Centenario nacimiento de Santa Teresa de Jesús

Publicado el 15/10/2014
Share on FacebookTweet about this on TwitterEmail this to someonePin on PinterestPrint this page

Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús


Parroquia Nuestra Señora del Carmen, Oviedo 15 de octubre

 

Queridos sacerdotes concelebrantes, carmelitas descalzos y laicos vinculados al camino teresiano, miembros de la vida consagrada, seminaristas, hermanos y hermanas en el Señor: que nuestros pasos caminen siempre en los senderos de Dios y que podamos reconocer su compañía y la de sus santos a nuestro lado. He hablado con las dos comunidades de carmelitas descalzas que tenemos en la Diócesis en Oviedo y en Gijón y se unen a nuestra celebración desde el claustro de su silencio y soledad que Dios llena cada día de su Palabra y su Presencia.

Este día esperado del 15 de octubre, en todo el mundo católico hay una cita que nos reúne en tantas iglesias al pueblo cristiano, porque da comienzo un año para la acción de gracias. Si todo santo tiene su octava, hay fechas redondas en la vida de algún santo que ocho días serían poco y la Madre Iglesia nos propone nada menos que todo un año para agradecer su memoria, para reconocer lo mucho y bueno que en su vida santa podemos descubrir. Santa Teresa de Jesús, nuestra querida Santa de Ávila, está de cumpleaños centenario: nada menos que cinco siglos desde que el don de su vida nos fue regalado. Nos unimos a la alegría de toda la Iglesia, y de modo particular a al gozo de la gran familia del Carmelo Descalzo, para dar nuestro rendido gracias y para pedir la gracia de entender el don que en Santa Teresa se nos sigue concediendo.

El gran historiador alemán Walter Dirks hablaba en un importante trabajo que tituló “La respuesta de los monjes”, cómo Dios respondía a cada generación cristiana a través de los santos. Se trata de una respuesta que se reserva el mismo Dios, cuando puesto Él a la escucha de sus hijos percibe que hay interrogantes en ellos, temores, confusiones, pecados… que no aciertan por sí mismos a dar respuesta ni a saber resolverlos. Entonces el Señor nos responde con una biografía de alguno de sus hijos, para que nosotros sus hermanos podamos aprender lo que no logramos comprender, o recordar lo que estábamos olvidando. Los santos son siempre el lugar en donde el Señor vuelve a proponernos lo que quizás no lográbamos descubrir o acaso estábamos descuidando. De modo semejante años después dirá el teólogo Hans Urs von Balthasar que los santos son una exégesis viviente del santo Evangelio, es decir, los santos no son comentaristas de la Palabra de Dios desde su ciencia bíblica especialmente si no eran biblistas, sino desde la fidelidad cotidiana de una vida santa: era la propia vida el más hermoso comentario. No ha sido la ciencia únicamente, sino su fidelidad cotidiana, la que mejor ha podido explicar y hacer creíble lo que Dios sin engaño nos ha dicho a todos sus hijos.

Dios responde con sus santos, el Señor nos explica su Palabra a través de quienes la viven. Este es el motivo por el que cinco siglos después nosotros nos disponemos a celebrar este año centenario que da gracias y que pide gracia también, para poder recibir la bendición que ha supuesto en su familia espiritual y en toda la Iglesia, el don de Santa Teresa de Jesús.

La sabiduría, como nos ha dicho la primera lectura, es un don que han buscado y amado todos los santos que en el mundo han sido. Una sabiduría que nos permite asomarnos al balcón de la mirada de Dios para ver las cosas como Él las contempla, sin nuestros fantasmas ni nuestras manipulaciones. Sólo los santos han visto las cosas como las cosas son desde la mirada de Dios. Y en esto Santa Teresa es particularmente maestra destacando sobre otros mirones de su época que no lograron descubrir lo que el Espíritu del Señor señalaba. Es el gemido de la bondad, el gemido de la verdad, el gemido de la belleza, ese gemido de Dios del que nos ha hablado la segunda lectura con la carta a los Romanos. Así sucede en los que se dejan guiar por el Señor, los que con sencillez frecuentan sus caminos, se conmueven ante sus mociones y testimonian con alegría el paso de Dios en sus vidas.

Santa Teresa tuvo un corazón lleno de preguntas inquietas. Su condición de “monja andariega” no provenía de una inconstancia inestable, sino de su búsqueda innegociable de aquello para lo que había nacido. “Vuestra soy, para Vos nací… ¿qué queréis Señor hacer de mí?”. Esta es la sabiduría de los santos. La que tuvo San Agustín cuando nos abrió su alma para decirnos cómo era su búsqueda de Dios incluso cuando ni él mismo sabía a quien buscaba pero no podía dejar de buscar: “nos hiciste Señor para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti”. La que tuvo San Francisco, cuando rendido le dirá a Jesús aquello que el propio Pablo le dijera en su camino de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.

Siempre me dio mucha devoción Santa Teresa porque siguió buscando al Señor y deseando su propia conversión incluso siendo monja. Era consciente de cómo su vida era mejorable, había cosas que debían cambiar, mundanidades que era preciso transformar en fidelidad delicada y tierna para con su Señor. La conversión de los convertidos… ¡qué paradoja para nosotros cristianos que tantas veces nos contentamos con un cumplimiento lento y cansino de los compromisos de nuestra fe! Ella no dejó de buscar, no se resignó a la mediocridad que en un momento le podía cortar las alas, sino que supo ser indómita con una rebeldía santa que propició el encuentro con Jesús junto al brocal de su sed infinita. Se repite en la historia de Teresa el evangelio que acabamos de escuchar.

Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el evangelio. A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representan el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había transcurrido entre maridos de quita y pon y entre viajes al pozo para sacar agua que no acababa de saciar. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insuficiente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a cul­minar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.

Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Con toda precisión, el texto que este domingo escuchamos habla de la “hora”, un tema tan querido en el cuarto evangelio: “se acerca la hora, ya está aquí” (Jn 4,23). Dame un poco de sed, que me estoy muriendo de agua. Así podría rezar el grito de una generación que teniéndolo casi todo, parece que no logra descubrir el sentido de la vida. Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nues­tra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino como hizo con Santa Teresa, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed. Porque cuando esto se ha experimentado, el alma no se contenta con algo que sea menos que Dios, como Teresa misma relata en su experiencia fundamental de la transverberación.

El Papa Francisco ha escrito un mensaje con motivo de esta efeméride del centenario teresiano en la modalidad de una carta al Obispo de Ávila. Ha dibujado cuatro caminos con los que invitarnos a mirar a Santa Teresa en este año centenario de su nacimiento. Seguimos estos trazos que el Papa ha dibujado:

1)     Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres sirviendo» (Camino 18,5). Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla ya «a los principios» (Vida 13,l). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf.  Fundaciones 12,l). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino 26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado. Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hermanos!

2)     La Santa transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabernos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son «recios», son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6). Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 213). Dejarla es perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad… En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que «solo Dios basta» (Poesía 9).

3)     Este camino no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Esta fue su respuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del «colegio apostólico», siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. «Para esto os junto El aquí, hermanas» (Camino 2,5) y tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino 4,4). ¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta Iglesia madre!

4)     Precisamente porque es madre de puertas abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento. La santa escritora y maestra de oración fue al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8). Ella vivió las dificultades de su tiempo -tan complicado- sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6). Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. ¡Éste es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso!… ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón!

Hermanos y hermanas, nos alegramos de esta ocasión centenaria y pedimos a Dios la gracia de entender lo que en esta santa Doctora de la Iglesia quiere hoy y aquí enseñarnos. Vale la pena leer sus obras, y peregrinar a los lugares teresianos, y ayudarnos unos y otros a adentrarnos en su sabiduría espiritual y humana. La vida es como un libro, y la llamada a la perfección es un camino, que nos lleva desde ese castillo interior que es el corazón a las moradas que Jesús nos ha ido a preparar. Y lo hacemos entre pucheros y poesías, cantando y andando por los mil caminos que el Señor nos propone cada día.

Que Santa Teresa y nuestra Madre la Virgen del Monte Carmelo que ella tanto amó, nos bendigan y acompañen en este año de gracia.

 

       + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo