa, tan abstracta que no pudiera abrazar la vida levantándola, curando sus heridas, y dando a las personas razones para la esperanza. Hay tantos caminos y tantos motivos por los que sin traicionar nuestras raíces ayudarnos mutuamente a seguir adelante, en un sincero diálogo, con una colaboración leal y amable, buscando sencillamente el bien en todos los sentidos para dicha de nuestra gente.

Así lo deseo sentidamente y estoy seguro que seremos capaces de escribir juntos la historia esperanzadora que tenemos por delante. A nuestro nuevo Gobierno del Principado de Asturias desde aquí le brindo mi mano en lo que a la Iglesia le compete, y en esta lealtad responsable que busca el bien de las personas estoy cierto, bien cierto, de que nos ayudaremos institucionalmente en este servicio común que por distintos motivos estamos comprometidos ante nuestro pueblo. Les deseo una feliz singladura de sabio gobierno junto a la certeza de nuestra oración y colaboración sincera.

Este verano ha plasmado en mi retina dos imágenes que en su tragedia han provocado tantas preguntas a mi conciencia.

La primera se llama Marco y tenía hace dos meses tan sólo tres días de vida. Una extraña escalada de razones y de coincidencias, hizo que una joven mujer se deshiciera de su hijo recién nacido. Es confuso todo lo que ella declaró para intentar explicar lo inexplicable. Sin embargo,esta mujer tuvo a su hijo. No lo destrozó en su vientre, no succionaron sus trozos con una aspiradora, no lo ahogaron hasta envenenarlo en una solución de sal amarga. Sencillamente tuvo a su hijo, respetó su nacimiento. Tamaña gesta ya la colocaba en el palmarés de las madres que en medio de tremendas dificultades, increíbles miedos y incomprensibles soledades, dan a luz al hijo que llevaban dentro. Pero luego vino lo que nos parece difícil de creer: tirarlo vivo a un contenedor. Con un biberón para ese viaje maldito en medio de toda la podredumbre infecta, ella se deshizo de ese pequeño apenas nacido. Era como un aborto “post partum”, igual de cruel y horrible ante el ser humano más pequeñín e indefenso.

Pero el final ha sido tan sorprendente e inesperado, fruto de un inmenso milagro como ha sido llamado con justicia, y la luz que proyecta eclipsa del todo la penumbra que tan fatalmente lo oscurecía. Y en ese marco Dios con Marco nos ha dibujado una obra de arte. La tiniebla de un basurero bajo tierra explotó ante la luz que allí encendió un llanto. Y toda la porquería junta, se rindió ante la inocencia tierna y pura de un bebé que llorando entonó a su propia vida el más hermoso himno a la alegría. En medio de aquella basura brilló como una gema la más bella de las joyas que es siempre la vida humana.

Unas lágrimas de infante fueron suficientes para que en ellas Dios llorase de nuevo como sólo Dios sabe hacerlo. Y aquel llanto conmovió a gente buena que como en una conspiración bondadosa, se fueron apiñando para salvar a quien sollozando pucheros empezó así a contarnos su vida. La policía local, la Guardia Civil, las enfermeras y médicos del hospital, la prensa sensible que dio la noticia, los viandantes que avisaron. ¡Qué grande es la humanidad… cuando no se deshumaniza! ¡Qué precioso testimonio han dado todos ellos de lo importante de la vida!

Me pregunto qué quiso silenciar eternamente Dios para decírselo a él y con él decírnoslo a todos. Ha sido el triunfo de la vida, la más vulnerable, la más fácil de censurar. Pienso si ese llanto se pudiera escuchar en el seno de las madres en trance de abortar, en la conciencia de los padres cómplices e irresponsables que las dejan en soledad. Si ese llanto se pudiera escuchar en algunos parlamentos que legislan contra la vida sin que en sus papeleras las lágrimas de los no nacidos, como hizo Marco, puedan sencillamente llorar.

La segunda imagen es la de un niño de tres años, Aylan Kurdi. Su foto ha dado la vuelta al mundo mostrando su pequeño cuerpo que yacía sin vida en la turística playa turca de Bodrum. Unas zapatillas sin desgastar todavía, las que calzaba alguien que apenas había aprendido a corretear. Aquí el llanto que él no pudo prorrumpir lo hemos llorado tantos al ver conmovidos esa impresionante imagen que viene a sumarse al álbum de los errores y los horrores que coleccionamos los humanos cuando perdemos la entraña. Son imágenes que se convierten en iconos y sacuden hondamente la conciencia para que nos asomemos con realismo al mundo que estamos construyendo.

Aylan Kurdi era ya un refugiado a su corta edad, como su hermano Galib con dos años más. Alguien ha escrito que un niño será siempre un mundo entero. Huían de la guerra, del fanatismo, de la persecución. Huían al tener que elegir entre vivir o plegarse, entre creer o fingir, entre construir tu hogar o salir a la intemperie. Los Boko Haram y los Isis tienen esa impostura violenta, injusta y con el peor Islam que no evoluciona. Es una ventana que muestra un horizonte oscuro, cambiando los contornos de la esperanza por los trazos de la tristeza. Sus brumas nos imponen un rictus de preocupación, y en algunos casos un razonable sobresalto. ¿Qué contemplamos tras nuestro cristal blindado cuando nos asomamos al ventanal de estos días? Que la vida es vulnerable. Mucho. Que no hay paraguas atómico, fronteras ni medidas de seguridad para negar la acogida a quienes llegan a tu casa huyendo de los que deciden segarte la vida de mil modos si no te pliegas a sus credos y dictámenes. En nombre de un dios inexistente que se les aparece en el fantasma de su fanatismo para pedirles que maten al infiel a sangre fría o a sangre caliente, se alejan del verdadero Dios clemente y misericordioso, un Dios que no odia lo que Él ha creado y que siempre es amigo del hombre, como dice la Biblia.

Hay gente que está siendo asesinada por estos fanáticos extremistas por tener sencillamente un nombre cristiano, una fe cristiana, una vida cristiana. En Siria, Afganistán, Nigeria, Libia… matan a cristianos, secuestran a niñas cristianas, expulsan a cristianos de su tierra, roban sus casas y sus iglesias, sin que casi nadie de Occidente lo denuncie, ni se hagan conjuras intergubernamentales, ni se convoquen manifestaciones callejeras, ni se lloren a los que inocentes de toda provocación y ofensa, son masacrados sencillamente por ser diferentes, por ser cristianos sin serlo contra nadie.

Estas dos instantáneas despiertan de golpe nuestro privilegio de dormir plácidamente ante la tragedia de los refugiados. Les pasó a los discípulos con Jesús aquel día de la multiplicación de los panes y los peces. Ellos le pedían al Maestro que despidiese a la muchedumbre, que terminase su sermón y que cada cual hiciese lo que pudiese. Antes habían hecho cuentas calculando cuánto podría costar alimentar a toda esa gente hambrienta de pan y de esperanza. Y decidieron quitarse de en medio. Hasta que Jesús les espetó aquello que cada generación hemos de seguir oyendo: “dadles vosotros de comer”. Este fue el revuelo, la provocación de Dios en medio de la inhibición comodona y cobarde. Ellos no podían con todo aquello: ya lo sabía Jesús. Pero les estrujó el corazón y la conciencia para que movieran ficha: “dadles vosotros de comer”. Y fueron con dos peces y cinco panes que un chaval tenía en el cesto. No había más. Pero desde aquello poco e insuficiente que empezaron a compartir, Jesús hizo el milagro saciando hasta las sobras aquellas bocas y aquellos corazones.

Nuestra Diócesis tiene un compromiso con esta palabra si queremos que la ciudad se llene realmente de alegría como dice nuestro plan pastoral. El mundo no cabe en nuestros cauces de la solidaridad, pero los tenemos. El año pasado ofrecimos a Cáritas que gestionase algunas casas rectorales que puedan servir para paliar la acogida de los sin techo. Es el Proyecto Red Hogares de Cáritas, que junto a otras viviendas, espacios habitacionales y comedores sociales está gestionando nuestra organización solidaria. Estos son nuestros pocos peces y panes que ponemos a disposición de aquellos pobres a los que Jesús nos sigue diciendo que demos de comer. Y ante la invitación del Papa Francisco de acoger en cada parroquia a una familia de refugiados, nos sentimos interpelados e invitados a continuar haciendo gestos de solidaridad cristiana. Tanto la inmensa mayoría de nuestras parroquias como una parte del edificio del Seminario tienen las puertas abiertas para la acogida, justamente como hacemos desde Cáritas con tantos hermanos y hermanas.

Obviamente deberemos estudiarlo para coordinar el modo de un servicio que sea útil y eficaz, porque acoger a familias de refugiados es pensar no sólo en un techo donde cobijarse, sino en su salud, su alimentación, en la escolaridad de los pequeños, en un trabajo eventual de los adultos, y aquí la Iglesia sólo puede ser subsidiaria con las administraciones y en ello estamos. Pero parroquias y Seminario están a disposición de estos hermanos. Ofrezco a nuestras autoridades autonómicas y municipales nuestra colaboración en esta noble causa, además de lo que por nuestra cuenta y nuestros medios podamos realizar como venimos haciendo a favor de los pobres de cualquier pobreza que implique desamparo y exclusión social.

Hace unos años vi una película que abordaba el tema de la prostitución , dirigida por el cineasta Fernando León (“Princesas” 2005). En una escena se hablaba de la nostalgia. El diálogo entre dos mujeres maltratadas por la mala vida, decía: «Es rara, ¿no? la nostalgia. Porque tener nostalgia en sí no es malo. Eso es que te han pasado cosas buenas y las echas de menos. Yo, por ejemplo, no tengo nostalgia de nada, porque nunca me ha pasado nada de bueno como para echarlo de menos. ¿Se podrá tener nostalgia de algo que aún no te ha pasado?». Esta era la pregunta. Este es el nombre de la esperanza cristiana: tener nostalgia de lo que aún no ha sucedido pero que el corazón te reclama, y que Alguien nos ha prometido. Por eso en medio de tantos motivos para la tristeza hay más razones para la esperanza, que es la fuente de nuestra alegría. Como el testimonio que dan nuestros misioneros capaces de amar hasta el contagio, de entregar la vida por entero. Hoy hace 70 años que llegaban a Asturias los Hermanos de San Juan de Dios, a quienes se les acaba de conceder el galardón a la concordia en los Premios Princesa de Asturias. Por este motivo, la esperanza cristiana no vive simplemente asomada expectante al futuro que se nos dará, sino que también sabe recordar agradecida el pasado que nos fundamenta, mientras reconoce con pasión el presente que el Señor de la historia de tantos modos pone en nuestras manos. Deseo para estos hermanos nuestros refugiados que ante la nostalgia de lo bueno por llegar, no les haga daño el pasado que necesitan olvidar.

Amigos y hermanos feliz día de Covadonga en esta Asturias tan querida. Que nuestra Santina nos acompañe y que siempre nos bendiga.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

       Arzobispo de Oviedo