Estrenando un Año otra vez

Publicado el 01/12/2013
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Estrenando un año otra vez.

Misa retransmitida en La 2 de TVE
desde la Parroquia de San Juan (Oviedo)
1 de Diciembre de 2013

 

Queridos hermanos y hermanas: paz y bien. Nos lo ha venido recordando el ambiente del otoño, que alfombrando de hojas ocre nuestros senderos, señala que hay tantas cosas que caducan como algo efímero y bello. Pero lo que propiamente descubrimos no es algo que termina sin más, sino algo que luego llamando a nuestra puerta nos permite recibir un estreno. Con el adviento que este domingo celebramos inauguramos un inédito calendario cristiano para volver a estrenar el Evangelio recomenzándolo de nuevo. Y esto expresa que nuestro corazón no se resigna al fatalismo de lo que acontece; que tiene derecho a rebelarse ante tantas cosas que no van; que es justo cuando a pesar de los pesares tiene la osadía de soñar una vez más. Comenzando el adviento parece que nos indultamos los cristianos en una especie de “amnistía” bondadosa y veraz. Así, desde la trinchera de todas nuestras pesadillas nos atrevemos a levantar con timidez la blanca bandera de los sueños en un mundo diferente al dictado del Reino de Dios.

La vida nueva que año tras año, podemos celebrar, se llama Jesucristo. Y nosotros creemos en esa vida nueva que se ha hecho uno de nosotros, y puso su tienda de encuentro en las contiendas de nuestras insidias. El “no sabéis el día ni la hora” (Mt 24,42) que hemos escuchado en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia podamos sencillamente recono­cerlo. Nuestra vigilan­cia es la respuesta a su venida. El que vive distraído es alguien que ha quedado preso en sus pasados o bloqueado ante sus futuros, pero en cualquier caso incapaz de acoger una novedad presente que acontece. Para no vivir distraídos, para poder abrazar una novedad radical, de la que nos habla Isaías en la 1ª lectura, que ponga luz y esperanza en todas nuestras zonas apagadas y cansinas, y que cambie nuestras lanzas en arados y nuestras espadas en podaderas (Is 2,1-5), para eso necesitamos adentrarnos en un nuevo adviento.

El hombre no sabe dejar de esperar. Pero no vale una actitud de espera cualquiera, nuestra vigilancia no tiene nada de pa­siva. Por eso nos ha dicho San Pablo en la 2ª lectura que hay que despertar (Rom 13,11) de todas nuestras pesadillas que achatan y asfixian nuestra esperanza. La vigi­lancia es vivir despiertos, porque la salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer. Y esta vigilancia espabilada, consiste en quitarse los disfraces que ocultan y des­figuran la belleza de nuestra vida, para revestirnos de esa Luz (Rom  13,12-13) que hace más trasparente la belleza que en nosotros trasluce a quien nos hizo y redimió. Vale la pena escuchar ese grito de nuestro corazón que continuamente nos reclama el milagro de una novedad que no caduque, y reconocer que Alguien, como ningún otro y para siempre jamás, tomó en serio ese grito, abrazó el grito de mi corazón humano, pudiendo desde entonces reestrenar esperanzas y brindar felicidades.

Las palabras que envuelven la Palabra de Dios de este primer domingo de adviento son la espera y la vigilancia. Una espera que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no- aguardamos que suceda, y una vigilancia que nos despierta para no estar dormidos cuando le veamos pasar. ¿Cómo estaba la gente que, por primera vez, se las tuvo que ver con eso que nosotros hoy llamamos adviento? Había un gran grito que colgaba en sus gargantas: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Efectivamente, necesitaban abrazar una novedad que les arrebatase de sus zafiedades vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas, de sus errores y horrores…

Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer adviento, la sala de espera de Alguien que realmente mereciera la pena y les soltase la cautiva posibilidad de ser felices. El Adviento cristiano siempre es recordar a Aquel que vino ya, pero al mismo tiempo es acoger su venida incesantemente presente, y por último es prepararnos al día de su vuelta prometida. Esta es la paradoja de nuestra fe: hacer memoria de quien vino, desde la acogida de quien nunca se ha marchado, para prepararnos a recibir a quien volverá. La paradoja consiste en que el sujeto es la misma persona: Jesucristo. Este es el tiempo que nos prepara a la celebración de la Navidad cristiana. Es posible una novedad que no dependa de unas fechas pactadas, sino de algo que ha sucedido, de alguien que está entre nosotros y que volverá. Esta es la enhorabuena que nos permite brindar sin engaño mientras el viento del Adviento nos llena de esperanza nuestro andar llenando el corazón y nuestra ciudad de alegría.

Lo acaba de recordar el papa Francisco en su exhortación: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son li­berados del pecado, de la tristeza, del vacío inte­rior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Evangelii Gaudium, 1).

Y esto es lo que sucedió en los albores cristianos cuando, como siempre, la tristeza tiene nombre reconocible, tiene calle por la que transita y tiene calendario que la hace ingrata contemporánea de cada cual. Si la ciudad se llenó de alegría (Hch 8,8) es que algo sucedió en esas vidas, Alguien aconteció en medio de ellas. No se trata de una quimera, ni siquiera de un legítimo deseo, sino de algo que ha cambiado la vida de personas y ha transformado el claroscuro de una sociedad. Hay un cambio profundo que no es fruto del cálculo ni de una estrategia, sino de algo más grande y gratuito que proviene de la providente misericordia de Dios.

Hermanas y hermanos, la historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (hace 2000 años), nos preparamos a re­cibirle en su última venida (al final de los tiempos), acogiendo al que in­cesantemente llega a nuestro corazón (en nuestro hoy de cada día). Ahí tenemos la conjugación de los verbos de la vida: el pasado, el presente y el futuro, que se concentran en el reconocimiento del que vino, del que volverá, del que siempre está a nuestro lado. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento cristiano, el que siempre se vuelve a empezar sin cansarnos nunca de hacerlo. Buen camino. Dios y María os bendigan.

  + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo