Querido D. Juan Antonio, Obispo Auxiliar, Señor Vicario General, Arcipreste de Oviedo, hermanos sacerdotes y diácono, vida consagrada, fieles cristianos laicos. El Señor llene vuestro corazón de Paz y acompañe vuestros pasos con el Bien.
Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la conversión del Apóstol San Pablo y concluimos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Dos referencias que enmarcan este momento importante para nuestro arciprestazgo de Oviedo al dar comienzo la Visita Pastoral.
Hemos de pedir por la unidad de cuantos creemos en Cristo como nuestro redentor, Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nuestra salvación. La historia ha ido introduciendo avatares con desencuentros, reacciones indebidas y rupturas finales fragmentando ese pueblo que nació de la Pascua de Jesús, esa comunidad por la que el mismo Cristo oró al Padre Dios a fin de que pudiesen ser una sola cosa a fin de que el mundo creyese. Pero sería algo extraño que pidiésemos la unidad y trabajásemos por ella con los de fuera, con los que están separados de nosotros, mientras no estuviésemos cotidianamente orando y construyendo la unidad entre nosotros como hijos de la Iglesia Católica.
No es el objetivo de una Visita Pastoral, pero también esto nos ayudará a crecer en unidad, en el reconocimiento mutuo de la fraternidad que nos une como Iglesia del Señor, como miembros diversos de un único Pueblo que tiene distintas vocaciones, variadas formas de vivir y testimoniar el Evangelio y la Gracia de Cristo Jesús.
Hoy nosotros elevamos nuestra plegaria a Dios pidiendo por la unidad de todos los cristianos, empezando por la de nosotros mismos como Diócesis y Arciprestazgo en Oviedo, mirando al otro con el afecto con el que somos mirados por el mismo Señor que nos ha llamado, nos ha hermanado y nos envía.
Hay un texto bellísimo que nos regaló el Beato Juan Pablo II al comenzar este tercer milenio cristiano, cuando nos proponía una hoja de ruta para tratar de seguir remando mar a dentro con la larga historia de la Iglesia que nos contempla. Decía el Papa Juan Pablo II a propósito de la espiritualidad de comunión: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.
¿Qué significa todo esto en concreto? Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias» (Juan Pablo II, Novo Millennio ineunte, 43).
Realmente, ¡qué hermoso marco para entender la unidad a la que somos llamados dentro de esta comunión eclesial! Este sería un fruto precioso de la Visita Pastoral.
Pero, hemos elegido esta fiesta litúrgica y este lugar para dar comienzo a esta andadura especial que nos va a llevar varios meses. San Pablo nos testimonia cómo la vida puede ser objeto de un cambio profundo y bello, cuando quizás todo parecía indicar que ya nada se podía transformar. Pablo nos cuenta su conversión como un relato humilde y apasionado en el que este cambio puede darse, el milagro de una vida que es capaz de volver a empezar corrigiendo el rumbo perdido por el que se iba a la deriva de ninguna parte. El antiguo perseguidor de cristianos y por eso del mismo Cristo tuvo un encuentro con el Señor y Dios le tocó el corazón, le abrió los ojos y su vida quedó del todo cambiada para siempre. El mundo se le hizo pequeño para contar de mil modos su encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco, y no pararía de viajar para decir a todos de quién se había fiado, el tesoro que había encontrado en el Señor, y cómo Dios se hizo para él cercano como un abrazo, tierno como el mismo amor, humilde como la entrega de la vida.
Así comenzamos la Visita Pastoral aquí, en la Iglesia madre de la Diócesis, nuestra Catedral de Oviedo.
La carta semanal que publiqué el jueves pasado, aborda precisamente este momento de gracia para todos nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Allí recuerdo cómo al poco de llegar a Asturias como Arzobispo hice una visita a todos los arciprestazgos encontrándome con ese Pueblo de Dios que inmerecidamente el Señor ponía bajo mi cuidado pastoral. Quedé prendado de la belleza de nuestra diócesis, tan variopinta en sus ciudades y villas, en sus pueblos de montaña y de la costa, en esta verde tierra dulce y fresca como la sidra de sus pumaradas. Más prendido quedé de su gente, noble y acogedora, que sabe defenderse de quienes vengan con pretensiones conquistadoras a hacerse con el botín de los valores que han marcado nuestra historia. En no pocas ocasiones he podido visitar buena parte de nuestra geografía diocesana con ocasión de las confirmaciones de nuestros jóvenes, alguna romería o fiesta particular, o con motivo de un encuentro de sacerdotes o la inauguración o restauración de alguna iglesia. Me llena de alegría poder saludar a las personas concretas y acoger vuestra cordial acogida. No se trata simplemente de una actitud de cortesía y buena urbanidad, sino reconocer en vosotros ese Pueblo que Dios me ha confiado y reconocer vosotros en mí al Pastor que el Señor os envía.
Al igual que el curso pasado estuvimos trabajando en la elaboración de nuestro Plan Pastoral para el próximo quinquenio, este año quiero iniciar lo que llamamos “la Visita Pastoral”. Es verdad que siempre se agradece la visita de alguien o la visita a alguien a quien queremos y por quien rezamos cada día, pero una cosa es el encuentro ocasional y por sorpresa, y otra el que se programa con interés y con afecto. Todo Obispo debe visitar a su Diócesis de modo completo y ordenado. Debe organizarse para poder llegar a todos los arciprestazgos y visitar las distintas parroquias y unidades pastorales, dentro de las cuales están los sacerdotes, los religiosos y los laicos que componen vocacionalmente la Iglesia. También es una ocasión para encontrarme con niños y jóvenes, con familias, con ancianos, dentro de las circunstancias que la vida nos depara a cada uno. Esa vida que comienza, que crece, que se enamora, que sufre y goza avatares, que se asusta y se entusiasma, que sale adelante en medio de las dificultades, que enferma y envejece y que finalmente es llamada por el Señor a la vida eterna.
No se trata de una formalidad sino de un encuentro fraterno que deseo sea para todos una ocasión de gracia del Señor. Me viene ahora el encuentro una célebre visita que hemos hecho incluso una fiesta litúrgica: la Visitación. María fue presurosa desde Nazaret hasta la montaña de Judá para visitar a su prima Isabel. Ésta sintió que su hijo saltaba de alegría en sus entrañas. María llevaba dentro de sí al autor de la alegría, al Hijo bienamado. Ella no iba sólo con su simpatía y encantos, con su mocedad y lozanía, sino que era la portadora de una Presencia más grande que ella, portavoz de una Palabra mayor. Y esa Presencia y Palabra encarnada en su seno, hizo saltar de alegría a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel. Esto es lo que yo pido precisamente al Señor al comenzar ahora mi Visita Pastoral en el arciprestazgo de Oviedo, como luego iré haciendo el recorrido por los distintos arciprestazgos con la ayuda inestimable de mi querido hermano D. Juan Antonio, nuestro Obispo auxiliar.
Con todo interés me acercaré para conocer la vida de vuestras comunidades en las distintas Parroquias y Unidades Pastorales. Quiera el Señor que lo mejor de vosotros mismos, lo más bello y noble que anida en vuestro corazón pueda saltar de alegría, por la Presencia de la que soy portador y por la Palabra de la que soy portavoz. Orar juntos, conocernos más, y compartir el gozo de cuanto nos une como hermanos en la misma fe.
Hoy el camino de Damasco para por el Arciprestazgo de Oviedo. Ahí nos dejamos encontrar por quien primordialmente nos visita que es el Señor que sale a nuestro encuentro como hizo con Pablo el Apóstol. Como fruto de ese encuentro y de esa visita, planteamos nuestra Visita Pastoral para que con el Señor en nuestra entraña, en nuestros labios y en nuestra mirada, salte de gozo lo mejor de nuestra vida. Y que la vida de nuestra ciudad, es decir, de nuestro Arciprestazgo pueda experimentar lo que nos hemos propuesto en el Plan Pastoral Diocesano: que se llene de alegría (Hch 8,8).
Hermanas y hermanos, que el Señor os bendiga siempre y que nuestra Madre la Santina nos proteja con su manto.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo