Homilía comienzo de la novena en Covadonga
30 agosto de 2014
Queridos hermanos y hermanas: deseo que el Señor llene vuestro corazón de alegría e inunde vuestra alma con la paz bendita de su gracias.
Nuestra comunidad diocesana abre nuevamente el escenario de una cita anual, que tiene como sede y motivo el santuario de Covadonga. La novena que en esta tarde iniciamos a nuestra Santina, marca cada año un momento intenso de oración al Señor, de encuentro fraterno, mirando precisamente a quien por su fidelidad al proyecto de Dios hizo posible que fuésemos hijos de Dios y entre nosotros hermanos. Por eso María es Madre de Dios y Madre nuestra, y por eso en este lugar bendito nosotros volvemos siempre con inmenso gozo, desplegando las velas de la esperanza en esta travesía de la vida que inevitablemente tiene edad y circunstancia.
Hemos venido otros años, muchos años quizás, pero cada vez que comienza la novena de Covadonga se dan los factores biográficos más íntimos y discretos o los más públicos y notorios, que hace que lo que nos disponemos a vivir en estos nueve días tengan un halo de novedad, de estreno, de sorpresa, y no de cansina repetición de una inercia que nos ha dejado ya de conmover y despertar. Y esto es lo que pedimos en primer lugar en esta tarde: que sepamos reconocer el paso de Dios, la voz de María, que como una gracia inédita salen a nuestro encuentro para bendecirnos con el bien y con la paz de algo que llena de alegría el corazón porque nos corresponde sin medida a lo que en este momento de nuestra vida, la de cada uno, más estamos necesitando.
Saludo a mis hermanos obispos de la Provincia Eclesiástica de Oviedo: a D. Camilo Lorenzo, obispo de Astorga; a D. Julián López, obispo de León; a D. Juan Antonio Menéndez, obispo auxiliar de Oviedo; y también a D. Vicente Jiménez, obispo de Santander, que se une espiritualmente a nosotros desde la distancia de un compromiso pastoral que le impide acompañarnos físicamente. En las personas de estos queridos hermanos, saludo a las Diócesis que ellos presiden en la caridad y representan.
Saludo igualmente al Señor Abad y el Cabildo capitular que cuida de este lugar mariano tan querido. A los demás sacerdotes concelebrantes, a los diáconos y seminaristas, a las religiosas, a los fieles laicos y las familias, a la Escolanía. Y a todos los que peregrináis desde Asturias y otras partes de España y del mundo.
Hay un motivo en este año que enmarca nuestra novena a la Santina. Hace justamente veinticinco años, un singular peregrino se allegaba al valle del Auseva y se arrodillaba ante la imagen de la Virgen en la Santa Cueva. El Papa Juan Pablo II, llegaba desde Santiago de Compostela tras concluir la Jornada Mundial de la Juventud en aquel año 1989. Una visita esperada, largamente acariciada y discretamente preparada por el entonces arzobispo de Oviedo, D. Gabino Díaz Merchán. Fue un regalo que por el buen hacer de D. Gabino todos pudieron gozar y agradecer.
Pero no sólo fue nuestra tierra asturiana la que se benefició por ser Oviedo y Covadonga los lugares escogidos para visitar la archidiócesis ovetense, sino que también fue toda la Provincia Eclesiástica la que el Papa santo abrazó desde aquí: participaron los obispos que en aquel año presidían pastoralmente estas iglesias hermanas: D. Antonio Briva (Astorga), D. Antonio Vilaplana (León), D. Juan Antonio del Val (Santander), además de D. Gabino Díaz Merchán (arzobispo de Oviedo) y D. José Sánchez (su obispo auxiliar). En esta tarde de comienzo de novena, hacemos memoria con agradecimiento de todos estos hermanos y de quienes con sus vocaciones diversas formaban el tejido eclesial de estas Diócesis que formamos la Provincia Eclesiástica de Oviedo.
Iremos desgranando en este novenario lo que el paso bondadoso de un santo contemporáneo, el querido Papa Juan Pablo II, peregrino en Covadonga, nos pudo dejar como herencia quien vino a confirmarnos en la fe desde su ministerio como Sucesor de Pedro y desde la conocida devoción a Santa María. El tema que se me ha asignado para este primer día bien puede ser el verdadero frontispicio natural que Covadonga siempre enmarca: la creación como regalo de Dios. No hace falta imaginación para caer en la cuenta de este don, basta con saber abrir los ojos y asomarnos con gratitud a lo que desde aquí se puede admirar. Así lo hizo también Juan Pablo II, con su especial sensibilidad por la montaña y sus conocidas andanzas montañeras.
Más de una vez lo he querido referir cuando subo a Covadonga con jóvenes caminando por los bosques con ellos hasta llegar a la Santa Cueva. Son profundas las rodadas en los caminos que suben a Covadonga. Siglos y siglos de andadura, cada cual con su anhelo de luz, en la noble búsqueda de la paz, sabiéndose peregrinos de lo mejor que cada día estaba aún por estrenar. Y así se han ido abriendo senderos en el Valle del Auseva que como venas de esperanza nos permiten ver cada año a las buenas gentes asturianas que llegan hasta este lugar.
Pero como en la vida misma, a veces ésta se torna esquiva y nos impone sus brumas más densas para poder seguir el camino que nos lleve al destino final. Andamos como perdidos, dando tumbos, y es entonces en la oscura espesura donde no faltan los traficantes de nuestra esperanza, que juegan con nosotros apostando a nuestra dicha o desdicha según su interés particular. La vida en otros casos se muestra impenetrable por su dureza o su oscuridad y nos deja inmóviles sin poder siquiera dar un humilde paso adelante, como si de una pared cerrada a cal y canto se tratase.
En este claroscuro y agridulce presente, que tantas personas saben y padecen, aparece este valle en Covadonga y la Santa Cueva de la Santina, que tienen esta virtualidad: abrir el horizonte, llenar nuestra mirada del verde amable de una esperanza cierta, y en la roca impasible herir su dureza dándonos un cobijo en medio de todas nuestras intemperies. María representa todo esto en este santo lugar: el horizonte y la acogida. ¿Quién no necesita de esto en su vida? Así lo hemos vivido los cristianos durante siglos subiendo a Covadonga, trocito de paraíso terrenal que gusta los sabores del cielo, adentrándonos en estos bosques, encantándonos con el murmullo saltarín de sus aguas, escuchando una y otra vez la canción de sus aves, y conmoviéndonos ante el testimonio de fe y confianza con los que tantos hermanos y hermanas nuestros han sido bendecidos precisamente aquí en este lugar.
Hacemos nuestro el estupor del salmista cuando boquiabierto comenzaba a cantar el nombre admirable del Señor Dios nuestro en toda la tierra. No en vano Covadonga se presta como pocos sitios a esta magia de belleza que nos hace agradecidos, como le sucedió al mismo Juan Pablo II al llegar como peregrino a este lugar hace XXV años.
El evangelio que acabamos de escuchar nos pone delante precisamente a María que sube a la montaña. El precioso rincón montañoso no lejos de Jerusalén, Ain Karem, era donde vivían Isabel y Zacarías. También Isabel se encontraba esperando un hijo, que como en el caso de María, era fruto de un milagro. Cuando ya no cabía esperar en Isabel, o cuando no había llegado todavía el tiempo de la espera en María, la vida llamó a la puerta, haciendo Dios posible lo que para ellas era imposible. Y la vida se hizo carne de mujer, se hizo entraña, sueño y guiño, portadora de un mensaje capaz de encender una luz sin ocaso, una verdad que no traiciona, una bondad que jamás se envilece, y una belleza para siempre sin mancha, lozana e inmarchita.
No es un alarde deportivo lo que nos asoma a la montaña en estos lares, tampoco el asombro por una naturaleza que no deja de admirarnos, sino que junto a la nobleza deportiva y a la gratitud por la belleza natural, se suma el sentido que tiene poder asomarse a la firma de Dios que por doquier ha dejado en medio de este paisaje.En este comienzo de la novena a nuestra Santina, traemos también las sombras de otros paisajes menos amables, esos que nos hacen rehenes de las tristezas y pesares con los que la vida demasiadas veces nos acorrala. Pedimos la gracia del asombro, como les sucede a los niños ante algo que no les cabe en sus pequeños ojos y que sin embargo no dejan de observar agradecidos.
Seguro que tiene nombre lo imposible, seguro que tiene su fecha y hasta su domicilio, pero más seguro todavía es el nombre de la gracia que Dios nos quiere dar aquí en este lugar tan inmensamente bendecido por la presencia de nuestra Madre la Santina de Covadonga. Es lo que mirando admirados el entorno que nos rodea nos surge desde el corazón poder invocar para nosotros, para nuestras familias, para la gente que quizás peor lo está pasando, para este mundo nuestro tan necesitado de justicia, de gracia y de paz.
No dejemos de abrirnos a la sorpresa que el Señor nos quiere acercar en estos días subiendo nuevamente a Covadonga, en una novena inédita, que nos guarda como un humilde y amable secreto la gracia que por María Dios nos quiere regalar.
El Señor y nuestra Madre la Santina, os guarden y siempre os bendigan.