Queridos hermanos en el episcopado Sr. Arzobispo emérito y Sr. Obispo Auxiliar de la Diócesis de Oviedo, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, demás hermanos sacerdotes y diáconos.
Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias; Presidente de la Junta General; Delegado del Gobierno; Alcalde de Cangas de Onís. Autoridades Civiles, Judiciales, Académicas, Militares, Culturales y Sociales. Una mención especial al Arciprestazgo de Villaoril y los ocho Concejos que lo componen, en representación de los cuales este año presenta a la Santina la ofrenda Cadavedo y la Asociación de la Regalina que con tanto esmero e ilusión hace memoria de ese gran sacerdote y asturianista que fue el Padre Galo.
Miembros de la vida consagrada, seminaristas, cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor inspire siempre Paz en vuestro corazón y acompañe vuestras vidas con el Bien.
Sucedió hace ahora XXV años. Nunca antes había ocurrido que un Papa viniese hasta aquí como peregrino. Asturias entera quiso acoger a quien venía en el nombre del Señor para anunciarnos la buena noticia con entraña de Evangelio. Juan Pablo II nos miró, se aprendió los nombres de nuestra tierra, se informó de nuestra historia, se asomó a nuestros lares, y quiso dejarnos un mensaje que en estos días de la Novena a la Santina hemos venido recordando. Fueron dos los paisajes que a él le tocaron en corazón.
1. La creación es un don de Dios
La primera impresión de este singular peregrino en Covadonga fue conmoverse ante la creación tan prestosa que rodea este querido lugar. Era conocida su sensibilidad por la montaña, pero aquí quedó prendado de la belleza natural que nos circunda. Lo mismo me sucede a mí, cuando subo a Covadonga con jóvenes caminando por los bosques hasta llegar a la Santa Cueva o cuando me adentro en los Picos de Europa. Asturias es un lugar realmente especial. Están marcadas con hondura las pisadas en los caminos que suben a Covadonga. Han sido siglos de andadura, donde cada cual con su anhelo de luz y la noble búsqueda de la paz, se ha sabido peregrino de la gracia, de lo mejor que cada día estaba aún por estrenar. En el Valle del Auseva hay senderos abiertos que como veneros de esperanza nos permiten ver cada año a las buenas gentes asturianas que llegan hasta este lugar, como de todos los concejos han subido en la Novena.
Hay un concierto ininterrumpido en medio de esta naturaleza: la espesura de los bosques que guardan celosos su mejor secreto; el fluir de arroyos y manantiales que en su agua saltarina nos brindan su humilde sorbo que apaga la sed; el canto de los pájaros que cada mañana estrenan la sinfonía incompleta que para ellos ha vuelto a componer el Creador; la majestuosidad de las montañas que nos presiden con sus riscos invitándonos a levantar la mirada por encima de las brumas angostas hacia la luz indeclinable del hermano sol. ¡Cuanta belleza nos narra a su modo una historia amable en donde las cosas nos guiñan su encanto con una bondad que no caduca ni engaña! Como decía el gran poeta Rilke, aquí parece que todo conspira para nuestro bien. Esto llenó la mirada de Juan Pablo II y puso alegría en su corazón cuando se zambulló en estos mismos valles y subió luego hasta los Lagos para asomarse al espectáculo que la madre tierra nos brinda exhibiendo la firma de su Creador.
2. Cuando el paisaje se hace inhóspito
Pero no subió hasta aquí un montañero santo que se quería perder en las zonas verdes de la evasión, sino que agradecido por este regalo natural, supo también levantar acta de otros paisajes más duros e inhóspitos que nos narra la crónica diaria. A veces la vida se torna bronca y peleona, fugitiva y esquiva, y nos impone sus celajes más densos complicando o impidiendo seguir el camino que nos lleva al feliz destino final para el que hemos nacido. Andamos como perdidos, dando tumbos, y es entonces en la oscura espesura donde no faltan los traficantes de nuestra esperanza, que juegan con nosotros apostando a nuestra dicha o desdicha según su interés particular. La vida de pronto se muestra impenetrable por su dureza o su oscuridad y nos deja inmóviles sin poder siquiera dar un humilde paso adelante, como si estuviésemos bloqueados ante una pared cerrada a cal y canto. Entonces provoca el miedo en la mirada, la desconfianza que nos hace extraños ante los prójimos más próximos, la desesperanza ante la dignidad manchada, burlada y malvendida en los tenderetes de la frivolidad cainita, insolidaria o machista.
Por eso el Papa Juan Pablo II no habló en Asturias sólo de la hermosa tierra, sino de la criatura más importante y a veces más vulnerable como es el ser humano. Si tan sólo estuviésemos admirando la belleza natural de un paisaje, pero no tuviésemos mirada para quien por su situación de pobreza, de injusticia, de falta de libertad, de violencia, es rehén de su tristeza y malaventura, estaríamos pecando de omisión, cuando no de cómplice acción por no salir al encuentro de quien necesita que compartamos con él lo que a nosotros se nos ha dado, o que busquemos y luchemos con él lo que ninguno tenemos ni gozamos. Fue este otro paisaje el contexto en el que el Papa Juan Pablo II tuvo también un importante discurso social en su viaje a Asturias.
Fueron elocuentes sus palabras al respecto: «La tarea de los cristianos hoy, para el bien de todos los hombres, es testimoniar con las obras de su trabajo una auténtica humanización de la naturaleza, dejando en ella una huella de justicia y belleza, manifestando el verdadero sentido humano del trabajo y rindiendo de este modo obediencia y gloria al Creador. Ante todo, se trata de reconstruir en el mundo del trabajo y de la economía un sujeto nuevo, portador de una nueva cultura del trabajo. No es suficiente que cada uno ejerza bien el papel de empresario, sindicalista o político, consumidor o economista, que le ha sido asignado por la estructura social; es preciso realizar hechos nuevos, intentar obras nuevas, nuevas iniciativas, nuevas formas de solidaridad y organización del trabajo basadas en esta cultura».
3. Covadonga educa la mirada
Covadonga tiene esta doble enseñanza, la de regalarnos una belleza tan llena de luz y hermosura, y la de mostranos que los valles angostos y las rocas impenetrables del paisaje de penuria pueden tener una puerta de salida. Sí, en el claroscuro y agridulce presente, que tantas personas sufren y padecen en su vida cotidiana, aparece el valle del Auseva y la Santa Cueva de la Santina, que tienen esta virtualidad: abrir el horizonte llenando nuestros ojos del verde amable de una esperanza cierta, y en la roca impasible de lo impenetrable herir su dureza dándonos un cobijo en medio de todas nuestras intemperies. María representa todo esto en este santo lugar: el horizonte y la acogida. ¿Quién no necesita de esto en su vida? Así lo hemos vivido los cristianos durante siglos subiendo a Covadonga, conmoviéndonos ante el testimonio de fe y confianza con tantos hermanos y hermanas nuestros han sido bendecidos precisamente aquí en este lugar.
Por eso necesitamos sacudirnos la inercia que puede hacernos cansinos, pesimistas y desesperanzados. No se trata de caer en una ingenuidad falsa que pinta la vida con colores de quimera. Pero tampoco ayuda, machacar como agoreros de calamidades diciendo que el mundo no puede cambiar. Lo decían aquellos revolucionarios del 68: “sed realistas: pedid lo imposible”. Lástima que tantos de ellos luego terminaron cambiando la barricada indómita de sus utopías por la moqueta de sus burguesas conquistas. Pero había un poso de verdad en su rebeldía: no resignarse ante lo que puede ser cambiado, no censurar la aspiración serena y creativa de lo que nuestro corazón de tantos modos reclama y aspira. Dicho de otro modo, y parafraseando a Chesterton: «hay cosas que van mal por estar ciegos ante las que van bien». Depende de si nuestros ojos se llenan de escéptica desesperación o de audaz agradecimiento.
Nuestra Diócesis de Oviedo quiere aprender esto y quiere mostrarlo viviéndolo. Ahí está nuestro compromiso solidario a través de tantas realidades con las que los cristianos salimos al encuentro de los hermanos más desfavorecidos. No hay alarde, no recabamos luego ningún tipo de reconocimiento ni aspiramos a la prebenda de ningún privilegio. Mirando esta belleza que nos rodea, nos sentimos comprometidos para superar aquello que la mancha en la vida de nuestros hermanos. Así lo enseñó Juan Pablo II como peregrino en Asturias hace XXV años. Y además de lo que con inmenso esfuerzo y no pocos resultados estamos haciendo por los que sufren de tantos modos la crisis económica y moral con todos sus rostros y están en riesgo de exclusión social, queremos dar un paso más, sencillo y humilde, que pueda también educarnos en un gesto de cristiana solidaridad. La Diócesis cuenta con algunas casas rectorales que en este momento no necesitamos, o que hay gente sin techo y desahuciada que las necesita mucho más. He encargado a nuestra Cáritas que disponga de una serie de casas rectorales para que las ofrezca a familias en necesidad.
No se trata de poner parches sólo ante lo inmediato, sino de educarnos con gestos que nos humanizan mirando la solidaridad del mismo Dios haciendo nosotros lo mismo que en Él aprendemos y admiramos. Lo decía con agudeza Antoine de Saint Exupery «si quieres construir una barca no reúnas sin más hombres para cortar leña sino despierta en ellos la nostalgia por el mar infinito». Es el deseo de un mundo diferente, como el mar infinito, el que convoca lo mejor de nosotros con audacia, fe y valentía.
4. Covadonga y Asturias: modelo de un pueblo cristiano y unido
Quiero concluir con una mención que Juan Pablo II hizo de nuestra idiosincrasia asturiana que se nutre de lo que Covadonga significa. En aquella mañana, durante la homilía de la Misa que se celebró en la explanada frente a la Basílica, el Papa dijo algo muy importante: «Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno. Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María.
¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina! La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos. La Virgen María, podemos decir, no es sólo la “que ha creído” sino la Madre de los creyentes, la Estrella de la evangelización que se ha irradiado en estas tierras y desde aquí, con sus hijos, misioneros y misioneras, ha llegado al mundo entero.
Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.
Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!».
Precioso mensaje que nos dejó como precisa herencia el paso bondadoso de este Papa santo que peregrinó a nuestra tierra y supo reconocer y abrazar nuestra forma de ser, de sentir, de soñar y de construir un mundo que valga la pena. Por eso, hago una petición especial al Señor y a la Santina. Este Arzobispo madrileño de día en día es más asturiano de corazón. No sólo la belleza de nuestra tierra, sino la nobleza de su gente, no dejan de admirarme y de sentirme agradecido. He aprendido aquí y con vosotros, lo que significa un pueblo que no excluye a otros reclamando fronteras que dividen e insidian tejiendo secesiones. Pido desde esta tierra que no se dilapide el valor de la unidad plural de una historia como España que tiene siglos de fecunda convivencia y fraterna complementariedad. Que en el respeto de los valores propios se sepan armonizar los valores comunes que nos hacen grandes y solidarios. La unidad de un pueblo que lleva siglos conviviendo no es dictadura ni uniformidad, sino un bien moral que vale la pena cuidar, defender y seguir construyendo juntos.
Termino como hizo Juan Pablo II en su visita a este santuario, diciendo su plegaria: «Quiero presentarte y poner ante tu pies, Virgen de Covadonga, a todos tus hijos de Asturias, las gentes del campo y los hombres del mar, los mineros con su duro e inclemente trabajo, los niños y los ancianos, los enfermos y todos los que sufren en el cuerpo y en el alma, las familias, y sobre todo, los jóvenes, promesa del futuro, que buscan la razón y el sentido de su vivir. Alcanza para todos de Dios, con tu poderosa mediación maternal, la gracia del perdón y de la reconciliación que Cristo tu Hijo nos ha merecido para vivir en paz con Dios y con los hermanos». Amén.
A todos vosotros, amigos y hermanos feliz día de Covadonga en esta Asturias tan querida. Que nuestra Santina nos acompañe y que siempre nos bendiga.